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En defensa de Murena

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En las elecciones para el consulado del año 63 aC, cuando entre los candidatos estaba Lucio Licinio Murena, Cicerón pronunció su célebre discurso Pro Murena. Sus contrincantes eran jurisconsultos eminentes, hombres ricos, pero Murena pertenecía a una familia sin riquezas ni altas magistraturas. De los cuatro candidatos resultaron electos dos, Silano y Murena. Sulpicio, uno de los candidatos desafortunados, entabló a Murena un proceso por corrupción electoral con el propósito de aspirar nuevamente al consulado en el caso de que Murena fuera condenado. Cicerón asumió la defensa de Murena. Cicerón era un Homo novus, un “hombre nuevo”, es decir, alguien que no pertenecía a la oligarquía gobernante. El resultado del proceso fue que Murena salió absuelto.
Héctor Alvarez Murena fue un escritor argentino a quien se conoce mucho menos de lo que merecería su importancia, y que al mismo tiempo consiguió despertar en los últimos años mayor atención de lo que parece permitir la accesibilidad a sus obras.

La analogía entre un aspirante al consulado de la antigua Roma y un escritor argentino muerto en 1975 me parece pertinente. ¿No se ha notado acaso que desde el siglo I aC hasta nuestros días los hombres de letras son tratados como delincuentes de ínfima condición, dignos de ser procesados, si fuera posible? Héctor Murena se refiere a los “delincuentes con pasión escritutaria”, estafadores a quienes, sobre todas las cosas, lo único que les importa es usar a los diarios como tribuna. De más está decir que son delincuentes “desde el punto de vista del portero”, no de Murena. El retrato que Murena hace del hombre de letras desde el punto de vista de esa gente se encuentra en un ensayo titulado La subversión necesaria. Cita: “En apariencia ociosos, al margen de la sociedad, aunque obstinados en influir sobre ella, sin distingos de clase, por cierto. Conciliábulos, fraternidades, movimientos regidos por consignas, olfato diabólico para percibir amigos potenciales y enemigos encubiertos. Difusión solapada de ideas (precisamente por la forma en que se las maneja), resultan sospechosas de ilicitud. Tráfico de libelos redactados bajo el secreto y la noche. Excitabilidad desmesurada, temblores, síntomas permanentes de expectativa e intranquilidad”. Políticos y escritores son delincuentes enmascarados que se pasean al sol, con aire de buenas personas: invocan grandes sentimientos, proyectos esplendorosos; persuaden, ascienden y dominan. El hombre de letras tiene una cara infrecuente y característica que se confunde a veces con la de quien con su actividad ansiosa busca derrocar el orden constituido. Los literatos, al igual que los políticos de hace dos milenios, son los conspiradores más peligrosos. Pero no quieren el poder, no quieren riquezas ni reformas sociales. No basta con que escriban versos parecidos a señoras vestidas a rayas, ni que sean capaces de hilvanar una palabra detrás de otra: si no aspiran a regener el género humano, no son escritores.

El Murena de Cicerón no está lejos del nuestro, sólo que al nuestro todavía no sabemos con certeza de qué se lo acusa.

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