Generalmente asociamos “democracia” con “elecciones”, pero no siempre estos conceptos estuvieron relacionados, ni es verdad que donde se celebran elecciones hay democracia. En la Grecia clásica, Platón y Aristóteles desarrollaron los primeros conceptos acerca de la democracia. Platón, ateniense de prosapia, planteó en La república ideas más elitistas, mientras Aristóteles propuso en La política ideas más abiertas. A diferencia de su maestro, había nacido en Estagira, carecía de derechos políticos en Atenas, y en vez de llamarlo por su nombre, le decían “el estagirita”, algo así como “el ecuatoriano” en otros contextos xenófobos.
La democracia nació para impedir la concentración del poder y la “perennización” de los autócratas. Aristóteles la definió como un sistema en el que “se gobernaba y se era gobernado por turnos”. Creía que las elecciones hacían que triunfaran la demagogia de los oradores y las dádivas de los ricos y patrocinaba que las autoridades se designaran por sorteo. En Grecia se designaba así a casi todos los funcionarios, incluso el Epístases, máxima autoridad que presidía todos los organismos importantes, tenía las llaves del tesoro, el sello de la ciudad, recibía a los emisarios extranjeros. Duraba un día en sus funciones y podía ejercer el cargo solamente una vez en la vida.
Las elecciones fueron inevitables en sociedades más grandes. Con la Revolución Francesa se instaló la idea de que el poder legítimo provenía de las urnas. La imprenta posibilitó que se publicaran libros, periódicos, que se discutieran ideas. Se instauró una democracia elitista que excluyó a la mayoría de la población: votaban solamente los varones que tenían propiedades y leían. Con los años la democracia se amplió, incluyó progresivamente a toda la población. Los nuevos electores llegaron con una agenda despreciable para las viejas élites. La participación de la mujer en la política tuvo resistencia en muchos países, en los que apenas pudieron votar a mediados del siglo XX. Los regímenes comunistas no dieron ninguna importancia a la mujer, con la salvedad de las exóticas esposas de Mao y Ceausescu. Actualmente las mujeres no sólo participan en la política, sino que lograron que Occidente evolucione, como lo estudiamos en uno de nuestros libros.
La relación entre elecciones y democracia no es mecánica. Dos autoritarismos fanáticos celebran elecciones en estos días: Kim Jong-un las ganó en Corea del Norte con el 99% de los votos. Irán elige su presidente en elecciones relativamente competitivas, entre candidatos aprobados por un consejo de clérigos que se ocupa de que todos crean lo mismo y obedezcan a un imán con plenos poderes e iluminado por Dios. Hace pocos meses, en un seminario celebrado en México, militantes de grupos que participaron en la Primavera Arabe y se hicieron célebres en Occidente cuando usaron sus celulares para derribar al gobierno de Hosni Mubarak, explicaron por qué apoyan ahora a su copia exacta, el general Abdelfatah al-Sisi, que obtuvo el 97% de los votos en las últimas elecciones manejadas por las fuerzas armadas.
Plantearon un problema complejo: si en Egipto se celebraran elecciones sin fraude ganarían abrumadoramente los Hermanos Musulmanes y los salafistas, que instaurarían un gobierno religioso como el de Mohamed Mursi, que acabaría con todas las libertades.
Son muchas las preguntas que plantea el hecho de que en varios países existan mayorías que quieren vivir en el oscurantismo religioso. El tema tiene en muchos países islámicos la misma actualidad que la que tuvo hace poco tiempo en el seno de la cristiandad.
En Africa hay líderes que permanecen en el poder por décadas y obtienen más del 90% de los votos en elecciones convenientemente organizadas. Desde hace varios lustros las fuerzas armadas venezolanas se perpetúan en el poder con elecciones sin garantías para la oposición. La democracia existe no sólo cuando se vota sino cuando funcionan sistemas electorales modernos y confiables.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.