La paranoia es un fenómeno psicológico contagioso. Afecta al individuo, pero rápidamente puede volverse colectiva, incontrolable y peligrosa. El psicólogo y ensayista italiano Luigi Zoja (presidente en su momento del Centro Internacional de Psicología Analítica) lo advierte en su exhaustivo trabajo “Paranoia, la locura que hace la historia”, publicado en 2014. No es un fenómeno nuevo, apunta Zoja, sino que va y viene. Y el coronavirus parece haberlo llamado para que venga. El resultado es un cóctel patético. Gobiernos en pánico que toman medidas a ciegas tratando de que parezcan lógicas, presidentes que creen en fake news y las difunden, terrorismo informativo, empresas, instituciones y personas que eligen el aislamiento “por las dudas”, xenofobia, especialistas y científicos que se contradicen y crean más confusión, leyendas urbanas. Mientras tanto el dengue avanza en silencio y victorioso, la gripe común, la malaria, la tuberculosis, el chagas y otras “enfermedades de la pobreza” lo acompañan diezmando poblaciones y nadie mosquea por ello (especialmente gobiernos, laboratorios farmacéuticos, organismos internacionales, medios, redes sociales, etcétera).
La caza de brujas en la Edad Media, el nazismo, pavorosos genocidios a lo largo de la historia, persecuciones raciales, xenófobas y religiosas, discriminaciones de distinto tipo tienen su origen en la paranoia. La búsqueda de un chivo expiatorio en el cual depositar temores, fantasmagorías, prejuicios, pulsiones reprimidas, además de temas no abordados o no resueltos, empieza en las psiquis individuales y se convierte en peligrosas pandemias con trágicas secuelas.
Todos somos potencialmente paranoicos, explica Zoja. A mayor globalización interactuamos con más extraños, se extiende la desconfianza, nos nucleamos y abroquelamos en reductos físicos o sociales en donde sentirnos seguros. Para reforzar eso requerimos un peligro externo. Pueden ser los miembros de una religión, los inmigrantes, los vecinos, los asiáticos (si no lo somos), los negros (cuando somos blancos), cualquier diferente. O un virus.
Como señaló Freud, hasta el paranoico tiene razón una vez en su vida. Y eso lo afirma en su paranoia. El virus existe. Pero, comparado con las diez enfermedades que más muertes generan anualmente según la OMS (Organización Mundial de la Salud), sus efectos son más mediáticos que letales. Y más peligroso que el Covid-19 podría ser el virus de la paranoia. Sobre todo, porque actúa asociado a otros, como el de la ignorancia y el de la pereza mental. Véase la velocidad con que, sin chequear procedencia, fuente y contenido se desparraman en las redes sociales, en los portales de noticias y hasta en medios gráficos y audiovisuales “información”, “consejos” y parloteo sobre el virus. Se expanden las conductas y las suposiciones irracionales de mucha gente, incluso de los que parecen capaces de razonar. Hipótesis delirantes conviven a la par de datos ciertos que pasan ignorados. Según Zoja, hoy vivimos tiempos de “paranoia suave”. Subliminal. Los mensajes y las informaciones son cada vez más simples, más básicos, menos fundamentados. La simplificación exime de pensar, de reflexionar, de comparar, de deducir, de investigar.
El pensamiento, sobre todo el pensamiento crítico, requiere actividad, y muchos seres humanos prefieren la pasividad. “Hay muchas personas que le han dado a su inteligencia vacaciones perpetuas”, sentencia Zoja en una entrevista al respecto (http://bit.ly/luigi-zoja-coronavirus). Entre esas “muchas personas” suelen verse gobernantes, dirigentes de organismos internacionales, informadores y hasta especialistas como el infectólogo británico Richard Hattchet que, sin medir las consecuencias de su afirmación, dijo: “Esta es la enfermedad más aterradora con la que me encontré en mi carrera”. O su carrera es corta o la Gripe Española que mató 40 millones de personas en 1918 no existió. Terrorismo informativo, afirmaciones irresponsables, ignorancia, pereza mental y paranoia hacen un combo fatal, para el que por ahora no parece haber vacuna.
*Escritor y periodista.