Las noticias de esta segunda semana de acefalía fueron tan grotescas y siniestras que nos eximen de refutar la máscara sonriente de funcionarios y candidatos. Sabemos que su énfasis en lo positivo es falso. Es innegable que los problemas son lo suficientemente graves como para que no se los pueda resolver sin mencionarlos. Pero nos falta establecer –y me conformo hoy con enunciar la pregunta– por qué tanta insistencia en propuestas y proyectos se traduce en su absoluta ausencia.
Fritz Lang citaba como única escuela a las malas películas, decía que nunca había aprendido nada mirando una buena, porque las disfrutaba demasiado como para andar fijándose cómo estaban hechas. Pero las malas, decía, “siempre tienen algo que me hace decir: un momento, esto no funciona, esto habría que hacerlo de otra forma”. Lang fue uno de los grandes directores de la historia y, como muchos de sus contemporáneos, llegó al cine habiendo probado antes otras disciplinas e inventándolo sobre la marcha. Sus posturas políticas, menos importantes en el resto de su obra, cobran relevancia en reacción al nazismo. Le pasa lo mismo que con las películas: sólo actúa en contra de lo que está mal. Esto nos pasa a muchos: no nos ocuparíamos de la política si no se hubiera convertido en una amenaza.
Cuando John Ford renunció a filmar Man Hunt, en 1940, Lang hizo todo lo posible para heredar el proyecto. “Era la primera vez que tenía la oportunidad de mostrar el nazismo al público americano.” Vista hoy, la película es muy inocente; los villanos podrían pertenecer a una potencia inventada, como Syldavia, y la misma historia podría haberse adaptado a cualquier momento histórico con naciones en guerra. Aunque Lang se toma licencias notables –los personajes hablan alemán sin subtítulos durante los primeros quince minutos– sus nazis resultan objetivamente mucho más civilizados que el kirchnerismo. No ayuda el exiguo presupuesto, para el que Lang tenía una explicación curiosa: “Zanuck, el productor, me dijo: no muestres mucho la esvástica, no nos gusta. Pero era la primera vez que yo podía mostrar lo que la esvástica significaba, así que puse esvásticas por todos lados. Zanuck no dijo nada, pero creo que por eso no nos dio más plata.”
Nosotros no tenemos ni un Lang ni un Zanuck, pero nos debatimos en términos abstractos entre la vocación del primero por resolver lo que está mal y la obligación populista del segundo por ofrecer algo positivo, y por lo tanto vendible. Desprecio la sanata optimista de Massa porque es mentira, pero entiendo la necesidad de contrapesar el horror del kirchnerismo con una visión productiva, que no lo contenga. Lo que no creo es que sea conducente.
Frank Capra era Zanuck y era Lang, las dos cosas. Siempre dijo lo que quería decir con una capacidad admirable para venderlo. Pero cuando le encargaron Por qué luchamos, una serie de documentales de propaganda antinazi, no supo qué hacer. Vio El triunfo de la voluntad. “Me dio un miedo espantoso. Se lo mostraban a la gente y la gente decía: ‘OK, ¿dónde hay que firmar?’ ¿Qué le podés oponer a eso? Por suerte tuvimos una idea simple: no proponer nada, no mostrar que nosotros éramos buenos, porque eso era irrelevante. Decidimos mostrarle a los soldados quiénes eran los nazis y qué querían hacer. En algún sentido les mostramos también El triunfo de la voluntad, para que vieran lo que nos iba a pasar si perdíamos.”
Veremos otros después, pero un motivo posible para la ausencia de proyectos atendibles en esta campaña es que no hacen falta, ni le harían sombra a un gobierno que oprime, mata y altera estadísticas de mortalidad. Lo que hay que mostrar es eso. Comparado con Capra, Lanata es muy modesto, pero no desdeñable, y contamos también con la ineptitud autodestructiva de un gobierno desbocado. El espectáculo es menos refinado, pero tan macabro como el de Riefenstahl. Lo que no sabemos todavía es a quién mostrárselo, quién va a hacer algo para detenerlo.
*Escritor y cineasta.