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Elogio de la impersonalidad

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Atraídos, como bichos por la luz, por la resonante palabra “cultura”, quizás desatendimos un poco a las otras dos palabras: la palabra “destacada” y la palabra “personalidad”. Desconfío de los ensañamientos, cuando todos los dedos se alzan y acusan a la vez; por eso me pareció adecuado hacer a un lado a Marcelo Tinelli, para invitar a preguntarnos en cambio por el grado de tinellismo que puede existir en cada uno de nosotros (alguna vez razoné de ese mismo modo a propósito de Eduardo Feinmann, sin lograr que él me entendiera). Tanta y tanta demonización me remite en general a un exorcismo: a la conjura espantada de aquello que, en verdad, al menos en parte, nos habita.

Pero la fórmula establecida para el reconocimiento dispensado por nuestros legisladores no dice “destacable”, dice “destacada”. Es decir que no pone en juego ningún afán de examen ni de revelación, no busca destacar sino señalar lo que ya se ha destacado. Amplias zonas de nuestra cultura, plenas de talentos y de méritos, quedan por eso mismo, y por definición, fuera del horizonte propuesto. Porque corresponden a esos libros, esos teatritos, esas músicas, esas galerías, ese cine, que lamentablemente recorren circuitos más restringidos, menos difundidos, menos resonantes. Por supuesto que sería bueno que llegaran a muchos más (por ejemplo, y por lo pronto, a nuestros legisladores, que presiento que los ignoran), pero eso no siempre es posible dentro de las condiciones sociales y culturales existentes (y cuya transformación lejos parece estar del espíritu de esos legisladores, no menos que de su ideología política).

La palabra “personalidad”, por su parte, encaja a la perfección en una modalidad de las prácticas culturales ligadas a la figuración y a la fulgurante visibilidad. Pero debo confesar que me cuesta, o más bien me es imposible, concebir en estos términos a la mayoría de los escritores que admiro. A Gustavo Ferreyra, por ejemplo, yo le daría todos los premios posibles. Ahora bien, ¿cuál es la personalidad de Gustavo Ferreyra? No lo sé, no creo que importe. Lo que puedo decir es que habla poco, a veces nada, casi siempre en voz algo baja, lo suyo no es darse a ver.

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Sus novelas son siempre geniales. Por eso ahora me dispongo a leer La familia, su último libro, que acaba de aparecer. Estoy seguro de que es destacable, sin que importe si por detrás (o peor, por delante), relumbra una personalidad destacada.