“El sentido común es ese hombrecito de traje gris que nunca se equivoca al sumar, pero que siempre hace sus cálculos con el dinero de los demás.”
Raymond Chandler (1900-1959): línea de Philip Marlowe en ‘Playback’ (1958).
Así como los aeropuertos son un no-lugar donde nada permanece, enero parece ser un no-mes donde la realidad se derrite bajo el sol impiadoso, la humedad, el mal humor, los diarios que hacen lo que pueden con lo que pasa y la televisión, que ya creó un género superador del reality: un teatro del absurdo que reíte de Alfred Jarry.
Maradona, víctima de su habitual excitación psicomotriz, se ensimismó en Mar del Plata con las extremidades de Gabriela Figueroa, una virtuosa del baile del caño e integrante del, digamos, elenco del varieté estival de Ricardo Fort. “¡Tiene mejores piernas que las mías en el ’86!”, sorprendió con la comparación, algo perturbadora pero brutalmente sincera. Después de superar la depresión post mundial y rechazar miles de propuestas para dirigir, hoy parece dispuesto a vivir de su celebridad. Irá a la tele a hacer cualquier cosa, con Fort o en “Bailando por un sueño”. Quizá le rinda más que el Indoor Fútbol, el espectáculo más melancólico del mundo.
Magia. Uno de los problemas que más preocupaba al sensible mundillo del fútbol y disparaba todo tipo de debates se solucionó en dos patadas. Only in Argentina, boys. Ariel Ortega volvió a exiliarse de River, su patria, como cuando disfrutó de la exótica Estambul –una ciudad hecha como para él– o prometió tratar su adicción al alcohol en Mendoza. Bueno, ahora está en All Boys y todos felices. Allí fue el Beckham de Mar de Ajó, deslumbró en un par de prácticas y ya comparte habitación con Cristian Fabbiani, el compañero ideal para charlar sobre las cosas de la vida. ¿No es una suerte, todo?
Ay, el campeonato. ¡La pelea por el título! ¡Los refuerzos! A ver, a ver… Camoranesi, pobre, quiere ser profeta en su tierra; Erviti dejó de ser “la otra” y por fin formalizará con su amado Falcioni, en Boca; Racing busca algo fuerte que tomar; Ramón Díaz estrena presidente y ablanda el motor de otro usado, Independiente se copa, River sobrevive y los mejores siguen siendo, lejos, Estudiantes y Vélez. Eso es todo.
No está tan mal el script, pero me recuerda a esas películas americanas bien filmadas, bien producidas, bien actuadas… que uno sabe que ya vio mil veces. That’s Entertainment, folks!
Llámenme melancólico, pero aún prefiero las fotos en blanco y negro, la tragedia clásica y las peleas a todo o nada. Por eso espero la mitad de cada año que es cuando se define el torneo de abajo, eso que, con pomposa obviedad llaman “el drama del descenso”. Amo esa sensación abismal –soy de Racing, no lo olviden– y a los que se niegan a irse por culpa del perverso Promedio Salva Gigantes. Celebro esa épica. Prefiero aquel ridículo haka del Gimnasia milagrosamente salvado en 2009 antes que la más civilizada ronda alrededor de la lujosa Champions. Y que Dios me perdone.
El caso del All Boys es notable. Con la base del plantel que ascendió y varios que venían cuesta abajo –si alguien faltaba llegó el Facha Bartelt, otro que vuelve de la muerte como Elmer Van Hess–, sumó puntos de local, les ganó a los grandes y jamás renunció al buen juego. Mérito del Pepe Romero, su histórico DT.
Como jugar bien es dogma de fe para Angel Cappa, también lo intentará con este agónico Gimnasia. Por alguna razón su prédica, en teoría más digerible para las minorías esclarecidas, le devolvió una bandera de lucha al pueblo tripero. Lo ayudan dos circunstancias especiales: su visceral odio con Bilardo y el regreso de Guillermo Barros Schelotto, un símbolo del club que se dio el lujo de volver en el peor momento, sólo por amor. No cualquiera.
A Quilmes no se lo ve nada bien. Leo Madelón deberá gestar otro de sus milagros para salvarlo. ¡Y pensar que todos creían que, por Aníbal Fernández, uno de sus vices, era el caballo del comisario! Caramba. Algo falla en este gobierno; y si no, repasemos las recientes y espantosas campañas de Racing y Gimnasia. Qué vergüenza. Con Menem eso no pasaba.
Imaginar que la incorporación de (la) Cámpora al plantel fue un guiño de Huracán al kirchnerismo juvenil suena exagerado, lo sé, pero Brindisi debería intentarlo todo para levantar a un equipo con mucha gloria y poco presente. No le será fácil. Olimpo, otro con la soga al cuello, tratará de hacerse fuerte allá en el sur: no le queda otra. Y Tigre intentará ordenarse de la mano del vasco Arruabarrena, un chico serio y trabajador que llegó para reemplazar a Caruso Lombardi. Una exótica circunstancia que me recuerda a aquel insólito cambio de ministros en pleno menemato: Béliz por Manzano. Caperucita Roja por el Lobo Feroz, o algo así.
Seguiré paso a paso esa lucha por el Ser, tan intensa, dramática, esencial; y cuando todo se defina, sepan que derramaré una lágrima por aquel que caiga, sólo para imaginarlo de regreso pronto, con mucha más fuerza todavía.
Para seguir vivos, fuertes, dignos y con el deseo intacto, compatriotas.
Porque de eso se trata.