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El último saludo

Hay virtudes que son difíciles de precisar. Hace un tiempo, una funcionaria que hoy es diputada nacional me dijo que Alberto Fernández era el hombre más inteligente que había conocido en su vida.

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Hay virtudes que son difíciles de precisar. Hace un tiempo, una funcionaria que hoy es diputada nacional me dijo que Alberto Fernández era el hombre más inteligente que había conocido en su vida. En la noche del jueves, después de su despedida en el escenario, la televisión mostró a Fernández hablando de la extraordinaria inteligencia de Cristina Kirchner y recurriendo a su muletilla preferida: “Honestamente”. En sus tiempos de superministro la usaba en cada frase y todas tenían la misma estructura: “Honestamente, hay que reconocer que...”, comenzaba, y luego venía una mentira o un remate banal siempre equivalente a “... el Gobierno tiene razón y la oposición está equivocada”. En ese contexto, es difícil entender la honestidad. También la inteligencia.

En los últimos tiempos, los medios le adjudicaron a Fernández otra virtud: la de ser el único moderado en un cónclave de ultras. Se le hizo fama de dialoguista, pero los ciudadanos comunes no pudimos apreciar esa virtud. Es posible que, puertas adentro, se ocupara de controlar las rabietas del jefe, de sugerir que los precios no bajan por más que se golpee a los empleados del INDEC o que el tren bala no es el mejor transporte hacia el futuro. Sin embargo, nunca exhibió esa moderación en público: defendió cada uno de los proyectos del Gobierno y jamás se le escuchó concederle algo a un adversario, ni siquiera la cortesía de tenerlo en cuenta.

Tanto en el acto como en las declaraciones del jueves, la virtud que Alberto Fernández intentó exhibir, como si la representara en un teatro, fue la fidelidad. Repitió hasta cansarse que a Cristina la quería mucho y que Néstor era un estadista maravilloso. Se pronunció contra los réprobos, anunció que el Gobierno no estaba en crisis, que la solidez del justicialismo era envidiable y hasta pronosticó un inminente descenso de la inflación. Era difícil entender por qué había renunciado, pero sus palabras complementaban la ronda de besos y abrazos a la que se había entregado horas antes. Parecía querer probarles a los muchachos que seguía siendo uno de ellos y que estaría eternamente agradecido a sus jefes. Esa tarde, el clima era de fiesta pero había algo patético en el aire.


*Escritor.