Hay un sector importante del periodismo que se desespera por encontrar un candidato con posibilidades de derrotar a Cristina Fernández. Ya no sabe qué hacer para dar con el sujeto. Tiene grandes dificultades por ocultar lo que verdaderamente sucede. No se sabe si fue el siroco de Venecia, el zonda del Noroeste o la sudestada del Río de la Plata, pero lo cierto es que la esperanza para que naciera una alternativa al kirchnerismo se esfumó. Voló el pichón del nido y junio de 2009 parece pertenecer a la prehistoria. Le es tan difícil a la gente de buena voluntad hacer un panqueque sabroso de un solo huevo opositor –para seguir con un ejemplo avícola– con Duhalde, Macri y Scioli, que el esfuerzo parece vano. Un Duhalde pastor de almas que habla de Dios, o convertido en un pacifista que anuncia que hay un nuevo Ghandi en Lomas de Zamora o en una quinta de San Vicente, no deja de tener, a pesar de su beatitud, mala imagen. Mauricio Macri promete volver a dirigir los destinos de Boca y ser candidato a presidente de la Nación, sin dejar de proteger a los vecinos porteños. Tres oficios para una misma ineptitud. Por el momento, el futuro ex jefe de Gobierno de la Ciudad cambia de sentido avenidas y calles con el riesgo de que los peatones caminen por el pavimento y los colectivos circulen por la vereda. Scioli, Daniel y no Pepe, por su lado, no puede dejar de decir que es argentino y que está para trabajar.
Y, claro, Cobos se pinchó. Ya nadie sabe cómo volver a inflarlo. Hay globos con poco aire. Se lo lanzó a la estratósfera con la 125, y se fue cayendo arrugado. Por eso es tan importante la encuesta difundida por Clarín el pasado siete de enero que reprodujeron varios medios. Si lo publica el monopolio que contrata a la confiable Management & Fit, podemos hacer una lectura de datos, sin pensar que son tendenciosos. Si sumamos la intención favorable a la Presidenta con los indecisos, los famosos “No sabe-No contesta”, nos da un ochenta por ciento. ¿Cómo interpretar esta suma? Si a Julio Cobos quiere votarlo un argentino de cada cien, a Alfonsín Jr. tres, a Macri tres y medio, a Duhalde dos y un tercio, a Scioli uno y monedas, si les agregamos los pedacitos que les dan a algunos de ellos las comas al lado de los enteros, apenas superan el diez por ciento en un ballottage. Es poco. Tan poco, que da para pensar: ¿cómo interpretar esta resta?
Si la mayoría de los argentinos odiara este régimen que nos gobierna, si se opusiera a su continuación, es casi seguro que encontraría en algunos de los que lo enfrentan un atributo positivo, que hoy parece no rescatar. Pero no sólo se trata de que no haya un líder que los seduzca, sino que a nadie se le ocurre que algún candidato o partido pueda hacer mejor su tarea para superar las dificultades actuales que el Gobierno en funciones.
Este gobierno que ha presionado a la prensa, que ha distribuido a discreción los dineros públicos para comprar opinión, que ha descabezado a un ejército derrotado hace años, que no ha podido mejorar la institución policial, que es más una amenaza que una protección, que oculta los manejos de cifras multimillonarias en poder de funcionarios impunes, que jamás ha rendido cuenta de cientos de millones de dólares de dinero público en forma de bonos santacruceños, que falseó las estadísticas, que protegió a burocracias sindicales que así pudieron disponer del dinero de sus afiliados para enriquecerse aún más que antes, que dio orden de largada para inscribirse como socio vitalicio en la protesta social y embromar cada día a millones que van al trabajo o de vuelta a sus casas una vez que alentó a que se cortara el puente con Uruguay durante años antes de someterse a la legislación internacional, que derrochó la buenaventura que nos proporcionan la soja en alza y el real brasileño caro, al no mejorar el desarrollo humano de los argentinos –es decir hábitat, salud y educación–, que ha torcido la historia para sacarse la foto junto a familiares de víctimas de la dictadura y ponerse del lado de los oprimidos, que ha hecho negocios familiares para aumentar su patrimonio durante el ejercicio del poder, este Gobierno parece tener una imagen infinitamente mejor que sus adversarios.
Parece que la “inseguridad” no da suficientes votos. Se insiste en que es el mayor problema para los argentinos. Nadie puede dudar de eso. Los candidatos se agarran de ella como bebés antes del destete. ¿Se acuerdan de Mr. Chance, el personaje de Desde el jardín, con Peter Sellers, el hombre cuya realidad se la dan los canales de televisión? Hay tantas sensaciones hoy en día, que a la sensación de inseguridad se le ha sumado últimamente la sensación de que no hay nafta. Debe ser por eso que también tenemos la sensación de que no hay oposición. Sin embargo, hay que darles peso a los que dicen que tienen miedo de que los asalten y maten. Más miedo tienen a quedarse sin trabajo o a cerrar sus negocios.
Los economistas no pueden entender por qué la gente no sale a la calle contra la inflación. Si es verdad que es una fábrica de pobres y una peste que contagia hambre, ¿cómo puede ser que el pueblo no defienda su poder adquisitivo y pida bajar el gasto público? Si se sabe que los servicios están subsidiados, ¿cuál es el motivo de que las masas no pidan que se sinceren y vayan ajustando, de a poco, los valores a sus verdaderos costos?
Indudablemente, hay un problema energético. En nuestro país se consume demasiada luz y gasolina y se invierte poco en generación y exploración. ¿Por qué la ciudadanía no pide mejores obras de infraestructura y no tanto crédito para electrodomésticos? ¿Será un problema de educación?
Pero el periodismo opositor no tiene que desesperar. La opinión pública confirma la visión del gran Platón. Es el reino de la apariencia. Cambia constantemente. No perdura. Como hoy en día todo el mundo, menos el Peronismo Federal y PRO, es de centroizquierda, quizás pueda constituirse un frente progresista y republicano que despierte entusiasmo en los electores. El problema es que el partido radical si se presenta sin aliados no sólo tiene mala prensa, sino peor historia. Ni la oposición más acérrima confía en ellos. ¿Se imaginan una fórmula Ricardo Alfonsín-Ernesto Sanz? ¿Cuántos votos sacarían? ¿Y Cobos-Alejandro Sanz?, a esta última fórmula le iría algo mejor con la nacionalización del cantante español. Como dije, no hay que desesperar. Todavía falta el despertar de Solá y De Narváez. Y es posible que la Presidenta haga caso de un pedido familiar y no compita en la próxima elección. Hasta ese momento, no hay que tirar la toalla. Que los columnistas opositores no se depriman, y que los oficialistas no canten victoria.
En una de ésas, los “No sabe-No contesta” dan el batacazo y eligen a un rejunte de pequeños por cientos y de migas hagan un pan.
Narciso Ibáñez Menta es nuestro homenajeado de hoy, con su inolvidable interpretación del Fantasma de la ópera, voz de pozo ciego o de subsuelo, en su recorrido trasnochado por los pasillos del teatro rompía el silencio con la frase que inicia esta nota. ¿No hay nadie en…? Por ahora, no.
*Filósofo www.tomasabraham.com.ar