COLUMNISTAS
opinión

El último antisistema del ascenso

2023_08_13_dario_dubois_cedoc_g
Darío Dubois. Un rebelde del fútbol. | cedoc

El vestuario de Midland es como cualquiera podría imaginar que debe ser el vestuario de Midland. Por cierto, nada muy diferente a otros vestuarios de otros clubes de las categorías más bajas del ascenso: paredes con humedad, mobiliario desvencijado, olor a aceite verde. En un rincón de ese rincón de Merlo, sentado en un banco de madera gastada, el marcador central sostiene un espejo con una mano y con la otra toma maquillaje blanco para pintarse la cara. Corrige detalles hasta que cubre cachetes, frente y mentón. Después hunde el índice en el pote de pintura negra y se lo pasa alrededor de los ojos y la boca. Los compañeros sonríen, hacen comentarios en voz baja, pero ninguno se sorprende. En minutos arranca el partido y el marcador central ya está preparado para salir al campo de juego. Allá va Darío Dubois, mitad Kiss, mitad Guasón, el antisistema de botines y pantalón corto.

Hasta que la AFA registró la anomalía a mediados del 98, Dubois jugó catorce partidos con la cara pintada. Cuentan que el propio Julio Grondona registró el caso y que desde entonces prohibió que los futbolistas jugaran todos embadurnados con maquillaje. Pero el episodio de la cara pintada, de todos modos, no fue el único gesto de rebeldía del marcador central. El tipo discutía por su plata y la de sus compañeros, se enfrentó a sponsors que no cumplían sus promesas de pagos, denunció con nombre y apellido a un dirigente de otro equipo que había querido sobornarlo y hasta le manoteó unos billetes que se le cayeron a un árbitro que acababa de expulsarlo y salió corriendo con el botín hasta el vestuario.

Pero hay más: Dubois se deconstruyó antes de la deconstrucción. Un día podía caer en un entrenamiento con los rulos alisados con planchita y otro con el pelo platinado a lo Susana. Tampoco tenía pruritos en contar que las pinturas que usaba en la cara se las prestaba su pareja trans. Una vez explicó: “Eran de muy buena calidad, me las habilitaba una novia que tenía que era medio travesti. Digo ‘medio’ porque el ambiente del fútbol es remachista. A mí me encantan las travestis, los homosexuales, las mujeres…”.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Fanático del heavy metal, el marcador central también armó bandas de rock con las que tocaba en vivo para sumar unos pesos a los pocos que le dejaba el fútbol. Ahí, en el mundo del rock pesado, era donde se sentía más cómodo. “El fútbol es muy fascista, todos tienen que usar pelitos cortos, estar bien empilchaditos y todo eso –definió–. Yo escuchaba heavy metal satánico de Finlandia, Noruega. Andaba recroto, sucio, con cadenas, tachas y toda esa historieta. ¿Fue muy loco, no?”.

Dubois se crió en Villegas, un barrio pobre de La Matanza, en una familia con más necesidades que ingresos. Hizo las inferiores en Nueva Chicago, debutó en Yupanqui y desde ahí paseó su informalidad por clubes de la C y la D: Lugano, Midland, Riestra, Laferrere, Cañuelas y Victoriano Arenas. En 2005 se rompió los ligamentos en un partido que jugaba para el club de Valentín Alsina. Tenía 34 años y la lesión lo despidió del fútbol.

Alejado de la pelota, el exmarcador central se metió de lleno en el mundo rocker. Empezó a trabajar como sonidista, a alquilar sus equipos para recitales y a fabricar sahumerios. Hasta que una noche dos sujetos esperaron a que saliera de su casa, en un monoblock de Ciudad Evita, lo encararon y le dispararon dos veces. Murió diez días después, el 17 de marzo de 2008. El parte oficial enmarcó el asesinato en un intento de robo. Al entorno de Dubois nunca le cerró esa versión; de todos modos, el crimen no se investigó.

Hace quince años que dos balazos certeros apagaron al último antisistema del ascenso. En un vestuario de un modesto equipo de la C un espejo estalló en mil pedazos y un pote de maquillaje blanco quedó aplastado bajo los tapones de unos botines demasiado gastados.