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FENÓMENO SOCIAL

El regreso de la identidad perdida

Quizás plantear el fútbol como un factor identitario sea exagerado. Pero las identidades fueron las grandes constructoras de las comunidades.

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Padre nuestro que estás en los cielos. | pablo temes

Probablemente el fútbol sea uno de los últimos espacios de la identidad colectiva. 

Volver con la frente en alto. Se pudo observar en estos días de Mundial el retorno de una emoción, y alegría como no se tenía registro en muchos años que dejaron de lado a la decepción, la bronca, la tristeza y la desesperanza. Estos sentimientos fueron (son) las marcas de la sociedad argentina actual frente a una realidad cruda y la falta de explicaciones de su fracaso. Todo ese malestar se suspendió para atender a la pelota y ese grupo de hombres pateándola, obviamente no sin sufrimiento, pero con un placer que atraviesa las clases sociales y las (im)posturas políticas. Por un mes no hay grieta. Además, debe ser la primera experiencia en muchos mundiales que no se discute el criterio de la selección de los jugadores, ni tampoco al mismo director técnico. Es cierto que Argentina viene de ganar la Copa América, pero en 2018 a Jorge Sampaoli se le discutía desde los tatuajes hasta su afición musical, y Lionel Scaloni sólo era un reemplazo circunstancia tras el desplome en octavos de final de la Copa Mundial Rusia 2018.

El fútbol como un arte bello. Quizás plantear el fútbol como un factor identitario parezca exagerado. Sin embargo, las identidades fueron las grandes constructoras de las comunidades. No se trata de la autopercepción actual. “Sentirse” de un modo o de otro no es más que otro aspecto del individualismo triunfante en la etapa actual del capitalismo tardío. Probablemente las religiones fueron las primeras generadoras de sentido frente a las preguntas acuciantes de la humanidad y el sentimiento de orfandad frente a una naturaleza ingobernable. Por ejemplo, los dioses griegos representaban todos los elementos del mundo y conjugaban una narrativa compleja: la vida como tragedia. Mucho más tarde, el judaísmo y especialmente el cristianismo fueron mucho más allá construyendo una gobernanza moral con distinciones bastante estrictas entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto con la Iglesia como institución central normalizadora. 

Detenidos en el tiempo

Pasarían casi quince siglos para que se pusieran en duda todas las explicaciones religiosas del mundo. Con René Descartes comenzaba el positivismo y la ciencia se elevaba al factor explicativo indiscutido de los fenómenos físicos y humanos. Dos siglos después, la Revolución Francesa confirmaba una frase que el sofista Protágoras había expresado mucho tiempo antes “El hombre es la medida de todas las cosas”. Allí se inauguraban los estados nacionales y las ideologías políticas. Los primeros generaban innovadores formas de pertenencias ontológicas encerradas entre fronteras políticas de discutible diseño y las ideologías inauguraban una formas explicativas sobre porqué pasa lo que pasa, ya basado en principios racionales. Max Weber es quizás quien mejor explicó este proceso como Entzauberung der Welt o desencantamiento del mundo. El proceso de racionalización iría desde la empresa (contabilidad) hasta la música (armonía). La magia y las explicaciones místicas perdían definitivamente peso en el pensamiento político y social. 

La lenta caída. Sin embargo, la “estabilidad” de los estados nacionales comienza a derrumbarse apenas dos siglos después. Los procesos capitalistas entran en contradicción con las reglas nacionales, necesitan velocidad y facilidad para ampliarse y retirarse (relocalizarse). El capital financiero cumple la función del machete de la era colonial. La nueva división del mundo separa las zonas proveedora de productos primarios (Latinoamérica, África) del mundo industrial (básicamente Asia) y de los dueños del juego financiero (Estados Unidos y Europa). El capital financiero está en estos momentos bajo disputa, y el auge de las cybermonedas no es ajeno a esto. 

Por eso los países que no lograron un mínimo de desarrollo industrial y un mercado interno de un tamaño respetable (para las empresas) la están pasando muy mal. Argentina es el mejor ejemplo aquí ya que la economía agroexportadora es insuficiente para sostener a su población, y mucho menos a sectores que han conocido cierta prosperidad y expectativa de movilidad ascendente. Esa posibilidad ha quedado en el pasado, hoy se ha naturalizado convivir con un cuarenta por ciento de pobreza (mucho mayor en niños), con alta indigencia y marginalidad. Pero curiosamente la ilusión y el deseo de pertenecer a una clase media ilustrada sigue instalada en el imaginario argentino, aunque no se pertenezca a ese espacio en forma objetiva. Esta contradicción provoca un conflicto permanente (aunque de baja intensidad, por ahora) y una desesperanza de lo que puede proyectar el país.

Modo supervivencia

Menos, es más. En este escenario hay pocas cosas a la que aferrarse, la selección nacional es una de ellas. Obviamente el objeto “equipo de futbol” se conecta con otras cosas de contenido subjetivo, por ejemplo, la nacionalidad, y se transforma rápidamente en un fenómeno de masas al que es muy difícil abstraerse (que lo digan los desinteresados por el fútbol). Como cae de maduro esto se conecta con muchas cosas que van más mucho más allá de un deporte donde se puede ganar o perder. 

La dificultad con dar el tono exacto del momento lo tuvieron los publicistas, esa clase de arqueólogos del presente. Esta vez las publicidades no dieron en el blanco de la situación. Una de las más criticadas fue la de la gaseosa más famosa del mundo que a pesar de las banderas celestes y blancas no pareció producida en el país, es decir un mensaje des identitario. Como no puede ser de otra forma la política quiere intervenir en el evento ya que además coincide con el inicio temprano de la campaña electoral. Pero en este contexto son muy mal vistas las publicidades tanto del gobierno nacional como del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Mucho más conflictiva es la presencia de actuales y exfuncionarios en Qatar, así como sus familiares. Hay cámaras (prácticamente todo ser humano hoy porta una) más interesadas en capturar esas imágenes que en mirar los goles de las estrellas del fútbol mundial.  

Algo de felicidad. El fútbol, y toda su ilusión, funciona a todo vapor mientras la Selección obtenga resultados según las expectativas. Los colores nacionales y la magia de sus jugadores siendo admirada por todo el planeta, es una recompensa más que suficiente para que por un momento se recupere esa identidad colectiva perdida. 

*Sociólogo (@cfdeangelis).