COLUMNISTAS

El problema es el modelo, no los hombres

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La mente humana tiene límites a la hora de comprender los fenómenos del mundo. Por eso, casi todas las ciencias presentan simplificaciones dualistas: oferta y demanda, centro y periferia, derecha e izquierda, cuerpo y alma, res extensa y res cogitans. O en tres, agregando un “entre”: primer mundo, segundo y tercer mundo; lo real, lo simbólico y lo imaginario; el yo, el superyó y el ello.

Pero la realidad se escapa de nuestros esquemas; y si la ciencia simplifica, ¿cómo entonces no disculpar los lugares comunes en que cae la opinión pública cada vez que se siente amenazada por una tragedia o por una crisis? “Necesitamos un culpable”, dice la masa uniendo sus voces. Y las autoridades, a veces también los medios, la tranquilizan con algún responsable, preferentemente un funcionario o algún supervisor, alguien de un rango lo suficientemente alto como para que la masa no se vea reflejada en él, aunque no lo suficientemente alto como para que las cosas cambien realmente.

La culpa final no es de Randazzo, quien muestra una dedicación superior a la del resto de los ministros. Es del modelo que desarrolló Néstor Kirchner y profundizó su viuda, el cual consumió el stock de capital acumulado por las inversiones de los 90 aún no obsoletas y no agregó las necesarias para hacer sustentable el crecimiento que fomentó con demanda agregada.

El déficit energético, principal límite para el crecimiento de la economía, es el mejor ejemplo. Cada vez que se corta la luz, no muere nadie, por lo menos directamente, pero es la misma señal de colapso de nuestra infraestructura.

El modelo falla porque no se puede sostener un crecimiento alto sólo con inversión del Estado o con los ahorros de los argentinos, y el kirchnerismo creó las condiciones para que la inversión externa sea casi inexistente. Eso se sufre en las actividades de capital intensivo como la energía y el transporte y en aquellas donde las inversiones son grandes y requieren diez o veinte años de amortizaciones para ser rentables.

Que en la crisis de 2002 se rompieran los contratos como consecuencia del default fue comprensible. Pero el gobierno de Kirchner, en lugar de recuperarse de la caída que lo precedió, se sintió cómodo continuando esa situación al aprovecharse de las ventajas presentes sin tener en cuenta los costos futuros.

El próximo gobierno no kirchnerista tendrá un gran desafío, pero también una gran oportunidad, porque el atraso de inversión privada en la Argentina es tan enorme que el día que se creen las condiciones jurídicas y económicas para que la inversión internacional se oriente a nuestro país se resolverán muchos de los problemas que nos aquejan.

Y no es una cuestión ideológica, porque tanto el privatismo de Menem como el estatismo de Kirchner fueron abusadores. La falta de medida de ambos los convirtió en lo mismo: una caricatura farsesca de corrientes ideológicas (otra simplificación) que deberían coexistir en cualquier país y, dependiendo del momento, influir una u otra en mayor proporción.

Tampoco es ideológica la simplificación de buscar un culpable frente a cualquier gran frustración. En el caso de la repetición de un fatal choque de trenes, la mayoría acusó a los actuales responsables del transporte en el Gobierno. Desde la vereda de enfrente, lo mismo hizo Luis D’Elía al decir que el choque de trenes sería un sabotaje del delegado ferroviario opositor Rubén Sobrero porque Randazzo era candidato del kirchnerismo en las elecciones de octubre próximo.

El pensamiento paranoico es una forma extrema del uso de la simplificación como mecanismo de defensa que este gobierno eleva al grado de paroxismo. Pero este gobierno no salió de un repollo, nos representa en mucho, por eso fue tan votado, como el de Menem. Nuestros modelos son caricaturas, ése es el problema.