La semana pasada, para paliar la ansiedad que ya me provocaban las elecciones de hoy, me dediqué a leer, a ver películas, a cualquier cosa que hiciera pasar el tiempo más rápido y me alejara de la televisión. Una tarea atrasada me ayudó en semejante empresa. A mediados de septiembre había recibido un mail de la Escuela Sam Spiegel de Cine y Televisión de Jerusalén por el que me invitaban a elegir, con otros críticos internacionales, los mejores cortometrajes de sus 25 años de historia. Tenía que ver treinta cortos (más de nueve horas de material) filmados entre 1994 y 2015. La selección resultó mejor de lo que esperaba y me permitió comprobar que, como en otras partes del mundo, los mejores estudiantes habían pasado paulatinamente de ser alumnos aplicados a profesionales jóvenes del mundo del cine independiente. Los cortos permitían también apreciar una paulatina pérdida de la inocencia, en el sentido de que cierta mirada comunitaria de los primeros años, ligada sobre todo a lo doméstico, daba lugar a una estética más distanciada, más preocupada por impresionar con temas importantes (la política, el sexo, la religión) y tratamientos visuales ostentosos.
Entre los seleccionados había dos directores que conocía y cuyos filmes de estudiantes muestran que ya eran cineastas maduros. Mientras veía The Substitute, de Talya Lavie, que trata sobre una recluta del ejército que se suicida casi por aburrimiento, recordé que no sólo había visto la película, sino que la habíamos premiado en un festival de escuelas de cine. Había otro corto de Lavie, única directora repetida: Sliding Flora, una comedia original y brillante. El otro conocido era Nadav Lapid, autor de dos películas notables que pasaron por el Bafici: Policeman y The Kindergarten Teacher. Road (2004) está a la altura de ellas. Allí, la cuadrilla que pavimenta una ruta se convierte en un comando terrorista que ejecuta al pequeño empresario que la dirige. Antes de matarlo le leen los cargos, que no son personales sino la suma de los agravios que Israel les ha ocasionado a los palestinos desde la constitución del Estado. Pero el corto empieza diez meses después y se ve a una pareja joven que hace el amor al lado de una placa memorial. Es la del hombre que después veremos asesinado. El muchacho es su hijo y le cuenta a su nueva novia que la llevó allí para que lo conozca mejor. Ella le contesta que tiene la impresión de que no es la primera chica que seduce con ese recurso. Al principio parece una frase ordinaria pero, retrospectivamente, se transforma en el centro de la película. Es difícil encontrar un recurso más contundente para mostrar cómo los habitantes de Israel han naturalizado los actos de terror, conviven con ellos y hasta le sacan partido erótico.
Durante los días en que miraba los cortos se produjeron los atentados de París, frente a los cuales toda declaración tiende a pecar de desinformada, cuando no de insincera o de fanática. No creo que la escena de Road pueda figurar en una película francesa de hoy (El soldadito, de Godard, es historia antigua) ni tampoco en una película argentina, aunque en este último país un gobierno tan encallecido frente al terror como el personaje de Road pueda firmar un pacto para favorecer a los agresores. Al final, todo me devuelve a las elecciones.