COLUMNISTAS
Ética del esfuerzo

En relación con la meritocracia

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Inmigrantes. Puerto Buenos Aires 1920. | cedoc

Recientes dichos y expresiones del señor presidente de la República han disparado en mí la necesidad de concretar las siguientes reflexiones.Indudablemente, a mi entender y pese a su confusión conceptual y/o expresiva (quizá por sobreactuar su ideología), el señor presidente cree en el mérito y en el esfuerzo.

Pero no es mi intención analizar un contexto político coyuntural, sino debatir acerca del significado profundo –nada más difícil que explicar lo obvio– del mérito y del demérito.

El mérito, es decir el derecho a recibir reconocimiento por algo que uno ha hecho; el esfuerzo, el sacrificio, el trabajo, la humildad forjaron la sociedad desarrollada que supimos ser. Nuestra Constitución Nacional, si bien no expresamente, promueve, de manera inconfundible por el sentido de la interpretación, el mérito, basta para ello con remitirse, entre otros, a los textos de los artículos 14 bis, 16 y 75, inciso 17.

La sociedad argentina de la movilidad social ascendente se basaba en una ética del esfuerzo personal, dependía básicamente de sí misma, sin paternalismos, y los liderazgos que supo construir (en todos los ámbitos) tenían su base en el servicio, en el mérito (cursus honorum) y en la prudencia. El mérito de los inmigrantes que hicieron grande la Argentina, por ejemplo, estaba fundado en valores inmanentes y trascendentes (la familia, el trabajo, la dignidad, el honor, la educación, el esfuerzo, el ahorro).

Hoy, en parte, son otros los “valores” que imperan (siempre estuvieron latentes, hoy están, a mi criterio, maximizados) en la sociedad: la frivolidad, la sensualidad, el placer extremo, el “facilismo”, el individualismo exacerbado, “vivir para el hoy” (cortoplacismo), la falta de escrúpulos, la idea de que es mejor “tener” que “ser”, es decir, aparentar, “cumplir con lo mínimo, la ley del menor esfuerzo” (mediocridad), la falta de compromiso, el imperio de la “liquidez” (Z. Bauman), una suerte de “filosofía light narcisista”, berreta, sin norte y sin fundamentos, que fomenta, por acción u omisión, la discrecionalidad o irresolubilidad axiológica, marcando conductas desquiciadas y decadentes (a veces es triste constatar que se hacen las cosas sin tener conciencia, siquiera, de si están bien o mal).

Las máximas deónticas que defendían los hombres que forjaron la patria (no digo que tengamos que ser todos como San Martín o como Belgrano, pero al menos sí podríamos intentar ser como nuestros abuelos) estaban fundadas en valores análogos o similares al de los inmigrantes y es así, y solo así, como un país puede salir adelante, esto es, apuntando a nivelar para arriba, merituando indefectiblemente, ya que no todo es igual.

La meritocracia, como término o concepto, no es de “derecha”. Sería como afirmar que respirar es de derecha. La meritocracia, en una sociedad democrática y capitalista, demuestra la forma de administrar la libertad que tienen las personas y, en consecuencia y cada cual a su nivel, de recoger (o no) sus frutos, sus merecimientos.No hay nación, ni Estado, ni sociedad, ni país, sin esfuerzo, sin mejores y peores, sin competencia, sin mérito. Nunca puede ser beneficioso, para ninguna sociedad, “nivelar para abajo”, siendo responsabilidad del Estado brindar un mínimo (“piso”) de igualdad de oportunidades, plataforma desde donde los individuos, a partir de sus méritos (o deméritos), construirán, en orden a sus decisiones de autonomía personal, sus “rutas de vida”. Educar para el mérito, el sacrificio, el trabajo y el esfuerzo, sin tutelajes ni caudillos, es la mejor manera de practicar la solidaridad bien entendida, fomentar la creación de riqueza, asegurar mayores niveles de moralidad social y propender al desarrollo económico y social.

Con mucha sabiduría, síntesis y verdad, hace tiempo se supo sostener: “El interés es la medida de las acciones”.

*Abogado. Especialista en Derecho Constitucional.