Sí, ya sé, el mundo es inabarcable; es ancho y ajeno, fue y será una porquería en el doscientos seis y en el dos mil también; es bellísimo, contradictorio, horrible, maravilloso y todo lo que a usted se le ocurra y algo más. Y ahí estamos, usted y yo y tanta otra gente que contabilizar no podemos y pasan cosas y el polvo sideral nos va cambiando minuto a minuto, segundo a segundo, ¿por qué no?, ¿por qué no si eso es lo mejor que nos puede pasar? Pero a pesar de todo eso que nos rodea vivimos aferrados a pequeñas cosas, los relojes, las ganas de cambiar de laburo, los teléfonos, las grandes alegrías, las pequeñas mezquindades. No, no se preocupe, no voy a dar cátedra, oficio para el cual no estoy ni estaré preparada, ni voy a filosofar, que es algo que no me sale (a mí lo único que me sale es contar cosas que no le sucedieron nunca a gente que no existió jamás) y por eso me muero de admiración y respeto ante personas que pueden pensar y sacar conclusiones y rondar teorías sin necesidad de esperar a que ese personaje hable y, gracias a lo que dice y cómo lo dice, una pueda escribir un cuento, y, de forma sorpresiva, inesperada, una novela. Pero entonces una se entera de que se muere el oso polar que vivía (es una manera de decir) en el zoológico, y se entera, cómo no enterarse, de que estamos o estábamos hace unos minutos, horas, no sé, al filo de otra guerra mundial, y se entera de que a esa chiquita que había desaparecido camino al kiosco la violaron y la estrangularon, y se entera de que al tipo que quemó a su mujer lo van a encerrar por el resto de su vida, y una se alegra y piensa “es justicia” en vez de deplorar, ¿deplorar qué?, ¿estremecerse ante qué?, y termina pensando sí, el mundo es una porquería, pero un momentito, espere por favor. ¿Lo es o somos? Hace un par de días alguien dijo en una reunión delante de mí que hemos fracasado. Casi creo que dijo “la civilización, nuestra civilización, ha fracasado”. Ah, no, pensé yo, y en eso alguien se me adelantó y dijo: “Pero no, che, no se puede decir que ha fracasado una civilización que cobijó a un Shakespeare, una Hipatia, un Mozart, un Einstein, un Picasso, Aristóteles, Sor Juana, Boccherini, Galileo…” y así siguió por un buen rato. Tiene razón, pensé aliviada, tiene razón, y esos tipos y esas tipas tienen que haber dejado huellas en todos nosotros sin saltearse a nadie. Que sin embargo también haya que contabilizar asesinos y ladrones y traidores y fabricantes de armas y proxenetas y millonarios de la droga, es, bueno, ¿qué es?, es una fatalidad contra la que peleamos, no me diga que no, nos escandalizamos y hacemos lo que podemos para que los que tienen poder luchen contra todo eso, sí, pero esos mismos que tienen poder nos pusieron al borde de la guerra y, mirando hacia atrás, fueron lo que nos mataron en las sucesivas guerras.
Tal vez tuviera razón ese que dijo que como civilización hemos fracasado. Tal vez no nos sea posible vivir en paz, comprendernos, hermanarnos, borrar fronteras, destruir armas, mirar al mundo con otros ojos y decidir que para desdichas ya tenemos bastante. Tal vez. Tal vez el Sapiens sapiens, nosotros, no pueda, no podamos, hacer otra cosa aparte de desconfiar unos de los otros, mordernos, odiarnos, matarnos, torturarnos, destruirnos en cuerpo y alma. Tal vez. Tal vez el oso polar morirá en vano, soñando con la nieve; tal vez alguien en este momento esté acechando a otra nena que va al kiosco, tal vez un señor que tiene mucho oro y mucho poder está pensando en utilizar más mujeres, más jóvenes eso sí, y en sobrevolar esas selvas y calcular cuánto cuesta la tonelada de madera de esos árboles. Y tal vez mañana haya más madres desesperadas y más gente desplazada y más chicas y muchachitos sentados en los umbrales de la noche consumiendo la droga que acaban de comprar con el dinero que le robaron a la viejita de la casilla junto a los rieles de un ferrocarril que ya no existe. ¿Por qué no? Hay quienes dicen que hubiera sido preferible tener en nuestro adn rastros del Neanderthal y no del Sapiens sapiens. Pobre Shakespeare; pobres Fidias, Borges, Demócrito. Pobres Francisco de Asís, la Madre Teresa, Safo, Rimbaud, Eleanor, el señor de Cervantes y el señor de Alighieri, qué solos se los ve.