La frase publicitaria para una tarjeta de crédito, hace varios años. Y su sentido aún representa el acceso a la exclusividad, a posesiones infrecuentes, el tránsito –de acuerdo con la propaganda– por categorías superiores y en un mundo de pocos. En suma, “pertenecer tiene sus privilegios”, interpreta la aspiración máxima (o el espejismo) de la pequeña burguesía, su coronación. Curioso que esos valores hoy definan al kirchnerismo más rancio, a la hermética cofradía oficial, reservada para elegidos con privilegios y puntuales obligaciones.
Pertenecer al sello diferencia a los socios del resto de la humanidad. Como reza el eslogan. Y por disponer del carnet golden o platinun, se reservan hasta el carácter de excepción: lo que en otros es denigrante, pecaminoso, humillante, al miembro de la logia no afecta ni atañe. Por el contrario, es explicable y hasta puede distinguirlo. Veamos algunos casos.
1) El ahora general de división Cesar Milani, un meteórico elemento que en tres años pasó de poco relevante coronel a subjefe del Ejército, fue ascendido a pesar de haber integrado los grupos carapintadas que se le plantaron a Raúl Alfonsin. Por ese antecedente, algunas organizaciones ad-hoc lo hubieran desplazado y enchastrado, igual que a tantos otros. Pero él ha cumplido y cumple determinados servicios con el Gobierno, satisface tareas que le encomienda la ascendente ministra Nilda Garré y, en consecuencia, hasta han tenido la piedad –como ocurrió con otro servidor oficialista de antaño, el general Roberto Bendini–de no revisar su historial previo a ese episodio animado contra la democracia incipiente, junto a protagonistas de cuestionable actuación en el período de plomo. Finalmente, con cinismo, se podría decir que si Néstor Kirchner pactó electoralmente con el jefe de aquella insubordinación, Aldo Rico, y lo asoció luego en sus triunfos bonaerenses, ¿por qué privar a alguien con rango inferior de una mejora en su carrera militar? Para Milani, entonces, olvido y perdón, cumpliendo el eslogan: “pertenecer es bueno”.
2) Aunque debe admitirse que buena cantidad de adherentes a La Cámpora se integran por la juvenil leyenda del “cambio cultural”, con más sacrificios personales que beneficios, hay otros de dudosos merecimientos que han logrado posiciones impensadas –hasta por ellos mismos– dentro del Estado. Gracias a la varita dorada de la pertenencia, por vociferar contra Clarín especialmente –cuando hace dos años, se nutrían sólo con la información digerida por ese grupo–, unos más letrados que otros alcanzaron la presidencia de una compañía (Aerolíneas Argentinas), como Mariano Recalde, el dominio de su directorio (Walter de Pedro), sentarse como tales en Aluar (Ivan Heyn)o en Telecom (Norberto Bermer). Casi todos treintañeros, como el secretario de Justicia Julián Alvarez. Postulan, claro, un trasvasamiento generacional, bien remunerado y bastante conducido por Wado (De Pedro, un hijo de desaparecidos a cargo de un estudio jurídico junto al promovido Alvarez), quien ubicó tambien a su tía en la Secretaría de Medio Ambiente. Tanta influencia por dialogar y ser confidente habitual de Cristina de Kirchner. Esa cercanía y su rapidez personal en distintos campos de juego le han generado un liderazgo y, también celos dentro de la cooperativa La Cámpora. Irritante, inclusive, en otros veteranos de la Administración: de Abal Medina a Aníbal Fernández. Debe admitirse en estos ascendidos una manifiesta sed militante de poder, casi una codicia, propia de quienes disponen de una tarjeta de crédito especial. Por esa prebenda no necesitan cursar las normas escalafonarias del Estado que alguna vez intentó aplicar un ministro de Kirchner (Gustavo Béliz), son funcionales al hijo del difunto Néstor, Máximo, casi irresponsablemente se sienten en condiciones de presidir una multinacional y sólo deben exhibirse con un brazalete que los habilita para el ingreso al VIP de la Casa Rosada. Es bueno pertenecer.
3) Por supuesto, hay otros más notorios en el club premium. Uno, el ministro Amado Boudou, filo ucedeista y docente liberal en economía –versación que lo habilitó para administrar boliches nocturnos en ciudades del interior– que hoy se postula, con la oda leftie sobre la indigencia y el desempleo, para alcalde porteño. Con otros, tambien emblemas de los noventa, la intransigencia kirchnerista ha sido despiadada. Este no es el caso. Apelando otra vez el cinismo, si el Gobierno apeló a la contribución gratuita de Carlos Menem en el Senado –se supone–, ¿por qué no alistarlo a Boudou si desde la Anses socorrió al matrimonio en diversos sentidos y cumplió, en Economía, con otros quehaceres semejantes, aún bajo riesgo del rídículo? Merece una alternativa si está en la nómina de la pertenencia (además, su ex jefe Massita nunca lo va a objetar, ni en los mails de la embajada de los Estados Unidos).
La enumeración de personajes inscriptos es gigante: va de gobernadores a empresarios, casi todos tentados por la vil facilidad de la moneda (de los subsidios a los créditos blandos, de los aportes del Estado a la obtención de obras) y el no recuerdo de penosos pasados.
Cierta inmunidad a cambio de favorables declaraciones sobre la mandataria, mandobles contra opositores, el oportuno cierre de ojos ante ciertas evidencias, o favores menores, como la compra de futbolistas o conceder sponsors para determinados emprendimientos.
Son las reglas menores del contrato no escrito, del cual algunos desprevenidos se marginan (o los marginan) por cuestiones de conciencia: caso de los ex comunistas Daniel Filmus o Eduardo Sigal, quienes burlaron la obediencia debida, hablaron de más para el Gobierno y quedaron suspendidos de las ventajas de la tarjeta por esos desbordes. Olvidaron que el mandato, como en las religiones, es excluyente, intolerante, único.