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En la intemperie

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Mientras escribo esto, la marcha frente a la Facultad de Medicina aún no ha tenido lugar. Pero espero por el bien de este país tan aturdido que sea masiva y que no quede margen de duda. Nadie se beneficia de la desarticulación de la universidad pública. ¿O alguien cree que el modelo chileno arancelado y empresarial tiene algo más que mostrar que miseria y distorsión?
Hemos sabido preservar (hasta de las dictaduras) una universidad pública de excelencia. No es raro que los viejos nuevos intereses del mercado vengan por ella, pero la UBA, como la cabeza más visible de las otras 47 orgullosas universidades públicas, es un complejo sistema de creencias, saberes, discordias y prácticas que ha apilado los leños de una fogata inextinguible. Buenos Aires es inimaginable sin la UBA. Son parte de esta gloria no sólo los bustos marmóreos de cuatro Premios Nobel salidos de sus claustros, sino también un cotidiano febril y expansivo: los profesores que eligen sus aulas ante otras ofertas mejor pagadas en el mercado, la creciente cantidad de extranjeros que emigran hacia la Argentina para formarse profesionalmente porque en sus países la universidad privada los obligaría a hipotecarse, el hecho de que el 30% de la investigación científica nacional ocurra bajo su ala, la certeza de que artistas y escritores afilan sus armas bajo sus quebradizos techos (oficiales y de extensión cultural).
La UBA ha salido a las calles en todos sus sentidos con 400 clases públicas a la intemperie, en protesta para reabrir paritarias que traigan una solución al desajuste presupuestario, la inflación y el tarifazo. La clase en la calle es una fantasía poderosa: que la historia del dinero pueda convivir con los bocinazos o que la vida interna de las células realce la brutalidad de la policía (que amenazó con disolver las clases públicas) alimentan esta riqueza inaudita y  complejísima. Las sociedades del futuro sólo son concebibles alrededor de una educación pública y masiva.