El gobierno de Alberto Fernández se ha agotado en sí mismo. Es muy probable que este envejecimiento prematuro se vincule con su propia génesis, el momento en que Cristina Kirchner lo eligió para encabezar la fórmula presidencial de 2019. Max Weber decía que uno de los problemas más grandes del liderazgo carismático es la imposibilidad de la sucesión. El mismo razonamiento funciona para el ejercicio del poder, no hay forma de generar un polo de poder, sin confrontar con otros poseedores de poder.
La nada y el ser. Alberto Fernández cumplió con su única promesa electoral, que nunca se va a pelear con Cristina Kirchner. En cambio, generó un gobierno que se ha autoconsumido. Hoy, buena parte de los ministros o se han ido, o anuncian su futuro abandono. Juan Manzur, Gabriel Katopodis y Jorge Ferraresi han dado señales de que sus peleas territoriales hacia el 2023 son más importantes que la actualidad ministerial.
Es un problema la imposibilidad de imaginar un futuro político, donde no sólo la posibilidad de reelección de Alberto Fernández resulta jocosa, sino donde se convive con la convicción de que el peronismo perderá la elección presidencial el año próximo ante cualquier candidato que se presente. Haciendo un ejercicio de manual de autoayuda, es difícil que a un gobierno le vaya bien, si tiene la convicción que le va a ir mal en el futuro. Esta lógica de de-sempoderamiento se ha trasladado a toda la administración federal, donde los proyectos viven en cajones, y los presupuestos no se ejecutan. Cada funcionario piensa diez veces antes de firmar determinados papeles, lo que lleva a una parálisis de los sistemas de ejecución.
Lo que en realidad sucede es que el peso argentino ha perdido hace mucho tiempo el atributo de ser reserva de valor
La única excepción del sistema de a-gubernamentalidad es Sergio Massa, quien a esta altura ha establecido su propio gobierno técnico jugando sobre el plazo mínimo: llegar a diciembre con una relativa paz social (y cambiaria). Es el ministro más importante de un gobierno cuyo rumbo general es desconocido. Esto lo sumerge en una serie de medidas y contramedidas intentando domar a unos mercados afiebrados, pero con un ojo puesto en las señales de Cristina Kirchner. Una pregunta que ya tiene carácter abstracto es si no le hubiese convenido realizar una devaluación de la moneda. La devaluación es impopular, provoca cimbronazos de precios y aumenta la sensación del deterioro, pero siempre es mejor tener una devaluación controlada sobre la base de un capital político que luchar contra todos los que buscan los dólares. Con una devaluación inicial quizás se hubiera evitado el tironeo actual con la multiplicación de los tipos de cambio.
Ser para la emisión. Hay un punto no resuelto, CFK ha reconocido en varias oportunidades que el gran problema de la Argentina es la economía bimonetaria, pero la política en todo este tiempo ha sido tratar de evitar que los argentinos obtengan ese verde elixir. La frase del bimonetarismo es un poco engañosa, lo que en realidad sucede que el peso argentino ha perdido hace mucho tiempo el atributo de ser reserva de valor, tema que se conecta directamente con la emisión sin respaldo (ya sea en oro o en dólares). El dólar es la moneda de respaldo y el peso es usado en forma veloz en las transacciones diarias. La emisión monetaria se conecta evidentemente con el déficit fiscal crónico, y al final del día se trata de un Estado que gasta más que lo que recauda. Esta visión parece haber sido sacada de la Biblia monetarista, pero es real y quien lo entendió mejor fue el creador del kirchnerismo, Néstor Kirchner. Desde los años 60, prácticamente los únicos años con superávit fiscal fueron 2003 (1,5%); 2004 (3,97%); 2005 (3,34%);2006 (1,65%) y 2007 (0,76%). Esta es la base de los años de crecimiento a “tasas chinas”, el mito sólo puede ser evaluado a la luz de los datos objetivos. A partir de 2007 los superávits se empiezan a erosionar hasta el día de hoy. Para los fanáticos de la era de la convertibilidad, los años de Menem también fueron deficitarios, la diferencia fue que se compensaban con el ingreso de capitales del exterior. Hasta la Unión Soviética tuvo alta inflación en sus primeros años por la emisión sin respaldo. Sin guiarse por Lenin el plan de Guzmán era medianamente simple: no tocar el gasto, y esperar que este gasto se relativice en un crecimiento de la economía, embarcándose en un gradualismo sin destino.
Todo o nada. Hoy en Juntos por el Cambio se repite el mantra de Mauricio Macri, tomar todas las medidas juntas desde un principio. Es posible imaginar que ese paquete de medidas comenzará con la apertura del cepo y la unificación del tipo de cambio (que obviamente llevará a una fuerte devaluación). También es imaginable una fuerte reforma laboral y sindical, e impositiva y una reforma del Estado con la privatización de las empresas que lentamente han ido regresando a la esfera estatal desde Aerolíneas Argentinas hasta YPF y un recorte importante en las estructuras ministeriales. También es bastante factible que se apunte a una quita total de subsidios y la eliminación de gran parte de los programas sociales para ser reemplazada por algún tipo de seguro de desempleo. Este programa requiere tomar decisiones como cancelar las letras de liquidez del Banco Central probablemente con un bono a varios años, lo que se pondrá en juego la solidez del sistema bancario.
Sin embargo, más que la viabilidad técnica de un paquetazo de esta envergadura habrá que observar su viabilidad social y política, ya que desde el minuto uno tendrá en la oposición frontal a las centrales sindicales, los movimientos sociales, del kirchnerismo, una gran parte del peronismo y de la izquierda radical. Una situación de convulsión social que puede durar seis meses es descontada por quienes formulan este conjunto de medidas por lo que la pregunta es cuál de los candidatos que circulan en Juntos por el Cambio podría capear una tormenta de esta naturaleza. Es el entrelineado (bastante evidente) que plantea Mauricio Macri en varias de la entrevistas que ha dado, sólo apoyaría a quien asegure el Cambio (así con mayúscula). Pero llevar ese programa también depende del apoyo que tenga por parte del Congreso, no es claro que aun con un triunfo en primera vuelta Juntos por el Cambio tenga mayoría en el Senado, si no, será con un desfile de decretos.
*Sociólogo (@cfdeangelis).