Recuerdo una frase de Barthes sobre Proust: “De relectura en relectura, siempre me salteo diferentes párrafos”. No sé por qué, pero esa frase vino a mi memoria asociada con la idea de subrayar libros, dejar marcas. O quizás sí sé por qué la asocié: a un amigo le pidieron que mostrara los subrayados de un algún libro favorito para el proyecto de un fotógrafo que se dedica a documentar esas piezas. Entonces me dieron ganas de volver sobre viejos subrayados, sobre rastros de cómo leía yo mismo antaño. Rápidamente encontré en la biblioteca un ejemplar de Filosofía de la nueva música, de T.W. Adorno en la edición de Sur de 1966 traducido por Alberto Luis Bixio. Al abrirlo reparo en el precio, marcado en lápiz en la portadilla: 15 mil australes. Una compra alfonsinista. ¿Dónde lo habré comprado? No recuerdo. Y como tampoco recuerdo si 15 mil australes era una cifra más o menos alta no logro inferir si lo compré en una librería de usados o en una de nuevos.
A mediados de los 80 todavía se conseguían libros nuevos de los 60. Hoy, en cambio, es imposible encontrar en una librería de nuevos un libro de veinte años. Quizás sea producto de las modificaciones en el mercado editorial, de la alta rotación de los libros, de que luego se salden o se piquen. O también, porque en esos años aparecían cada tanto remanentes de ediciones de los 70 o de antes que habían quedado en depósitos olvidados durante la dictadura. Aunque en verdad intuyo que lo compré en alguna librería de viejo de la Avenida de Mayo, donde vivía entonces. De entrada, encuentro esta frase: “Si el arte perdió la seguridad en sí mismo que le venía de materia y formas aceptadas sin discusión, ha aumentado empero en la ‘conciencia de las penas’ (1) en el dolor ilimitado que aqueja a los hombres y a las huellas que ese dolor ha dejado en el sujeto mismo”. La nota al pie (1) remite a la Estética de Hegel, capítulo 1, página 37 en la edición alemana de 1842. Voy a ese texto en mi biblioteca, que por supuesto no está en alemán (a Adorno lo releo muy a menudo, incluso este libro lo leí un par de veces, pero a Hegel no vuelvo casi nunca) y encuentro en la Estética la frase en cuestión (traducida como “la conciencia de la tristeza”). Leer es siempre reenviar a otra lectura, de cita en cita, de subrayado en subrayado, de nota al pie en nota al pie (¿habré leído lo poco que leí de Hegel vía Adorno? Es probable, sobre todo porque casi no leí a Marx hacia atrás –Hegel, Feuerbach– sino hacia delante –Gramsci, Althusser, el Derrida de Espectros de Marx). En la página 107 descubro un largo subrayado: “Los shocks de lo incomprensible que la técnica artística distribuye en la época de su falta de sentido e insensatez, se invierten. Dan un sentido al mundo sin sentido. Y la nueva música se sacrifica a todo esto. La nueva música ha tomado sobre sí todas las tinieblas y las culpas del mundo. Su felicidad estriba en reconocer la infelicidad, toda su belleza en sustraerse de la apariencia de lo bello”. Dos palabras (“se sacrifica”) están marcadas con un círculo. Algo me interesó, me perturbó o me fascinó en esa idea. Tampoco me acuerdo qué fue. Hoy, me encuentro muy ajeno a esa idea, al valor sacrificial del arte de vanguardia y a buena parte de ese discurso de posguerra (“culpa”, “conciencia de la tristeza”). ¿Qué diré en veinte años de los subrayados de hoy?