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El voto a Milei por otros miedos

Milei Temes Nuevo
Por primera vez, las encuestas muestran una importante caída en la imagen positiva de Javier Milei. | Pablo Temes

Argentina vive por estas horas un momento inédito: por primera vez en la historia, unas elecciones internas, primarias y abiertas han generado tanta expectativa para definir a los principales candidatos presidenciales. Hay que decirlo: la dedocracia ha muerto. Y esto es una buena noticia. Es que la democracia se consolida, precisamente, cuando se cumplen cuatro décadas ininterrumpidas de celebrar campañas electorales. Pero ese signo de fortaleza, que debería despertar euforia en un país que sufrió como pocos el horror de una dictadura, no se traduce en una fiesta cívica. Todo lo contrario: lo único que crece es el descontento y la apatía. No hay margen para festejos en una democracia tan acotada.

La patología se evidencia en las últimas semanas de esta elección presidencial sin antecedentes en la Argentina. Es que las votaciones provinciales que se vienen realizando desde hace algunos meses muestran un aumento del rechazo a la propia jornada electoral. La acción de emitir un voto en una urna empieza a perder valor. Ahí están los datos para verificarlo: el domingo pasado en el Chaco, por caso, el 49% se abstuvo de votar. Y, entre quienes participaron de los comicios, el voto en blanco fue la tercera opción más elegida, con cerca del 10%. Casi la mitad de los chaqueños no quiso elegir. Preocupante forma de (no) expresarse en democracia.

Se trata de un fenómeno nocivo que se viene observando desde que se inició el calendario electoral en los distritos que ya adelantaron elecciones para cargos provinciales. Si se toma en cuenta el porcentaje de sufragios nulos (sumando la abstención, el voto blanco y el voto impugnado), las cifras son realmente alarmantes. El ranking de electores que decidieron no participar de los comicios lo encabezan Tierra del Fuego (46%), Mendoza (43%), Corrientes (40%), Río Negro (38%), San Luis (36%) y Salta (35%). Luego siguen La Rioja (34%), Misiones (33%), Jujuy (33%), San Juan (32%), La Pampa (32%) y Neuquén (30%). Al menos una de cada tres personas decidió no votar en los últimos meses en la Argentina. Curiosa forma de homenajear a la democracia que tanto costó recuperar.

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Por otra parte, es interesante advertir que en todas estas elecciones, los candidatos que fueron auspiciados por Javier Milei no llegaron nunca a reflejar el fuerte caudal electoral que anticipaban las encuestas. Los casos más sorpresivos fueron los de Martín Menen, sobrino del expresidente Carlos Menen, que fue votado por el 15% de los riojanos;  el de Andrea Almirón, particular y conservadora pastora evangelista, que solamente obtuvo el apoyo del 7% de los fueguinos; y el de Ricardo Bussi, hijo del exrepresor Antonio Bussi, que fue acompañado tan solo por el 4% de los tucumanos. En el resto de las elecciones provinciales, el desempeño de los candidatos de La Libertad Avanza fue aún más pobre.

Este paradigma se da en paralelo al registro que evidencian las encuestas de una importante caída sobre el apoyo de Milei en las últimas semanas. Si hasta hace pocos meses los sondeos hablaban de una aprobación de entre el 25% y el 30% para el libertario, hoy los mismos estudios reflejan que Milei alcanzó un punto máximo y que su estrella empieza a desinflarse. Se trata de un descenso que significa un bajón en torno a los cinco puntos. Aquella imagen de tres tercios para las PASO, que hasta hace poco tiempo posicionaba a La Libertad Avanza con un respaldo similar al que cosechaban Juntos por el Cambio y el Frente de Todos, representa ahora un escenario que comienza a ponerse en duda. Si antes Milei tenía un piso electoral en torno al 20%, ahora ese porcentaje se ha convertido en su techo. De concretarse este anticipo, el candidato outsider podría quedar en los márgenes del ballotage.

Aumenta el voto bronca, que muestra el rechazo a la democracia.

La democracia moderna argentina se consolidó, en gran parte, gracias al aporte de pensadores como Carlos Nino. Abogado, filósofo y sociólogo, Nino fue el artífice del establecimiento de una normativa jurídica histórica que permitió condenar a las juntas militares y fue también el arquitecto de los postulados éticos que dieron vida al sistema republicano actual. En La constitución de la democracia deliberativa, este inmenso autor respondió a la pregunta fundamental sobre qué justifica la democracia, poniendo énfasis en su carácter deliberativo. Según esta concepción, se trata de un régimen político que debe constituirse a través de un diálogo deontológico que, desde la imparcialidad, permita establecer los intereses de todos los ciudadanos.

En la búsqueda de una justificación normativa para la democracia, Nino estableció lo que sería el principio filosófico del régimen: la democracia es “un proceso de discusión moral sujeto a un límite de tiempo” que permite “superar conflictos y alcanzar cooperación convergiendo en acciones y actitudes sobre la base de la aceptación compartida de los mismos principios de conducta”. Por esa razón, la democracia posee “un valor epistemológico”, que se sostiene a través de “un buen método, aunque falible, para acercarse a la verdad moral”. Para que el sistema funcione es preciso que su principal herramienta (las elecciones) deban tener el carácter de una “decisión obligatoria”. La calidad epistémica de la democracia, por lo tanto, se sustenta en esa raíz de obligatoriedad de la decisión masiva: sin la participación colectiva la democracia pierde su razón de ser.

El crecimiento de Milei ponía en duda, precisamente, esa cualidad normativa de la democracia. Porque su rechazo al sistema político así lo atestiguaba. Pero el cuestionamiento a toda la clase dirigencial por igual ahora presenta otra raíz. La desaceleración que protagoniza Milei por estas horas se desarrolla a la par del aumento de los votos nulos y de la abstención electoral. Ambos procesos relacionados parecen demostrar que si en algún momento el libertario encarnó el cuestionamiento a la política profesional, ese vínculo parece haberse atenuado. Aunque prevalece el discurso evidente en contra de la casta, el vehículo para motorizar ese enojo ha cambiado: el voto bronca ya no se canaliza a través del líder de La Libertad Avanza, sino directamente por medio de la impugnación al propio acto electoral. Es un voto a Milei por otros medios.

Un voto que, si bien aleja el fantasma de la irrupción de un presidente antisistema, no termina de disipar los miedos que se generan cada vez que se empuja a la democracia hasta sus límites.