Uno de mis últimos viajes a la entonces Unión Soviética tuvo como objetivo el intercambio científico con el Instituto Burdenko de Moscú. En esa institución, la más prestigiosa de aquel país en el campo de la neurocirugía, me llamó la atención desde el primer día la cantidad de personas que cada mañana se mantenían de pie durante horas, frente a los quirófanos. Pregunté el motivo a algunos de los neurólogos y neurocirujanos del centro y la respuesta fue sorprendente: eran familiares de los pacientes que estaban siendo operados; y que esperaban allí a los cirujanos para pagarles lo establecido, según la intervención quirúrgica que habían realizado. Aclararon que no se trataba de un cobro institucional, sino que existían mecanismos extraoficiales perfectamente estructurados, con vistas a recompensar la ardua y compleja labor de los neurocirujanos y otros especialistas, pues éstos merecían, al menos, un estímulo económico que los ayudara a mejorar sus condiciones de vida.
No puedo describir con palabras la inmensa decepción que sentí al comprobar que en la cuna del socialismo funcionaba un mercado negro de grandes dimensiones, en el sensible universo de los servicios médicos neurológicos y neuroquirúrgicos. Sabía que en Cuba la corrupción se iba tornando endémica y se robustecía; sin embargo, pensé en aquel momento, con total convicción, que en nuestra Patria jamás se produciría una situación similar. Y llegó la corrupción al campo de la salud en Cuba. No sólo llegó, sino que, cual plaga letal, extiende sus tentáculos, penetra todos los sectores, se disemina y adopta múltiples variantes, aunque este mal no involucra actualmente a todos los que laboran en las nobles profesiones médicas. Ha surgido en mi país, y se fortalece, un sistema clandestino de medicina privada que la población denomina “cobro por debajo de la mesa”, en el que participan médicos, enfermeros, técnicos. Se cobra en divisas, en productos, en servicios y en influencias. Se cobra todo: las consultas, las prioridades para ingresar, las operaciones, la atención a domicilio, los servicios estomatológicos y ópticos, los exámenes complementarios, la rehabilitación, las dietas médicas. El propio Fidel Castro se refirió a este tema hace algunos años, en una de sus habituales comparecencias televisivas de los jueves, advirtiendo que esto no sería permitido.
Jamás en estos 50 años el régimen cubano ha garantizado ni igualdad ni equidad en lo que a servicios médicos se refiere. En estos momentos, contamos en nuestra Patria con cuatro niveles diferentes de atención sanitaria:
En primer lugar están los dirigentes y altos funcionarios, sus familiares, amigos y protegidos, los que han recibido siempre servicios diferenciados, superiores a los de la población.
En segundo lugar tenemos lo que en mi opinión constituye una de las más insultantes injusticias que se cometen en esta isla: la discriminación de los enfermos cubanos en relación con los extranjeros, dolorosa realidad que me llevó a tomar la decisión de desvincularme definitivamente del régimen en el año 1994. En tanto los cubanos deben conformarse con servicios muchas veces deteriorados, insuficientes e ineficaces, los pacientes foráneos son atendidos en instituciones lujosas, provistas de todos los recursos. Los medicamentos que no consigue la población están disponibles en las llamadas “diplofarmacias”, siempre que se paguen en divisas.
En tercer lugar se encuentran los emergentes servicios privados clandestinos, ajenos al gobierno, y establecidos como negocios particulares por especialistas y técnicos en las mismas instituciones estatales. Los beneficiados son los nuevos ricos, esos que abandonaron la condición de pacientes, porque gracias a sus recursos económicos han adquirido la categoría de “clientes”, tan criticada por los jefes del país. Ese indigno estrato social, que se mueve impunemente sembrando a su paso la corrupción, tiene acceso mediante pago y múltiples variantes de sobornos a lo mejor que existe en hospitales y otras instituciones médicas.
Finalmente, en cuarto lugar se encuentra la mayoría de la población cubana, desprovista de divisas, empobrecida e indefensa, la que debe conformarse cuando se enferma con lo que resta en los centros de salud, después que los nuevos ricos son privilegiadamente atendidos.
*Desde La Habana, médica cubana disidente.
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