Hace unos días asistí a una curiosa cumbre de editores de diarios en la que, para hacerlo breve y contundente, el mensaje central de muchos expositores fue que el principal problema del periodismo del futuro son… los periodistas.
Y en este momento, soy testigo de otro despropósito en esta tierra, que es mi madre patria, literalmente. El relato oficial español es vincular estrechamente la monarquía con la democracia.
Juan Carlos I abdicó legalmente hace unas horas y lo sucede su hijo Felipe. Desde que lo anunció hace dos semanas, decenas de miles de personas en todo el país reclamaron el fin de la monarquía, que tiene aquí carácter constitucional.
Ni modo. El Congreso, de manera abrumadora, aceptó la renuncia al trono y la herencia natural de la corona. Tanto los dos partidos que se sucedieron en el poder desde casi el reinicio democrático (el Partido Socialista Obrero Español, PSOE, y el Partido Popular, que ejerce actualmente el gobierno) como los principales grupos empresarios españoles cerraron filas en defensa de que se mantenga el sistema reinal.
Se entiende apoyo semejante: todos ellos esperan que Felipe sea, como lo fue su padre, el lobbista de lujo de los intereses políticos y económicos hispanos, sean estatales o privados.
El bloque es tan homogéneo que el diario símbolo de la democracia española, el madrileño El País, les viene dedicando a Juan Carlos y a Felipe loas más propias del periódico ABC, tan franquista como monárquico. Al punto que los colegas de El País hasta obviaron en su edición inicial la histórica foto de Juan Carlos I con el dictador Francisco Franco, el hombre que lo ungió rey antes del final de ese oprobioso régimen autoritario.
No es que el fin de la monarquía salve a España de su crisis. Pero para los críticos del sistema, que cada vez son más (como se vio en las recientes elecciones al Parlamento Europeo), sería un gesto de madurez y evolución democrática.
No sólo se quedarán con las ganas. Tanto para el acto de abdicación formal de Juan Carlos I como para el de la asunción de Felipe VI fueron prohibidas las manifestaciones contra la monarquía, por razones “de seguridad”. Es más, siquiera permitirán que nadie cuelgue la tricolor bandera republicana, en señal de protesta.
Así marcha la democracia española.
De ahí venimos.
(*) Jefe de Redacción de Diario PERFIL. Desde España, especial para Perfil.com