Hay preguntas que vuelven como un ritornello, como un agua que no desemboca: “¿En qué se reconoce una política? Por supuesto, en sus efectos reales o imaginarios (previstos)”. En dos años y un mes, Argentina celebrará con no se sabe para qué su Segundo Centenario.
Tal vez, sólo tal vez, el Teatro Colón esté reinaugurado para algarabía de embajadores, ministros y princesas invitadas. El Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires, por su parte, seguirá siendo la nada que es ahora. La obra de ampliación del Museo Nacional de Bellas Artes no ha comenzado, como tampoco el reciclado del edificio de Correos. El Centro Cultural Recoleta es una ruina y los miles de metros que el “nuevo” Centro Cultural San Martín destinará a la tecnología de punta parecen un chiste de mal gusto en un país con problemas de provisión energética (sin ninguna nueva central prevista, salvo las termoeléctricas compradas a los apurones, que son como un plug and play de bajísimo rendimiento, y además contaminantes), con trenes catatónicos y sin rutas adecuadas (la autopista Rosario-Córdoba no estará terminada este año y es sólo un tramo de los miles de kilómetros que se necesitan). El Teatro Nacional Cervantes sigue esperando el tiro final, el Riachuelo cada vez hiede más y la Reforma Educativa quedó en declaraciones de principios bellos. Mientras tanto, las clases en la Universidad de Buenos Aires comenzaron con edificios en situación crítica (algunos sin provisión eléctrica, otros sin gas, sin ascensores, con déficit de aulas y de implementos básicos) y la lluvia y el frío nos dan miedo como nunca antes.
No hay una sola obra de envergadura que permita pensar en efectos (reales o imaginarios) a mediano plazo. El gran problema argentino pasa estos días por las retenciones: no las retenciones a la renta agraria, ni la retención insensata de reservas en un país sin crédito, ni la retención suicida de los índices inflacionarios, sino la retención de políticas de Estado. Es como si la casta de gobernantes tuviera problemas para evacuar ideas y proyectos: cien días de estreñimiento. Preguntas que no vuelven como un ritornello, me corrijo, sino como un cólico.