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El sastre de Balzac

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Llanto contenido. Macri estuvo dos veces al borde de las lágrimas. | cedoc

El Presidente Macri estuvo dos veces al borde de las lágrimas en los últimos meses: en el Teatro Colón y el 24A, como si no saliera de su estupor. Y en marzo de este año le pidió a Juan José Sebreli, en una entrevista a solas, que le dijera qué había hecho mal. Macri siente que tuvo buenas intenciones, que avanzó en un espeso abanico de aspectos, pero que algo falló en la economía.

En 1983, Raúl Alfonsín debía decidir qué hacer con los militares que habían participado de la dictadura militar. Las dos premisas iniciales fueron acertadas. La primera: respetar el juez natural, que en ese caso era un tribunal militar, pero fijando un plazo perentorio vencido el cual las causas pasarían a la Justicia común. Hebe de Bonafini estaba en desacuerdo, ella prefería comerse al caníbal y no respetar la jurisdicción natural. La experiencia probó que Alfonsín tenía razón. La segunda: que habría un juicio de diseño: una Cámara especial para el juzgamiento de las tres Juntas Militares, abocada exclusivamente a esa causa, y un organismo administrativo para recibir denuncias y armar un informe, la Conadep.

Pero los delitos no se agotaban en las tres Juntas. ¿A cuántos militares juzgar y en qué tiempos? Este tercer punto dividió a los alfonsinistas. Un primer grupo sostenía que debían juzgar a todos los que hubieran cometido delitos, con sus jueces naturales y en los tiempos normales de la Justicia. Un segundo grupo entendía que dejar abiertas muchas causas por mucho tiempo era un error porque quedaba una herida abierta que, más temprano que tarde, terminaría explotando. Alfonsín se volcó por la primera tesis: que fueran juzgados todos en los tiempos naturales. La crisis de Semana Santa probó que los del segundo grupo tenían razón: la incertidumbre indefinida se había propagado como una mancha de aceite sobre toda la “familia militar”.

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Macri incurrió en un error análogo con la herencia recibida del cristinismo. La suba paulatina de tarifas repercutía sobre la inflación, que a su vez iba retrasando el tipo de cambio y los salarios, luego subían las tasas para contener el dólar, pero eso deprimía la actividad, subían los salarios para compensar y, por ende, volvían a atrasarse las tarifas y seguía creciendo la inflación. El país se convirtió en una especie de ciempiés que al avanzar de un lado quedaba rezagado del otro, siempre descompensado. Así, nunca llegaron las inversiones. Y como la economía es una combinación de datos duros y creencias el juego colapsó: lo que se llamó gradualismo fue en rigor falta de sincronización. La medicación que el paciente recibía con Cristina y Kicillof era una pócima de curandero; la que pretendían darle algunos monetaristas ortodoxos no tomaba en cuenta que el paciente estaba débil y que lo mataría antes de terminar de curarlo; Macri, con un remedio relativamente correcto, equivocó la dosis y los tiempos.

Aceptar que era imposible llevar todas las tarifas a su valor real y que el Estado iba a tener que seguir subsidiando una parte habría sido una sabiduría triste. Si ese ajuste se hubiera hecho de una sola vez junto con el acomodamiento del resto de las variables, todo sincronizado, la herida no habría quedado abierta.

Una vez Rodin tenía que hacer una estatua en homenaje a Balzac y le preguntaron qué información necesitaba. “Solo hablar con su sastre, que conocía bien el cuerpo”, respondió. En los argentinos anida una cultura populista, que podría revertirse mediante una larga pedagogía ortopédica, pero mientras esa batalla no se dé (y el macrismo no se animó a librarla) el cuerpo del país es un cuerpo acostumbrado a los excesos. Es necesario hacer reformas estructurales, pero el cemento del sacrificio es el convencimiento de la gente. El que conozca la morfología de la Argentina sabe que es preferible adoptar soluciones subóptimas antes que soluciones “perfectas”, la prueba está en el éxito de la convertibilidad durante los primeros años. Y que es preferible hacer el mal de una sola vez antes que empantanarse en tratamientos penosos, que nunca terminan bien.  

*Periodista e escritor.