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Panorama // pobres que van en tren, no en avion

El que nos condena es el presente, no el pasado

Entiéndase bien. Para un defaulteador genético como la Argentina, cancelar una deuda de larga data, al contado, con un grupo importante de países y sus respectivas organizaciones financieras, tiene que ser visto, siempre, como una buena noticia.

Szewach
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Entiéndase bien. Para un defaulteador genético como la Argentina, cancelar una deuda de larga data, al contado, con un grupo importante de países y sus respectivas organizaciones financieras, tiene que ser visto, siempre, como una buena noticia.
Sin embargo, toda decisión de este tipo debe ser analizada desde el punto de vista estratégico de los objetivos que persigue. En ese sentido, la buena noticia empieza a enturbiarse.
El problema que tiene la Argentina hoy, en materia financiera, es que tiene limitado su acceso al mercado de capitales internacionales a tasas de interés razonables. Dicho de otra manera, la Argentina paga hoy la misma tasa de interés que pagan las compañías consideradas de alto riesgo del mercado norteamericano. Mientras que Brasil, Perú, Uruguay o Chile pagan muchísimo menos.
¿Por qué la Argentina es considerada un deudor de alto riesgo? No es “porque el pasado nos condena”, como dijo la presidenta Cristina, sino porque estafamos en el presente. Me explico. Hasta mediados de 2007, la Argentina pagaba la misma tasa, aproximadamente, que el resto de los países de la región mencionados, aun con “nuestro pasado”. A partir de allí, el riesgo argentino empezó a subir, al ritmo del aumento de la “mentira en la inflación del INDEC” y del desborde del gasto público, que redujo el superávit fiscal disponible para pagar deuda. Insisto, la suba de tasas que enfrentó y enfrenta el país, con su costo expandido al sector privado, no resulta de una “mala extrapolación del pasado” del que el gobierno K es víctima, sino de una pésima política presente, del que el gobierno K es protagonista.
Si el objetivo, entonces, del pago al Club de París fue tratar de revertir la imagen de mal pagador de la Argentina en el exterior, dicho pago tiene poca influencia en esta cuestión.
Primero, porque no se revierten las causas que han llevado a la desconfianza. El INDEC sigue mintiendo y el gasto sigue creciendo.
Segundo, porque somos cada vez más vulnerables a cambios negativos en el escenario internacional. En especial, respecto a la caída del precio de los commodities y a la revaluación del dólar (aunque ambos movimientos se esperan moderados).
Tercero, porque al reducir las “reservas de libre disponiblidad” del Banco Central, hay menos fondos disponibles para atender, eventualmente, los pagos a los tenedores de bonos de deuda argentina (insisto esta semana con que muchos de esos bonos están en manos de los bancos argentinos –nuestros depósitos– y de las AFJP –nuestras futuras jubilaciones–). Tercero, porque la “señal” de pago al contado es una señal de mala administración, frente a la alternativa de negociar tres años de gracia y bajas tasas de interés de repago. El mensaje es “prefiero gastar US$ 7 mil millones, antes que negociar con la comunidad financiera internacional”.
Cuarto, porque, institucionalmente, seguir apropiándose de las reservas del Banco Central para pagar deudas de todo tipo se inscribe en la misma senda que la destrucción institucional del INDEC.
Quinto, porque en la misma semana nuestro Congreso acaba de “comprarnos” una aerolínea a un costo que ignoramos, con un déficit operativo que desconocemos y que sólo en un mes se llevó la friolera de 400 millones de pesos. Con una elevada probabilidad de estar comprándonos un juicio a futuro de dudoso resultado.
Sexto, porque no aceptamos pagos ordenados por tribunales de arbitraje internacional al que nos sometimos por tratados bilaterales de garantía de inversiones con varios países que integran el Club de París.
Séptimo, porque una de las “ventajas” del pago anunciado es que destraba el avance de un proyecto faraónico como el tren bala.

Distribución. Es cierto que, posiblemente, se liberen también algunos créditos para importar bienes de capital para empresas argentinas, o algunos otros créditos para proyectos locales de multinacionales, y eso hay que valorarlo. Pero, lamentablemente, en la balanza pesan más los costos que los beneficios.
En síntesis, pagar nunca es malo en términos absolutos. Pero en términos relativos, el pago no ayudará demasiado a reducir el riesgo argentino. Básicamente, porque los problemas que llevaron a la explosión de dicho riesgo, se originaron en el pasado, pero se agrandaron en el presente.
Y mientras el Gobierno no instrumente un programa antiinflacionario integral y un compromiso serio de reconstrucción institucional, todo pago será aplaudido por los acreedores y “sufrido” por los contribuyentes. En especial, los pobres que pagan el impuesto inflacionario, y que, al contrario de Charly, van en tren y no en avión.
Es este presente el que hay que modificar para aspirar a un futuro distinto a ese pasado que nos ha condenado.