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“En 1.501 días, Cristina se va”

¿Qué hubiera ocurrido en los aposentos presidenciales de los Kirchner si algún diario hubiese publicado este título en su tapa del lunes pasado?

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¿Qué hubiera ocurrido en los aposentos presidenciales de los Kirchner si algún diario hubiese publicado este título en su tapa del lunes pasado?
¿Cómo hubieran reaccionado frente a semejante rigurosidad informativa cargada de mala leche? Seguramente hubieran puesto el grito en el hielo… del Perito Moreno y parados en algún atril hubiesen denunciado que “los medios de comunicación se han convertido en medios de oposición”, tal como caracterizó la presidenta electa a aquellos que no se subordinan ni ante su látigo ni ante su billetera. ¿Se imaginan si este diario lo hubiese hecho? Su propietario, el único con el que Kirchner confesó tener problemas personales, se hubiera ganado como represalia un mínimo de tres meses de afiches en la cartelera y tapas negativas de los medios que por conveniencia económica o por convicción ideológica son parte del formidable aparato propagandístico encubierto del Gobierno.
No es una placa roja de Crónica en su maravilloso bizarrismo periodístico de anticipación. Ni la contratapa provocativa de carcajadas de la revista Barcelona. Este ejercicio de imaginación, en realidad, no lo es tanto. Porque este título sesgadísimo con una clara expresión de deseo ya fue publicado pero con un cambio de nombres: decía Roquel en lugar de Cristina: “Faltan 1.501 días para que Roquel se vaya”. Fue la manera con que el Periódico Austral sintetizó el resultado de las elecciones en la ciudad de Río Gallegos, donde ganó una vez más el radicalismo: “Faltan 1.501 días para que Roquel se vaya”. El de Rudy Ulloa Igor no es el diario de Yrigoyen: es el preferido de los Kirchner. Es el medio en el que más dinero y esperanzas han invertido. Dinero público envasado como publicidad oficial y esperanzas privadas.
¿Será éste el periodismo que enorgullece a los Kirchner y que sueñan con exportar a todo el territorio nacional? La presidenta electa celebró en los últimos días que los diarios de Los Angeles ocultaran información sobre el espectacular incendio que devoró casas que costaban millones de dólares. Más allá de que eso no fue cierto y que las fuentes informativas de la senadora fueron escasas –sólo citó a la CNN–, ella atribuyó esa actitud contraria al espíritu del periodismo que es mostrar lo que pasa a la “responsabilidad de los editores”. En su momento, Rudy sí logró esa utopía de vivir en un mundo sin periodistas cuando no publicó una sola línea de la manifestación más masiva que se realizó en Río Gallegos. Los Kirchner piensan que el periodismo es la continuación de la política por otros medios. Y trasladan su concepción de no mencionar lo que no quieren que exista.
La presidenta electa dijo soñar con que alguna vez los periodistas les pregunten a ella como se le pregunta a los opositores: livianito y sin repreguntar. Confesó que le molesta que la sometan a interrogatorios que es lo que ella considera que hacen los periodistas con los funcionarios o dirigentes oficialistas. La confusión en este caso la llevaría a reprobar esta materia en cualquier facultad de periodismo. Primero, porque el periodista debe preguntar siempre con curiosidad y con una actitud crítica. No hace falta ser inquisidor ni torturar intelectualmente a nadie. Aquí tampoco el periodismo se pone de acuerdo monolíticamente. Lo deja librado a la subjetividad de cada uno, al estilo de cada medio, al momento político y a muchos aspectos más. En lo único que hay coincidencia absoluta es que nunca debe dejarlo librado a los deseos del entrevistado. La repregunta a repetición suele asfixiar al entrevistado y dejarlo en un banquillo de los acusados. Eso no es correcto ni conveniente para ninguna de las partes: para el entrevistado porque queda en un lugar de sospechoso o de culpable y quiebra la relación original; y para el entrevistador porque de inmediato su interlocutor se coloca a la defensiva y responde cada vez con menos información y con más agresividad. Claro que las reglas no son inflexibles. Una cosa es entrevistar a Alfredo Astiz y otra muy distinta a una mujer golpeada. De todos modos, la senadora tiene razón en algo. Es habitual que los políticos que están en el llano sean entrevistados en los medios audiovisuales en forma más liviana que los que tienen la responsabilidad de gobernar. Eso también es inherente al ADN ético del periodismo: Albert Camus decía que debe ser fiscal del poder y abogado del hombre común. Que se debe incomodar al cómodo y acomodar al incómodo. La mirada siempre debe ser más atenta y la lupa debe ser más grande ante los que conducen los destinos de nuestras vidas, nuestras economías y nuestra seguridad, entre otras cosas. Poco se le puede exigir a alguien que no tiene cargo ni poder. A lo sumo que sea claro, que no mienta y que sea responsable. Cristina sueña con que los periodistas le tiren centros para que ella los cabecee o que las preguntas sean alfombras rojas donde ella camine como una reina. El problema es que ahora es ella la que tiene un poder de una magnitud inédita desde 1983. Por eso no debe olvidar que ella también disfrutó del beneficio de la repregunta floja cuando estuvo en la oposición y fue separada de su bloque durante el menemismo, por ejemplo. Conduzco un programa de cable desde hace una década y la doctora Kirchner fue una de las invitadas más asiduas. Allí fue tratada como opositora y perseguida por el gobierno de Menem y ella agradecía siempre por boca de Miguel Núñez, que ya entonces era su prensero. Siempre estaba dispuesta y hasta se ofrecía para participar de los programas. Y la verdad es que era una buena invitada. Rendía, como se dice ahora, con el minuto a minuto en la mano. Porque era y es una mujer bonita. Porque era y es una gran expositora de su nutrido bagaje intelectual, porque tiene firmeza para cruzar a los que opinan distinto de ella y eso siempre calienta la pantalla del rating y porque en los últimos años le daba a Carlos Menem como en bolsa. Menem estaba en el poder y muchos medios eran muy duros con su gobierno. De hecho, después de conseguir la reelección dijo que habia derrotado al periodismo. De la Rúa todavía cree, pobre, que él tuvo que escapar en helicóptero por la mala onda del periodismo y por las burlas de Tinelli. Como se ve, nada ha cambiado. El periodismo sigue siendo más o menos lo mismo, aunque en los tiempos de cólera del kirchnerismo hay más medios cooptados y más operadores que cronistas. Los oficialistas de ayer y de hoy quieren mejor trato y cero repreguntas. Y los opositores de ayer y de hoy, también. Es obligación del buen periodista no satisfacer demasiado a ninguno de los dos.