“El siglo próximo será femenino”, dijo Julia Kristeva el siglo pasado, y la profecía parece irse confirmando. Por este sur de sures, al menos, en una vertiente y otra de los Andes. Y nuestra flamante presidenta asumió con una impecabilidad tal que dejó pasmados a tiros y troyanos. En los Estados Unidos se les suele recomendar a las mujeres ejecutivas tener al menos un par de corbatas en sus guardarropas y generalmente se las ve vestidas de traje sastre oscuro. Para competir en un mundo de hombres, parece ser la clave, disfrázate de uno de ellos. CFK jamás ha cedido a esa tentación, y menos en su hora cumbre. Tampoco cayó en excesos. Fue la imagen de la feminidad en atuendo y en gesto, y su oratoria, su don de la palabra, le abrió las puertas a un lugar de poder que pocos por el momento podrán cuestionarle. Una energía femenina puesta en marcha pisando no necesariamente fuerte pero sí con total seguridad y tacos altos. Fórmula mucho más sutil que los tapones de punta.
Del discurso presidencial del lunes ya se ha hablado in extenso. Hoy, sábado, yo hablaré de esa energía. Y pondré un ejemplo. A Elisa Carrió –nuestra primera oposición– le preguntaron meses atrás cómo enfrentaría a Moyano si se diera el caso. Y ella declaró que no lo enfrentaría ni negociaría, no; pondría en práctica la estrategia de los débiles, aquella que las mujeres afinaron en siglos de sometimiento conyugal: daría vueltas y vueltas al asunto hasta marearlo para encontrar una salida nueva e inesperada.
Y así, en círculos concéntricos que se van abriendo y abriendo como los que genera la piedra al caer en el agua, es, según se dice, como funciona la energía femenina. El ejemplo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo resulta una metáfora ineludible. En cambio la energía masculina va al frente, avanza en línea recta como en las manifestaciones políticas, arremete –a veces con anteojeras. Esa era la energía que conocíamos hasta ahora, en el poder. Sospecho que debemos prepararnos para ir descubriendo nuevas formas de encarar los problemas de la Nación.
Quizá una situación más diurna, más visible. Porque si de noche todos los gatos son pardos, ahora sería deseable aspirar a un gatopardismo a la inversa. No ya que todo cambie para seguir igual, sino que esto que aparentemente sigue igual vaya generando cambios paulatinos, favorables, que nos sorprendan a todos y a todas.
Pero sin exagerar. Porque de todas las cosas positivas que se rescatan del anterior gobierno –derechos humanos, cambio en la Corte Suprema– hay una que quiero recordar especialmente y que debe incrementarse siempre con viento en popa: la magnífica Campaña Nacional de Lectura llevada adelante por Margarita Eggers Lan, ideada por Daniel Filmus y apoyada por José Nun. Es la producción masiva de pequeños libros para ser regalados en las canchas de fútbol, en los taxis, en las peluquerías, a los escolares a fin de año, este verano en las playas. Y mucho más. O las pequeñas bibliotecas que fueron colocadas en las casas del Plan de Viviendas para que ningún niño por más carenciado que sea llegue a primer grado sin saber qué es un libro, o las grandes bibliotecas donadas a las escuelas de enseñanza media.
Cristina Fernández se dio el lujo de mencionar en su discurso del lunes los mayores esfuerzos que toda mujer debe realizar para demostrar su capacidad, y afirmó su identificación con Eva, las Madres y las Abuelas, y su solidaridad con América latina “que también es mujer”. También lo es la lectura, esa sublime arma de defensa.