Ya tiene algo para contarles a los nietos en la vejez, si es que logra sobrevivir y alcanza esa provecta edad. Podrá reunirlos en las tardes y contarles, con la insistencia que es propia del orgullo, que alguna vez le revoleó dos zapatazos a George W. Bush, presidente de los Estados Unidos, jefe invasor, enemigo artero. No importa que no haya dado en el blanco, como sin dudas habría querido, porque en cualquier caso, su mérito tuvo. Acaso preferirá omitir que el primer mocasín fue esquivado por el mandatario norteamericano, con una rapidez de reflejos que aquellos que se ensañan, impiadosos, con su pasado de bebedor no habrían esperado de él; y que el segundo mocasín fue desviado de su trayectoria por un manotazo servicial del no menos servicial premier iraquí. A esa altura de los acontecimientos, no pocos agentes de seguridad se ocupaban de pisotear, y no precisamente descalzos, al audaz tirador de zapatos.
Dado el contexto general en que aconteció, hay que tomar al episodio como un claro acto de guerra. Y en eso encuentra justamente su sentido. Jean Baudrillard ha señalado, a propósito de la Guerra del Golfo del ’91, que el ataque a distancia en la noche y con misiles ponía a la agresión bélica de los Estados Unidos bajo esa consigna que es tan propia de su trato social general: “nothing personal”. De ahí la importancia de este agravio perpetrado en plena conferencia de prensa, por indoloro que haya resultado: que estuvo personalmente dirigido. La guerra anónima e impersonal se revierte así en la verdad de una agresión cara a cara; y no contra cualquiera, sino contra uno en especial, el jefe de los jefes. El suceso encuentra en este sentido su correspondencia posible con otro suceso, aunque aquel otro haya tenido las mayores consecuencias y este otro por lo visto no vaya a tener ninguna: la excavación por sorpresa de Saddam Hussein, su impactante detención en el pozo ciego de un jardincito cualquiera. La guerra desmesurada y general, la macroguerra de la ultratecnología, se vuelve de pronto más concreta y más específica, se vuelve una microguerra de la pretecnología, y toca la realidad inmediata del destino de un solo hombre.