COLUMNISTAS
UN PAIS EN SERIO

El último ajuste

“Impuestazo” o “beneficio” para los que menos tienen son cuestiones subjetivas. Las metas bautizadas con “cero”.

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'Por ahora lo que está moviendo al país es la minería . Al menos está moviendo a un montón de gente a la calle.' | cedoc

Entro a mi oficina y está Herminia, la señora de la limpieza, levantando copas, botellas y restos de turrones y pan dulce.

—Un desastre –dice.

—Disculpame, Herminia, mucho brindis de fin de año, mucho festejo, mucha reunión…

—Un desastre lo de tu productora –me interrumpe.

Me quedo un rato en silencio, mirando las cajas apiladas con todas las pertenencias. En un rato llega el camión de la mudanza.

—Tuvimos que cerrar, Herminia, lo siento –explico–. Tuvimos que arreglar las cuentas y se vino una reestructuración que…

—¡Un ajuste! –exclama, interrumpiéndome–. ¡Un ajuste brutal contra los que menos tienen!

—Mire, el mayor ajuste lo estamos soportando nosotros. Así que, si hay ajuste, es contra los más privilegiados. Para que los que menos tienen la pasen bien.

—¡Un ajuste es un ajuste! –se queja Herminia.

—¡Tiene razón, Herminia! –exclama Carla, mi asesora de imagen, que entra a la oficina dando un portazo–. Y un buen ajuste tiene que ser siempre el último ajuste.

—¿Cómo que el último? –pregunto.

—Claro, si no pensamos que un ajuste es el último, no se puede soportar –explica Carla–. Es como el: “una más y no jodemos más”.

—O el “pero antes un poco de dunga dunga” –agrego.

—Veo que vas entendiendo.

—¿Y la Ley de Emergencia Económica del Gobierno es un ajuste o no? –pregunto–. Porque tengo que mandar mi última columna política y no me queda claro.

—Ah, las definiciones –suspira Herminia.

—Es todo muy subjetivo –agrega Carla–. No es un término como “desaparición forzada”, que sí está tipificado en el código penal. “Ajuste” o “impuestazo” son cuestiones subjetivas.

—O sea, las definimos las personas…

—Y, sí –sigue Carla–. Una medida económica carece de poder de autodefinición. Así que no se puede percibir a sí misma como “ajuste” o “beneficiosa para la gente”.

—¿Y qué va a pasar con el dólar? –pregunta Herminia–. Yo tengo que mandar dólares a mi familia en Paraguay y…

—Nooooo –interrumpe Carla, tajante–. Los dólares nos los quitaron. No existen, no están. Son como las vacas del campo. Ahora solo hay soja.

—Hablando del campo, ¿qué creés que va a pasar con las retenciones?

—Nada –responde Carla.

—¿Cómo que nada? ¿Hay retenciones y no va a pasar nada?

—El Gobierno recién asume, Alberto ya dijo que aprendió de los errores de la 125 y que va a ayudar a los pequeños y medianos productores. Además, una supuesta unidad de la Mesa de Enlace puede tardar más que la llegada de Russo a Boca.

—Pero el campo se supone que mueve el país.

—Me parece que por el momento lo que está moviendo al país es la minería –opina Carla–. Al menos está moviendo a un montón de gente a la calle.

—No entiendo cómo es que salió tanta gente a la calle en Mendoza.

—Sí, inexplicable –dice Carla–. Se trata de una actividad que deja poquísimo rédito al país, que crea muy pocas fuentes de trabajo, que destruye las montañas y los paisajes, y contamina el agua con cianuro. No sé de qué se quejan. Para mí que a la gente no le gusta el progreso.

—¡Un desastre! –exclama Herminia.

—¿Usted también está en contra de la minería, Herminia?

—Digo que es un desastre esto que hicieron –dice Herminia con cuatro botellas de champagne vacías en sus manos–. ¡Se tomaron hasta la presión!

—Es época de festejos –explico–. Y, sobre todo, de despedidas. Nos vamos, Herminia.

Suena el timbre. Moira, mi secretaria, abre la puerta de la oficina.

—Llegaron los de la mudanza –dice.

—Entran cuatro muchachos que empiezan a cargar cajas, sillas, escritorios, todo.

—Es el final –digo, algo acongojado.

—Tranquilo, cumpliste con algo con lo que nadie logró cumplir –me dice Moira, que se acerca y me pone la mano en el hombro, para consolarme.

—¿Con qué? –pregunto, a punto de largarme a llorar.

—¿Viste que cada gobierno nuevo que asume le pone un “cero” a sus metas?

—No entiendo –digo.

—Sí, “pobreza cero”, “hambre cero”, “inflación cero”, “déficit fiscal cero”, “desocupación cero”.

—Ah, sí. ¿Pero eso qué tiene que ver conmigo?

—Cerrando tu productora lograste cumplir con tu meta de “periodismo cero”.

—Sos muy cruel, Moira –digo, al borde de las lágrimas.

Herminia se lleva las bolsas de basura sin decir palabra. Los muchachos de la mudanza cargan los últimos muebles. Carla me mira, me abraza y me toma los cachetes con sus manos.

—Tenés razón –concluye–. Tenemos que dejar de usar la palabra “cero” por lo menos por dos años.