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animalitos

En silencio

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“¡Aaaah, si yo hubiera sabido que iba a pasar esto, habría tomado medidas para que no sucediera!”, miles de veces una ha oído eso. Parece razonable, ¿no? El paso siguiente es: “Qué bueno sería ver qué es lo que va a pasar, digo, para evitar problemas y penas”. Ah, sí, cómo no, estamos de acuerdo.
No, por supuesto que no, ¿cómo vamos a estar de acuerdo en que sería fantástico saber lo que se nos viene encima? En primer lugar, no siempre lo que se nos viene encima es una desgracia horrible espantosa atroz siniestra pavorosa y basta de sinónimos desagradables. De vez en cuando, con la misma insistencia que las cosas horribles, etcétera, sucede algo feliz sensacional estupendo maravilloso portentoso (¿usted se creía que yo tenía adjetivos sólo para las catástrofes?) que nos llena de alegría y de felicidad y que nos hace cantar y bailar a la luz de las estrellas o de la luna azul o de la araña de caireles. En segundo lugar, ¿para qué actuar, pensar, escribir, jugar, ir al supermercado, comprar los diarios, si ya todo está sabido y dicho y esperado y recibido tal cual? Espero que se note lo que quiero decir sin necesidad de tener que explicarlo punto por punto, cosa que sería abominable y aburrida. Sí, exactamente, adivinó, querida señora, estimado señor. Seríamos animalitos (no me disgustaría ser una gata venerable de tres preciosos colores) que ni siquiera saben qué es el tiempo (nosotros tampoco pero nos las arreglamos). No: seríamos peores. El silencio de lo que viene nos hace seres pensantes y actuantes, por suerte.