En mi columna de la semana pasada abordé el tema del voluntarismo que propone cerrar “la grieta” y caminar juntos, los unos y los otros, hacia un futuro venturoso. Esa propuesta parece propia del pensamiento mágico y posiblemente de un marketing oportunista basado en encuestas, y está lejos de ser un programa de gobierno. De un lado de la grieta política y social (la más visible en una sociedad que muestra muchas otras en los ámbitos público y privado) están los corruptos y del otro lado las víctimas de la corrupción, de un lado las personas honestas que viven de su trabajo y del otro los que se enriquecieron tomando al Estado como botín y, en su retirada, vacían todas las cajas en su poder, de un lado los que hicieron la vista gorda ante el narcotráfico o son sus cómplices y del otro quienes resultan víctimas de este mal en expansión, de un lado quienes claman (a menudo en vano) por justicia y del otro quienes intentan evadirla o dinamitar sus instituciones, de un lado quienes perdieron trabajos, proyectos y patrimonios y del otro quienes hicieron fortunas por vías oscuras. Esas grietas, según escribí, no se cierran con palabras de ocasión, con promesas electorales ni con la decisión de un gobernante. Necesitan de un arduo y profundo proceso en el que esté comprometida toda la sociedad. Y el cierre no puede obviar que las diferencias de valores son innegociables e irreconciliables.
El lector Hugo Carbia escribió el siguiente comentario al pie de mi columna: “Y mientras se discute grieta o no grieta no tengo electricidad”. Es la más breve y demoledora descripción del modo perverso en que la política se desentiende de las necesidades, los padecimientos y la penosa vida cotidiana de una sociedad torturada no solo por la mala praxis de sus dirigentes y la torpeza de los opositores, sino también por fenómenos tecnológicos y naturales que empeoran su tenebroso viaje en un interminable tren fantasma. Esa política está encarnada de diferentes maneras por el gobierno, por quienes crearon ese monstruoso Frankenstein del que ahora quieren renegar, y también por la oposición y su patético sainete de rencillas internas a la espera de que su moderador deje de jugar a la play station electoral mientras se desplaza entre la FIFA y otras frivolidades.
A esta altura de la peripecia nacional resulta inútil esperar que estos personajes políticos sean objeto de un súbito ataque de realismo y responsabilidad. Cegados por sus miserias y sus ambiciones van a intensificar esta ruleta rusa a medida que se acerquen las fechas electorales. Y, mientras tanto, bien haría la sociedad (o al menos los sectores conscientes y capaces de ejercer el pensamiento crítico que queden en ella) en preguntarse, y responderse, de qué manera contribuyó, por acciones y omisiones, por adhesiones o indiferencia, a gestar y parir, a lo largo de cuarenta años de democracia, a esta clase política. Porque no nació sola ni del aire y porque, en muchos aspectos, las sociedades tienen los dirigentes que se les parecen. La autocompasión, la victimización no solo no explican ni resuelven nada, sino que consolidan a esa clase en sus actitudes. Y la indiferencia y el desinterés proclamados como inocencia o santidad ante la oferta política no harán que esta cambie. Como decía Carl Jung (el padre de la psicología arquetípica), “si no los confrontas en tu interior los demonios que echas por la puerta entran por la ventana”. La sucesión estéril de votos-castigo a lo largo de los años no hizo más que confirmar una y otra vez esa sentencia.
En uno y otro bando se teme a Javier Milei o se especula acerca de cómo atraerlo (cumpliendo con aquello de “si no puedes vencerlo, únete a él”). Sería bueno y necesario que un nuevo ataque de pensamiento mágico, esta vez colectivo, no termine por hacer creer que él es la nueva figura providencial a la que resulta tan afecta la sociedad argentina. Tampoco Milei nació de un repollo y también él puede entrar mañana por la ventana con propuestas y con socios que recuerdan tiempos recientes y oscuros de la humanidad. Cuando ya esté en la mesa, será tarde para bajar del tren fantasma.
*Escritor y periodista.