Tengo un par de amigos kirchneristas con quienes comparto mi afición filosófica. Yo no soy kirchnerista, pero no voy a decir que tampoco soy antikirchnerista para así posar de equilibrado. En política todos somos desequilibrados.
El otro día en el bar en el que nos reunimos todas las semanas percibí nuevamente en ellos su voluntad de chicaneo. Se ve que los K están en alza. Querían provocarme. Durante la crisis del campo los humos estaban negros. Los veía venir con su amor por el FPV y me enfurecían. A veces terminábamos a los gritos e insultos, en especial los míos. Tenían sumo interés en contarme detalles de sus visitas a las carpas, hablaban con respeto de D’Elía, cantaban victoria y se mofaban de Lilita, a la que enviaban al loquero, de la indecisión de los socialistas, de la pacatería de los del PRO, De Angeli no les parecía más serio que Piñón Fijo, al cuarteto rural lo veían pastando detrás de un alambrado, adoraban a Kunkel.
Después del voto del Cleto se mandaron a guardar y callaron, volvimos a hablar de fútbol, al menos con uno de ellos con el que me une el amor por el Fortín, el otro es de River, está todo dicho, hablamos con amabilidad casi con susurros como dignos perdedores.
Por ser una persona respetuosa que sabe que la mejor humillación es la discreción del ganador, no hice leña del árbol caído. Pero el otro día, después de meses de banalidades más o menos divertidas, me sorprendieron cuando retomaron la iniciativa y, mirándose con aires de triunfo, agregaron un par de comentarios.
Contaron que en un programa de Chiche Gelblung, estaban invitados algunos políticos. Se trataba de lo que estuvo en la palestra estas últimas semanas, me refiero a los 25 años de democracia. El conductor, en lugar de organizar un nuevo evento de autocelebración festejando nuestro progreso cívico, el compromiso de la ciudadanía con las instituciones democráticas y otras hipocresías, les preguntó a quién consideraban el mejor presidente desde el inicio de la democracia.
¡Qué pregunta difícil! Como en el estudio había políticos de la oposición, comenzaron a justificar la respuesta antes de darla, pero Gelblung fue terminante: nombre y apellido y ¡schluss!, ni una palabra más y puso el relojito.
No sé por qué –me guío por el relato de mis contertulios– no hubo más remedio que ampliar la consulta a técnicos del canal. Ganó Néstor Kirchner; bastante atrás, Menem, y último con un suspiro apenas favorable, Alfonsín.
Mis colegas me miraban de reojo. “¿Y a quién iban a votar?”, preguntaban. “¿Alfonsín? Linda hiper, ¿te acordás, Tomás? Menem, un genio, no remató la plaza de enfrente y la calesita porque no las vio. De la Rúa, jaja, jaja, ¿vos también votaste a la Alianza? ¿Duhalde? ¿Te suena?... Es bajito.”
Yo, en silencio, en la nada, como un monje, respirando mi mantra y pensando que los oficios terrestres son todos ilusión y que la verdad es invisible. Sorbía mi agua mineral sin gas, y me sentía relajado.
Hasta que me quedé solo en mi casa frente a una pared blanca, mi oráculo doméstico. Como es mi costumbre, le hice la pregunta del día: “Dime, lisura inexpresiva, superficie sin fricción, aquí bajo los auspicios del dios Apolo, ¿cómo puedo responder a la pregunta de Chiche con mi conciencia ciudadana como único testigo y la mente dispuesta a recibir la voz de la verdad?”.
Hubo un momento de espera, sucede con frecuencia antes de que un ruido sordo se desprenda de la cal. Escuché las temidas palabras: “... Néstor...”, dijo la voz ronca.
Sentí un cimbronazo en el hombro derecho, un crujido en el manguito rotador que repercutió en todo mi brazo, un pinchazo violento que me hizo agarrarme los codos mientras me doblaba de dolor.
Fue duro. La pared había hablado. Su sentencia tenía seis letras y un acento. “Pero fue gracias a las commodities –exclamé–. Gracias a la soja que comen los chanchos chinos, al ansia de lomo de los moscovitas, al default, a los holdouts, a los subprimes, gracias a la vida que me ha dado tanto... ¡Los K tuvieron tarro!”
Sin embargo, las invocaciones a la arbitrariedad de la diosa Fortuna y las correspondientes protestas se diluyeron anémicas y la pared muda se tiñó con las sombras de la noche. No había apelación.
El tábano socrático picaba, no me iba a rendir sin decir mis últimas palabras antes de entregarme. ¿Por qué mis amigos eran kirchneristas? Los conozco hace años. Los dos habían simpatizado con Alfonsín. Luego se desentendieron del asunto. Uno de ellos adhirió a la Alianza y se dejó enamorar por el Frepaso.
Desde 2003, durante unos años siguieron con atención flotante y sin gran entusiasmo la administración Kirchner. No sé por qué cambiaron tanto. Pero ahora recuerdo bien el momento de explosión y de adoración hacia el Gobierno: fue con la aparición de Cristina.
Les encanta Cristina como mujer. Hablo de la carne, son así mis amigos, porteños de Esmeralda y Corrientes, se pegan a un farol y dejan pasar a las minas para mirarlas de atrás.
Mina brava, morocha entradora, les encanta la veterana. Este agregado erótico motivó el momento pulsional de su compromiso político.
No es para sorprenderse. Las relaciones del deseo con la política fueron analizadas por muchos, entre ellos Wilhem Reich, el que inventó la orgonometría y las máquinas para producir orgasmos. El decía que los alemanes no vivían el fascismo con un cerebro lavado por elfos y duendes para encajarlo en los anillos de los Nibelungos. Mucho más efectivas eran las botas de cuero brilloso que pateaban el piso con el paso de ganso. La marcialidad de los varones del Rhin y la musculatura de las atletas germanas no fueron poco incentivo para los inflados pechos nazis. Leni Riefenstahl ya lo mostró en sus documentales.
A esto hay que agregarle otro aspecto no menos importante y también material. Los sueldos docentes –son profesores de Filosofía en la UBA– aumentaron un ciento por ciento. Dinero y mujeres.
Los lectores dirán que no hago más que vengarme de mi derrota con bajezas denigrando las opciones políticas de mis amigos. Sabemos que el dinero y el sexo son sinónimos del oficio más antiguo del mundo, más antiguo aun que la filosofía.
Puede haber un poco de rencor, quizás. Pero jamás escuché de ellos una motivación más sublime que las mencionadas. Nada de la juventud maravillosa, nada de las Madres y Abuelas, ningún artilugio moral, ninguna lectura de Página/12. Por eso me resultan más pintorescos y simpáticos que los que lucran con los derechos humanos. Lo de ellos es más inocente. Sorna a la oposición, risas cada vez que ven a un radical, carcajadas por la Coalición Cívica, vivas a D’Elía, Jaime y Moreno, a De Vido, a los Fernández, Kunkel y Pichetto.
A mis amigos les retruco que para mí, si hay que rescatar uno bueno, el mejor de todos los K es Pampuro, el oso Yogui del Senado y, quién sabe, futuro presidente de la nación si el matrimonio se va después de una intragable derrota en 2009.
Hagamos ahora una imaginaria encuesta obligatoria con la misma pregunta controlada por un detector de mentiras enchufado a cada uno de los argentinos en condiciones de votar. Es la gran pregunta al sentido común de los argentinos sobre quién ha sido el mejor presidente desde 1984 hasta la fecha. Habla el Sentido Común. ¿Saben la respuesta? ¿La adivinan?
*Filósofo.