A partir de septiembre de l955, los libros escolares cambiaron: se quitaron de algunos textos las efigies que presidían el morocho general y la nívea abanderada de los pobres. Parte de una transformación que impuso la llamada Revolución Libertadora en contra del personalismo ejercido en la época y que copiaba, entre otros famosos egocéntricos del siglo pasado, a Josef Stalin. La historia argentina, hasta entonces, no se había alterado y los alumnos admiraban una ristra de próceres cultivados en las aulas. Esto ocurría a pesar de que algunos revisionistas vinculados al peronismo ya habían publicado observaciones y ensayos críticos sobre media docena de ellos. Y así, con el peronismo y sin el peronismo, continuó el curso de honores a los padres de la patria, una generalizada formación estudiantil que acaba de llegar hasta el controversial Bicentenario de esta semana. Parte del kirchnerismo, se supone que también peronista, ahora muestra voluntad por revisar su propio pasado escolar, el de Evita y Perón, así como otros episodios de un pasado más lejano. Y, en especial, objetan la educación primaria que se impartió a los niños de todas las generaciones sobre la conducta de aquellos héroes. Pero, ¿se instruye de otra manera en las escuelas del mundo?, ¿acaso no les otorga la historia una categoría mítica a los próceres, indispensable para afirmar la identidad de una nación cuyo recorrido es nada más que la vida de dos o tres hombres sumados uno sobre el otro?
Ocurre, sin embargo, que ese origen cultural de Mayo, como los años subsiguientes aprendidos en los colegios, se puso en duda en espacios del oficial Canal 7. Quizás por los festejos, ese propósito de discusión quedó trunco, permanece disipado, pero en la pantalla se divulgó una interpretación emparentada con un modelo político que tiene la capacidad de aplicarse a situaciones del siglo XIX. Ni que fueran marxistas. Sintéticamente, se ofreció la singular revelacion de un perverso plan para exterminar gauchos, negros e indios que, de una manera u otra, instrumentaron Rivadavia, Roca, Sarmiento, Mitre. Como si hubieran pertenecido a una maquiavélica asociación ilícita para beneficio propio, a la cual debía denunciarse, impugnarla, castigarla inclusive, buscando que en esa apelación a un jerarca ad hoc, le diga “proceda” a un subordinado. Y elimine los nombres de las calles, los monumentos y chapas recordatorias que los argentinos han acumulado sobre sus próceres, sin saber tal vez que homenajeaban a genocidas. Para constituir quizás un cementerio de estatuas. Es decir, gracias a la nueva cultura histórica propuesta, enterrar todo lo que se enseñó durante 200 años, degradando apellidos que la historia convencional convirtió en admirables íconos.
Otra historia, otro país. Una novedad política que, de prosperar, podría confrontar de nuevo a los ciudadanos por una historia más lejana que la reciente, como si el enfrentamiento estuviera en una naturaleza superior a la propia verdad. Tal vez esta nueva prédica se difume o alcance otros ribetes intelectuales de conflicto, finalmente los masivos festejos del Gobierno quizás inviten a revolver el pasado para encontrar otro pasado. Mientras, absurdamente, lo que debía ser una ganancia política en la semana con los fastos de Mayo, para el Gobierno se volvió en contra por el anecdótico capricho presidencial de no asistir al Colón, por otorgarle la Presidenta un carácter de pugna personal con Mauricio Macri a un hecho institucional como la reinauguración del teatro más famoso del país. Como si esa también admirable ceremonia le perteneciera en exclusividad a una elite. En fin, como si fuera necesario prescindirse de cierto tronco porque la realidad estuvo en las calles y no en el teatro, en la gente y su curiosidad por los actos populares y, lo de Macri, resultara la expresión de otro sector con el que los Kirchner poco y nada dicen tener algo que ver. Lectura sectaria, bifronte: los símbolos hacen a un país y, guste o no, el Colón también es parte de la Argentina. La obcecación de Cristina para no concurrir a la reapertura del teatro, alentada en su cenáculo como una exaltación, en rigor sirvió como nutriente impensado para el sueño de Macri, hasta ese momento descascarado, de que puede aspirar a la Presidencia en 2011. Casi fatuamente, el oficialismo lo convirtió en un candidato a considerar para 2011, justo cuando estaba más cerca de la puerta de salida que de la de ingreso. No es la primera vez que se alimenta a un rival y, en el caso del jefe de Gobierno, siempre se dijo que Néstor lo deseaba como contrincante para una definición electoral. Sabrá Dios si así habrá de ocurrir, pero ya tropezó Kirchner cuando juraba que jamás Macri podría ocupar la municipalidad y, mucho antes, cuando lo despreciaba como hombre ajeno a la política, cuando lo descartaba por advenedizo. Tanto lo desdeñaba que, sin todavía ser un aspirante con posibilidades a la Presidencia, se negó a conocerlo. Más de uno creyó, en su momento, que el jefe municipal era el oponente que deseaba Néstor: esas pretensiones, sin embargo, son de dudosa consistencia, basta sólo el recuerdo del alfonsinismo, agrupación que facilitó la unción de Carlos Menem entre los peronistas, para luego ser vencido por el riojano. Parecían sabios cuando incurrieron en esa decisión.
Sigue el pleito con el grupo Clarín, más con la viuda de Noble. Otra vez a la Justicia los herederos, el debate genético y la nula investigación al respecto sobre el origen de los jóvenes. Finalmente, si alguien hubiera indagado sobre quiénes acercaron los bebés a la dueña del diario, se habrían aproximado a cierta resolución del caso. Lo que demuestra que siempre se busca más la condena que la iluminación. Todo indica que dos hombres fueron clave en ese proceso. Ya han muerto. Uno, un influyente abogado de apellido Sofovich, a quien se reconoce como gestor del trámite judicial que culminó en la adopción. Otro, también finado, era Ramón Prieto, encantador veterano de la Guerra Civil Española por el bando republicano, íntimo de Rogelio Frigerio, quizás el nexo para la llegada de los niños a la viuda, inclusive si –como más de una vez se dijo–, provenían de un país vecino. Nadie podría pensar que Prieto se dedicaba al hurto de niños, pero era un hombre de secretos: a él se le atribuía haber logrado el consentimiento de Juan Perón para la candidatura de Arturo Frondizi, en l958. Fue él quien visitó al General en Madrid para persuadirlo de la necesidad de un pacto. Al menos, eso cuenta la otra historia. En la que está involucrado el peronismo, como siempre en los menesteres de la marroquinería, y de la cual, por ahora, nadie tiene en cuenta para su revisión. Quizás ocurra en otro Bicentenario de hechos notables.