Para algunos, que la presencia de Coetzee en la Feria del Libro merezca menos atención que la de un par de youtubers es un cambio de paradigma.
Para mí, es una catástrofe social. Una tragedia conceptual potenciada por la invasión doméstica de un producto al cual el mercado digital vigila mucho menos que al erotismo.
Los mismos pibes a los que protegemos de tetas y culos los dejamos expuestos a diferentes tipos de violencia y a todas las variantes de delicias escatológicas. Me consta. Me pasa en casa.
Para algunos, la de la Súper Liga es la idea que puede modificar definitivamente el rumbo de impudicia y fracaso que impregna nuestro fútbol. (Me encantaría que eso fuese posible).
Para mí, se trata de una idea que, en tanto no se sacudan hasta la fisura los cimientos de una estructura desquiciada, significaría intentar construir una casa empezando por el techo.
Mirar a Inglaterra, Alemania, España o Italia para imaginar un nuevo esquema de fútbol profesional tiene aristas indisimulablemente positivas. Siempre y cuando se muerda de la fruta la parte sana. Y siempre que se asuma que nuestra sociedad se parece cada vez menos a la de países que juegan, en todos los ámbitos, un partido diferente. Y no me refiero al fútbol justamente.
Son el fútbol y los futbolistas los principales culpables de nuestra confusión. Como Messi la rompe en España, Agüero es goleador en Inglaterra y Dybala e Higuain la descosen en Italia creemos que viajamos todos en el mismo bondi. Un error de cálculo similar al de creer que estamos cerca de Brasil porque compartimos fronteras, porque detestan jugar contra la celeste y blanca y porque, hasta hace algunos veranos, comprábamos remeras en Hering. Ni dentro del Mercosur somos lo mismo.
Es probable que la pudredumbre de base del fútbol argentino sea el principal factor que le quite lustre a la idea de los dirigentes más influyentes del juego (entre ellos, también algunos de los mejores y más serios).
Con lo antipáticos y arbitrarios que pueden ser los ejemplos, siempre son útiles para no aburrir con consideraciones tan densas como abstractas.
El último jueves, decenas de miles de hinchas fueron testigos presenciales del estado de la Bombonera. De un campo de juego indigno hasta del fútbol playa. Y de tribunas en las que los lacayos de los capos barras, aspirantes a sucederlos en su miserabilidad, dieron vuelta todas las banderas menos las que ellos mismos quisieron que se leyeran al derecho. Por cierto, usted y yo podemos poner la bandera como queramos. O directamente no poner nada. Lo vergonzoso del episodio fue ver que, una vez más, los barras decidían por todos. Porque las banderas estaban al revés en el sector que ellos mismos controlan y explotan tanto como en las plateas más caras. Apuesto lo que no tengo que esa escenografía del bochorno, presuntamente dispuesta para apoyar a quienes quedaron detenidos en Paraguay por haber hecho allí lo que aquí se les perdona sistemáticamente, no contó con el consentimiento de todos los presentes. Ni siquiera de algunos de los dueños originales de esos trapos, varios de los cuales, por sus dimensiones, sólo están dentro del estadio gracias al delivery barra.
En la elocuencia de las zonas sensibles que la dirigencia no controla, en los sueldos que no se pagan, en los cheques que no se cobran, en las amenazas a los futbolistas y en tantas anomalías que, para mi gusto, se sintetizan en las tribunas sin público visitante, quedan a la intemperie estos tiempos de miseria estructural básica que necesitan una atención y un compromiso urgentes antes de cualquier cambio en el sistema de competencias.
Es difícil no adherir a los principios básicos de todo aquello que vendrá de la mano de la Súper Liga. Basta hablar diez minutos al respecto con cualquiera de los mejores pregoneros de la idea para, inclusive, entusiasmarse.
Es el entusiasmo que cualquier ciudadano honrado y de buenas intenciones siente cuando se encuentra con políticos honrados y de buenas intenciones. Luego, a quienes andamos de a pie, nos cuesta entender la lógica del legislador serio que discute un proyecto de ley con un corrupto. Es durísimo imaginar que, nada menos que las leyes que rigen nuestra vida en sociedad sean redactadas, debatidas, votadas y sancionadas por señores y señoras que viven en un lujo inexplicable desde la función pública.
Entonces, cuesta creer realmente en un proyecto en el que, inclusive entre quienes están ya subidos al mismo tren, hay realidades tan diferentes. ¿Qué razón tiene uno para apostar a la buena voluntad de quien no tuvo ninguna buena voluntad para evitar que nuestro fútbol y los propios clubes que dirigen se hayan convertido en una cloaca? ¿Tan seguros están los buenos dirigentes de convertir en gente potable a quienes han dado muestras infinitas de no serlo? ¿O será una más de las lógicas de la construcción del poder? No recuerdo que nos haya ido demasiado bien con aquel asuntito de votar con la nariz tapada.
Es más. Parte de la gestión de los propulsores de la idea es la de convencer a quienes no lo están dentro. Ese es el único camino para que la liga nazca dentro de la AFA y no como un organismo externo, algo que, por cierto, sucede en alguno de los países de los que se copió la idea madre. Muchos de los que, por el momento, están fuera del asunto y se manifiestan en contra son representantes de los equipos de las divisiones menos importantes.
Desde que empezó el asunto Tinelli vs. Segura que un sector de la dirigencia viene acusando a Marcelo de querer quitarles derechos y recursos a los más chicos, algo que desde quienes lo acompañan han desmentido hasta el hartazgo. Con el nuevo proyecto, que los clubes más modestos tendrán más recursos que en la actualidad es aun más elocuente. Sin embargo, se sostiene cierta reticencia falaz. Tal vez sea el momento de comprender que, a algunos dirigentes influyentes que representan a clubes que no lo son, lo que les importa no es mejorar las condiciones de sus instituciones –derruidas, por cierto– sino mantener su nicho de poder.
Nada demasiado distinto se me ocurre cuando se explica que, con la nueva liga, habrá más dinero para repartir, se modificará la lógica actual y hasta se podría respetar cierto derecho a partir de las mejores performances de unos respecto de otros. Pero que, al mismo tiempo, se va a exigir responsabilidad en la utilización de los recursos. Entonces, vuelvo a preguntarme por qué a partir de agosto muchos dirigentes van a conducirse con una lógica que ahora mismo no tienen el menor interés en poner en práctica.
Insisto. No se trata de descreer de los que tienen buenas intenciones, sino de hacer una lectura de sentido común de aquello que sucede a diario dentro del edificio de la calle Viamonte.
Luego, ojalá el fútbol argentino consiga financiarse en los niveles que dice podría hacerlo dentro del nuevo esquema. Personalmente, me parecería sabio y de gran valor que no se firme un contrato por la televisación de los partidos con un solo grupo de oferentes. El fútbol sudamericano sabe perfectamente bien las consecuencias de quedar atado a un solo dueño: ganás menos plata que la que merecés, quedás como rehén de los caprichos de una empresa y, si tenés mala suerte, hasta podés terminar preso en los Estados Unidos. Dirigentes y empresarios deberían estar más alerta al respecto.
Por encima de cualquier consideración, lo que queda claro es que, así, no se puede ni se debe seguir. Ese es el salvoconducto fundacional de la idea de esta nueva liga.
Que, ojalá, pueda comenzar en agosto. Que, ojalá, corrija miserias aunque sea desde arriba hacia abajo. Que, ojalá, tenga la fuerza suficiente para neutralizar a los indecentes. O, directamente, los deje afuera del asunto.