“En el fundamento de esas razas nobles, es imposible no reconocer al animal de presa, la magnífica bestia rubia que, lasciva, vagabundea codiciosa de botín y de victoria”
Friedrich Nietzsche (1844-1900);de “Genealogía de la moral” (1887). Primer tratado: “Bueno y malvado. Bueno y malo”; 11.
El resultado no me sorprendió. Es más, lo esperaba. Pero íntimamente deseaba que mi convicción quedara pulverizada por el genio de Messi, la creatividad de Iniesta, la sabiduría de Xavi. Es una pena. Daba impresión verlos juntos en la previa: parecían un grupo de scouts frente a la “bestia rubia” de la que habla Nietzsche: unos alemanes grandes como un mundo. Aquel Barça de 2011, el que ganó todo, podría haberles escondido la pelota y hacerlos pasar de largo, como el torero al toro. No éste. La curva descendente comenzó en 2012 y se acentuó este año, aun con los récords de Messi y el título de la Liga asegurado desde hace meses, todavía por festejar. El torneo español es una novela venezolana: la pareja protagonista, y un montón de actores de reparto cuya única misión en la vida parece ser sostener su felicidad.
Las copas locales son un consuelo; la Europa League, cabeza de ratón; la Champions, la universidad. Allí se reciben los grandes equipos. Aunque a veces –como el año pasado– el Chelsea de Drogba rompe el molde, le gana la final al Bayern y uno se quede perplejo, pensando que el fútbol es nomás pura ilógica, una moneda que gira en el aire.
Aquel Bayern era un equipazo, y éste es todavía mejor. Me pregunto cómo debe sentirse el pobre Heynckes –67 años, técnico del Madrid que ganó la Séptima en 1998, tres veces campeón con Bayern–, que se irá pese a alcanzar, casi, su segunda final de Champions consecutiva y a haber dirigido al campeón más precoz de la historia del fútbol alemán, consagrado en la fecha 28, a seis del final. Si gana la Orejona, lo imagino saludando a Guardiola, su sucesor, con una sonrisa: “Bueh, acá se los dejo, ¿eh? ¡Suerte!”. Mm... no será fácil igualar eso. Pero Pep ya estuvo allí. Puede hacerlo y mejor, ¿por qué no? Ha pasado. Y no sólo en el mundo del fútbol.
Algo así –“son todos tuyos”– le dijo, irónico, Pete Townshend a ese James Henrik, o algo así, un desconocido al que insólitamente habían programado para salir después de The Who, las estrellas de esa velada en el festival de Monterrey, 1967. La banda había tocado como nunca, con su grand finale habitual: la guitarra y la batería de Keith Moon destrozadas. ¿Cómo competir con semejante performance? Bueno… el tipo era Jimi Hendrix. Tocó con los dientes, de espaldas, rodó por el piso, y en el final de Wild Thing les arrancó sonidos estremecedores a sus Marshall, acoplando la guitarra y moviendo su pelvis frente a ellos, como fornicando. Luego, la acostó sobre el piso, tomó un pomo con líquido inflamable, la roció –más sexo explícito en un país pacato que apenas toleraba a Elvis–, la prendió fuego y después la hizo añicos. Cuando bajó del escenario, tenía el mundo a sus pies.
El Barça, de local y con un Messi entero, deberá ser Hendrix después de los Who para dar vuelta esa historia. No es su estilo. Ellos son lirismo, toque, triangulación. Lo que nos hizo repetir –nos gusta hacerlo– que son el mejor equipo de la historia. El Bayern es pura potencia, pero cuidado: juega muy bien. Su precisión en velocidad asombra. Uno piensa: “No podrán mantener ese ritmo hasta el final”. Y los ve, a los 90, presionando como si el partido recién empezara. Hacerles cuatro o cinco goles es inverosímil, aun para un gran equipo en el que, además, juega Messi.
Después de dos años dominados por el Dortmund –un equipo que sabe cómo combinar solidez y plasticidad–, el Bayern quiso dejar bien en claro quién manda en Alemania. El plantel que armó esta temporada –con el vasco Javi Martínez, el brasileño Dante y el croata Mandzukic– da miedo. Y el que va a dirigir Pep ya será un abuso.
Tienen la base de la selección alemana de Löw: el arquero Neuer, una torre de 1,94; el capitán Lahm; la muralla Boateng; Schweinsteiger, un volante que hace de todo y todo bien; el talentoso Müller; Kroos, otro jugador fuoriclasse, y Mario Gómez, el clásico 9 de área. Junto a ellos, el holandés Robben y el francés Ribéry, dos extremos de élite. Con Guardiola, para colmo, llegará Götze, la joya del Dortmund, y dos estrellitas de las selecciones juveniles: el central Kirchoff y el volante Rode. Y después de la final en Wembley –para no ser tan desprolijos si la definen los dos equipos alemanes– ficharán al polaco Lewandowski, el de los cuatro al Madrid, un delantero con buen pie, juego aéreo, gol. Un crack.
Hablé poco del Dortmund y nada del Madrid. Es que no confío en una hazaña de los de Mourinho, aunque un 3-0 en el Bernabeu no suene tan descabellado. Pero el Dortmund ya jugó allí en la fase de Grupos y tan mal no le fue. Es más, ganaba 2-1 y Özil empató sobre la hora. No sufrieron miedo escénico, justamente.
Habrá final alemana –me la juego– y ganará el Bayern. Por lógica y por deseo. Es que soy hincha, no se rían. Desde la noche del 19 de diciembre de 1966, cuando Racing festejó su campeonato y la nueva iluminación –hecha por los alemanes de Siemens– jugando contra el Bayern. Llegué triste porque no jugaba Perfumo, pero me fui eufórico. Racing ganó 3 a 2 y el 5 de ellos me deslumbró. Era un jugador imponente.
Desde ese momento pasé a compartir, sin saberlo, la misma pasión con un tal Martin Heidegger, que sólo dejaba su casa en la Selva Negra para sentarse frente al viejo Telefunken de un vecino y verlo jugar. El niñito suburbano y el filósofo. Milagros que sólo consigue el fútbol.
Ensayé días hasta que pude decir su nombre de corrido: Franz Be-cken-ba-uer. Supe que lo llamaban “el Káiser” y pensé que tenía que hacerse amigo de Perfumo, que era mariscal; igual que él, pero mío.