Video. 11 de marzo de 2011. Interior de una casa en Japón. Todo tiembla. Caen estantes, libros. Escuchamos objetos que se rompen. El que filma tiembla. Las formas se convierten en trazos que cruzan la pantalla. Se escucha un “ah…” leve, sólo la modulación revela terror. Enseguida otro “ah…”. Esos susurros tienen la fuerza de un alarido. Otras voces: se adivinan una mujer y dos adolescentes. Tal vez la madre pregunta: “¿Estás bien?”. La voz de una chica quizás dice que sí, quizás dice: “Salvame mamá”. Vidrios que se rompen, metales que chocan. Una silueta cruza corriendo la puerta de calle. Después huye el que filma, nos lleva con él. La ¿madre?, casi arrodillada, tiene las manos apoyadas en la vereda. Otra vez dos “ah”, pero ahora hay un alivio: el terremoto está cesando. El muchacho que filma sigue en pie, respira entrecortado: ¿tiene miedo? En ningún momento ha dejado de filmar. Su público es el mundo: ha puesto su video en YouTube y el viernes había sido visto más de once millones de veces. ¿Por qué en medio del terror resolvió filmar en vez de huir o ayudar a su familia o cubrirse? ¿Por qué su video nos conmueve tanto? ¿Qué nos dice de los medios y el periodismo?
El joven japonés filmó para darnos en la Red un testimonio de su experiencia, para estar acompañado por una multitud, para mostrar que miró a la muerte con coraje, para controlar sus emociones como un profesional protegido atrás de su cámara. Filmó porque si el terremoto lo mata, su testimonio lo sobrevive.
Todo esto nos identifica con él. Pero hay más. El video nos impacta tanto porque está vivido.
Dice Julián Gallo, especialista en medios interactivos: “Sin edición de ningún tipo, aparece una realidad que redefine a los medios de comunicación“, una realidad “oculta o arruinada con la edición“ y con la intervención de los reporteros y los camarógrafos. Los sucesos fluyen aquí en tiempo real, espontáneos como la vida.
Juntos, el sonido y la imagen en movimiento nos dan mucha información, no nos piden el grado de participación que requiere un texto para completar un relato, por ejemplo. En eso consiste la fortaleza del texto y su limitación relativa. (Disculpen esta limitada interpretación de la teoría de Marshall McLuhan, sabio estudioso de los medios y la tecnología.)
Casi como un texto, este video también nos reclama una gran partición para completarlo. Es porque no se trata de un video tradicional: aquí vemos poco. Las imágenes borrosas, las voces sin rostro, los ruidos de objetos no vistos, el sonido de una respiración, van cambiando en ritmo y cadencia y frecuencia y volumen: construyen –junto con nuestra imaginación y nuestra experiencia– un relato sinfónico. Aquí lo entrevisto (lo incompleto) tiene una potencia narrativa fenomenal.
Los videos amateur están construyendo un lenguaje directamente relacionado con el periodismo. Es claro que no empezaron con el terremoto en Japón, pero se enriquecen más y más. Se constituyen con todo derecho en un género que enriquece el oficio. Este video es un relato de un testigo y víctima. Imaginen su relato tomado por un periodista de un medio tradicional: “Yo estaba caminando hacia el baño cuando de pronto…”. Dice Gallo: “Los videos crudos contienen una verdad, una intimidad, que jamás aparece en los medios tradicionales”.
Los amateurs suelen estar donde los periodistas no llegamos. El joven amateur japonés abre para nosotros su casa y sus emociones.
El periodismo profesional no puede prescindir de este género porque está en un camino por el que marcha parte del periodismo hacia una creciente interioridad.
Es un camino hacia la intimidad del otro que se está ahondando: el periodismo narrativo, el relato en primera persona, el periodista que se involucra directamente con su sujeto con empatía o rechazo, etcétera; y otros que todavía no me imagino. También es un paso más hacia lenguajes multimedia con los que llegaremos más y más cerca de la experiencia ajena.
*Periodista. www.robertoguareschi.com.