En el ángulo superior derecho de la home de la agencia oficial de noticias Télam, llamó la atención en estos días una sección titulada “Cristina Fernández, compañera Presidenta”.
Convertida en una suerte de receptáculo de conceptuosos pésames y militantes voces de aliento, se decidió ilustrar dicho rincón editorial con una CFK protegida por la misma escafandra de la tira El Eternauta que apareciera en versión gigantográfica para desearle larga vida a Néstor Kirchner durante un acto juvenil en el Luna Park, seis semanas antes de terminar ornamentando la Pirámide de Mayo durante las multitudinarias exequias del ex mandatario.
Mientras en Seúl la viuda de Kirchner cumplía dos semanas de riguroso luto abrazada por los colegas del G20, sus soldados mediáticos apelaban a una metáfora ilustrada para probarle el traje de combativa eternidad diseñado en principio para su marido.
En uno de los textos-homenaje colgados en el website de Télam se da por hecho, confundiendo bastante las cosas, que “la sucesión” del uno a la otra se concretó el fatídico miércoles 27 de octubre pasado y no el festivo y prometedor lunes 10 de diciembre de 2007 cuando, en efecto, Cristina sucedió a Néstor en el uso de los atributos presidenciales.
La propaladora gubernamental, una maquinaria bastante aceitada en la que mucho influyen periodistas e intelectuales de influencia cero en la toma de decisiones políticas reales, pareciera enderezarse hacia cierta mistificación del poder, la templanza y el talento de Cristina que nadie se sintió en la obligación siquiera de insinuar cuando Néstor vivía y ella ya era la receptora del mandato popular.
“No es disparatado hablar hoy del mejor momento de Cristina”, acaba de conceder el periodista Horacio Verbitsky en un reportaje a la revista Noticias, refiriéndose, desde luego, al masivo apoyo político desplegado durante los funerales y no a costados personales ni mucho menos íntimos, con lo cual no se achica la dramática contradicción, sino tal vez todo lo contrario. En todo caso, dependerá sólo del talante de CFK cómo procesar el contraste entre el alza en las encuestas y tan terrible baja espiritual.
“Ahora va a ser difícil ir contra Cristina desde adentro del PJ”, evaluó el filósofo Ricardo Forster en otra entrevista de esta semana, en su caso al semanario Debate, lo cual puede sonar sensato hoy por hoy en términos de competencia electoral. Quizás resulte algo infantil, sin embargo, dar por hecho que los chispazos entre ministros a los que con Néstor nadie se animaba, y que esta semana cobraron evidencia pública con la Presidenta aún de negro y de viaje, no apuntan a un barajar y dar de nuevo en el equilibrio interno de la gestión y sus proyecciones al año electoral que se nos viene encima.
Antes estaba Néstor para disciplinar sin tregua a funcionarios, sindicalistas, legisladores, caciques provinciales y punteros de toda laya, incluso hasta la ruptura. Ahora se verá si el “ala bienpensante” del oficialismo estará en condiciones de aportar algo más que imágenes llamativas y palabras civilizadas a la “profundización del modelo”.
Intentarlo no evitará tensiones. ¿Cristina creerá, como cree Verbitsky, que Daniel Scioli acabará siendo “un error político de Kirchner” como lo fueron Cleto Cobos y Felipe Solá?
Sin Kirchner, nada en el kirchnerismo será igual. Tampoco fuera de él, donde se viene destilando más crispasión que en ninguna parte. Lo que hasta hace poquito se denominaba casi con simpatía “borocotización”, hoy se dice “coima”.
Algunos opositores ya juegan a que “contra Néstor estábamos mejor”. El gran desafío del Gobierno y sobre todo de Cristina es edificar un contrasentido: que estamos mejor sin él.