La explicación que dio Alberto Fernández sobre por qué se pasó por el traste todos los protocolos del coronavirus y comió con al menos 15 personas en un lugar cerrado, sin ventilación, sin barbijo ni distanciamiento social en la emotiva despedida a Evo Morales el domingo pasado en La Quiaca es reveladora de cómo el Gobierno, bajo su liderazgo, elige contar algunos hechos para hacerlos coincidir con el relato mainstream en un contexto cada vez más crítico.
Luego de que su asesor estratégico, Gustavo Beliz, que estaba en esa mesa, diera positivo de Covid-19 y obligara a aislarse a buena parte del gabinete, el Presidente buscó relativizar por radio ese pogo de cazuelas y vino: “Hay una parte que no se ve, que es que yo cada vez que estoy en un acto, tengo al lado mío una ducha de alcohol”. La tesis del duende invisible rociador de sanitizante que lo protege en todo momento anulando con disparos certeros cada gota de saliva que esputa todo aquel que lo rodea es la versión más extrema y divertida del modus explicandi del Gobierno sobre las cosas que suceden.
Ese método de “no es lo que estás viendo” ahora se está aplicando a full para tratar de hacer digerible en la sociedad y sobre todo en parte de la coalición de gobierno un programa de austeridad fiscal con el sello del Fondo Monetario Internacional con medidas que llegan a poner en cuestión el ADN del kirchnerismo.
La fuerza política que le pagó la deuda al FMI para sacarse de encima su influencia allá por 2005 le concede a ese mismo organismo la tutela de la economía hasta 2030 a cambio de una refinanciación de vencimientos con cuatro años y medio de gracia. Y el mismo espacio que pasó a la historia por haber implementado la Asignación Universal por Hijo en la crisis de 2009 elimina el que iba a ser el cuarto pago en ocho meses del bono de emergencia IFE por $ 10 miljusto en las vísperas de un fin de año que pinta caliente: en octubre se aceleró la inflación y hacer un pollo con papas se volvió bastante más caro, porque en un mes saltó 8,5% el pollo, 8,8% el aceite y 34,2% el kilo de papas, según el Indec.
“El Fondo cambió, tiene culpa y no nos van a pedir reformas estructurales”. “Hemos llegado con la ayuda a personas que no estaban en el radar del Estado”. Mantras como estos se disparan desde la Casa Rosada en momentos de zigzag extremo entre la necesidad de aplacar a las bases que ven demasiada ortodoxia y el deseo de satisfacer a los llamados mercados financieros que todo el tiempo le piden al Gobierno la exageración de los conversos en cada decisión de política económica.
Platillos en el aire. Son los límites en los que trata de moverse el ministro de Economía, Martín Guzmán, para desactivar con su estrategia de kirchnerismo de mercado algo de la triple bomba de la Argentina: el estancamiento de los problemas estructurales de siempre; la herencia de endeudamiento con alta inflación de Cambiemos y el impacto de la pandemia con mala praxis del Gobierno. Un combo que difícilmente pueda tener una salida única y fácil y que entre en un tuit como pregonan los reyes del optongo (opino, total no gobierno).
La palabra “equilibrios” que está usando cada vez más seguido el propio Guzmán para defender por ejemplo la importancia de cuidar la macroeconomía como razón para cortar el IFE, sirve también para hablar de los apoyos que tiene este plan en una alianza de gobierno que es una gelatina de poder. ¿Tienen estas medidas el OK de la vicepresidenta Cristina Kirchner? ¿Dio vía libre para ajustar y acordar con su carta de hace tres semanas? Los que creen que sí miran lo que han subido los bonos desde que se publicó aquel texto de las certezas y el problema bimonetario. ¿O es una especie de “plan A” del Frente de Todos que el ala del Instituto Patria se banca hasta que dé para luego girar hacia otra alternativa menos de mercado si las brechas no ceden, si hubiera una devaluación brusca o si la economía no repunta llegado marzo o abril cuando se olfateen las elecciones?
Paolo Rocca, CEO de la Organización Techint, cree que estamos ante una especie de “reset” en la política económica continental y que la Argentina solo está siguiendo esa corriente, como esbozó en Alacero, la reunión de empresas siderúrgicas de la región que se realizó de forma virtual esta semana. Ve en los problemas de los que habló con Guzmán hace diez días una oportunidad para ordenar a la política. “La dificultad fiscal y los problemas de cuentas externas van a obligar a una disciplina, a una reflexión sobre la política”, se entusiasmó antes de insistir en la necesidad de recuperar la “confianza” y la “solidez institucional” para la generación de empleo de calidad.
Como sea, el texto del proyecto del aporte solidario de las grandes fortunas que finalmente se trate el martes en la Cámara de Diputados puede resumir la cintura de Shakira del rumbo económico. Será también una posibilidad para que saquen conclusiones apresuradas los que debaten si esta versión del kirchnerismo puede derivar en una especie de Frente Amplio argento, con orden macro a la Danilo Astori, y los que creen que el kirchnerismo posta es otra cosa, con menos seducción al sector privado y más combate que tenga aunque más no sea algún eco de un “exprópiese” o algo así.
¿Habrá tallado el pedido de Jorge Brito a Máximo Kirchner de que no solo paguen los millonarios argentinos incorporando de algún modo a los accionistas de las empresas extranjeras en el país? ¿Habrán accedido al pedido de la Unión Industrial Argentina que buscó dejar fuera del impuesto “los activos productivos” y dar la alternativa de que el equivalente a lo que les correspondiera pagar se comprometa en inversiones para los próximos 12 meses? ¿O habrá cambios en la aplicación de lo recaudado para que una parte financie directamente un IFE más?
El riesgo es que, como tantas otras medidas con las que el Gobierno intenta contentar a todos en la coalición, termine pisando el acelerador con el freno de mano puesto y todo derive en un híbrido inocuo con más costos que beneficios. Algo así como en la agitación de una bandera que le facture “el mercado” pero tan mal hecha que con una judicialización rápida recaude poco y nada como para políticas progresistas. “Pero por lo menos habremos hecho un guiño a la izquierda, después de tanto giro a la derecha”, simplifica un dirigente que se prepara para las celebraciones, ese mismo martes, del Día de la Militancia.