Es casi impensable para las feministas de hoy la gesta de aquellas mil mujeres que en 1986 organizaron el primer encuentro: eran militantes de partidos políticos, de sindicatos y Madres de Plaza de Mayo que luchaban por la ampliación de derechos que ahora nos parecen naturales. Peleaban por cosas tan básicas como la patria potestad compartida, el divorcio y la igualdad ante la ley de los hijos extramatrimoniales –como yo y como cualquiera de los hijos de los lectores de hoy, que en el 86 todavía teníamos que pedir permiso hasta para ir al colegio si no habíamos sido engendrados en santo matrimonio–. En el 86 tirábamos papelitos desde los balcones y todavía nos parecía que si algo salía mal podían venir los militares a tratar de componerlo con bota y mano dura, todavía no estábamos seguros de la fortaleza de nuestra democracia, pero mil pioneras se plantaron a debatir sobre las cuestiones de género más cruciales.
Como me dijo hace poco una vieja feminista: “Ahora es fácil, feminista había que ser en mis tiempos, con todo en contra, cuando en verdad mandaban sólo los varones y animarse a enfrentarlos era temerario”. A esas mujeres temerarias les debemos mucho: entre otras cosas, que ni nosotras ni nuestros hijos seamos señalados cuando nos separamos de una pareja, y hasta que nos parezca ridículo imaginar lo contrario.
Este fin de semana, el 34º Encuentro Nacional de Mujeres en La Plata convocó, con todo y la tormenta, a unas doscientos mil feministas. Si algo cambió respecto de aquellos primeros encuentros, es que en estas décadas multiplicamos la lucha: somos muchas más las que estamos convencidas de que hay una situación desigual que tenemos que cambiar, somos muchas las que nos atrevimos por fin a hablar de la violencia y los abusos, las que ya no nos callamos. El feminismo se democratizó: salió de las trincheras de los congresos y hasta de las de los encuentros de mujeres; hoy nos define y enorgullece a casi todas, es masivo.
Claro que conforme la lucha se multiplica aparecen las diferencias: es fácil estar de acuerdo en todo con nuestras amigas más cercanas, pero ahora que el feminismo es una religión de masas, la mayor revolución de nuestro tiempo, también surgen las disidencias. Entonces este encuentro que nació compacto y homogéneo, se llena de voces y reclamos nuevos, donde hasta la palabra mujer, que tanto trabajaron nuestras antecesoras por visibilizar, nos queda chica; y es que las disidencias también son de género: ya no hace falta ser ni sentirse mujer para definirse feminista.
Ahora que el feminismo es de todas, que las chicas se enorgullecen de marchar con sus pañuelos y hablar de temas que estaban prohibidos, como el aborto, también son muchos los intentos por mostrarnos –y más en plena campaña electoral– divididas por doctrinas partidarias o digresiones internas. A los y las que nos quieren débiles les gusta decir que nos rompemos cuando pensamos distinto. Pero los feminismos son muchos y tan diversos como las mujeres que nos sentimos parte, no hay razón para entrar en el juego de los y las que nos piden –desde adentro o desde afuera, pero siempre con el dedito levantado– uniformidad de criterio y acción.
Probablemente a esta hora ya circule en las redes alguna foto del encuentro: un grupito de chicas (¡entre doscientas mil!) bajo la lluvia y semidesnudas, haciendo pis en la calle y pintando las paredes de la Catedral. Y se hablará de la interna entre las abolicionistas y las que están a favor del trabajo sexual, de las que piensan que hay que salir del binarismo y las biologicistas. Es una foto siempre marginal que servirá, de nuevo, a los de siempre para no hablar de violencias ni de aborto legal, ni de paridad, ni de brecha. Y, entonces, tal vez las que van a los encuentros y las que nos sentimos parte aun sin “acuerparnos” deberíamos ser más vivas, y sobre todo, más sororas. Somos muchas, somos diversas, esto es de todas y ya no hay vuelta atrás, ni dueñas: ni las organizadoras ni nadie pueden arrogarse la representación de todas las mujeres y disidencias que están alzando en La Plata su voz contra el patriarcado.
Hace treinta años sonaba imposible: hoy hay lugar para todas. Ya ganamos porque hoy hablamos de lo que antes era silenciado. Nos resta ahora no hacernos callar entre nosotras: ¿por qué tenerle miedo a la diversidad, si es lo que nos hace más fuertes?
(*) Periodista y politóloga, autora de Feminista en Falta. Contradicciones, relatos y preguntas de una revolución en marcha (Galerna, 2019).