COLUMNISTAS

Enemigos

Pocos espacios públicos revelan de manera más fiel la sensibilidad y prioridades de una sociedad que los populares comentarios dejados por los “foristas” en Internet. No menos del 95 por ciento de ellos se refugian en riguroso anonimato y una gran mayoría viola abiertamente las normas de respeto que estos ámbitos, incluyendo el de PERFIL, solicitan.

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Pocos espacios públicos revelan de manera más fiel la sensibilidad y prioridades de una sociedad que los populares comentarios dejados por los “foristas” en Internet. No menos del 95 por ciento de ellos se refugian en riguroso anonimato y una gran mayoría viola abiertamente las normas de respeto que estos ámbitos, incluyendo el de PERFIL, solicitan.
La semana pasada publiqué aquí una columna llamada “Lilita”. En paralelo a una serie de consideraciones muy críticas hacia Elisa Carrió, escribí: “Sin duda, ella puede aportar, y muy positivamente, al berenjenal argentino desde su encendida defensa de la República”. Agregué: “Sus principios republicanos y su contundente apuesta a la toma de decisiones por la vía democrática no permiten confusiones: se trata de una persona inequívocamente asociada a esos valores. Fogueada en la Union Cívica Radical, madurada en la transición, es casi imposible detectar en ella consideraciones autoritarias o promesas de ‘ejecutividad’ que atenten contra la división de poderes”.
La patria forista no dudó. De la catarata de reacciones que suscitó mi texto, escojo, con fines estrictamente periodísticos, un puñado de intervenciones, todas anónimas, desde luego.
Uno de ellos me espetó que “los periodistas tendrían que sacarse la careta y dejar de criticar a Carrió y empezar a hacer un mea culpa, ya que durante los años kirchneristas ‘no informaron’ como correspondía a la opinión pública, transformándose en cómplices de esta dictadura”. Otro aseguró que mi trabajo “es a todas luces poco profesional para empezar y, en el fondo, una pelotudez”. Un tercero expresó que “es lamentable que el Sr. Eliaschev haya utilizado su capacidad periodística para criticar a la Sra. Carrió. Criticar a una mujer como Carrió suena mal”.
Entre esos lectores, alguien dijo “tu columna es tan pastosa como esa Argentina que denunciás. Criticás el personalismo y tu crítica a Carrió no es contra sus ideas ¡sino contra su ‘forma de ser’! ¡Hace mucho digo que no sos un verdadero periodista!”.
El clima de estos fiscales anónimos se grafica en un “vamos Pepe, a ver qué tal una nota con los antecedentes de De Narváez, Solá, Macri, Reutemann, etc.”, pero lo risueño se hizo ominoso cuando uno de los que se molestaron por mi columna vomitó: “Este periodista escribe en periódicos o revistas cuyos dueños son judíos como él, apoyados en el sionismo nacional e internacional, deformando las informaciones, mintiendo farisaicamente (sic), con especulaciones masónicas, entregados al duhaldismo narcotraficante, con pensamientos soterrados contra el mundo cristiano, exagerando su democratismo insolvente y atacando a la única política rescatable, que no tiene con qué responderle, más que con la valentía y honorabilidad que lo puede hacer una persona no comprada, inigualablemente y, mejor aún, incorregiblemente, defendiendo su incorruptibilidad entre propios y ajenos, entre los que medra este ‘señor periodista’, vendido como la mayoría de su raza y etnia a malversar, denigrar y traicionar, porque carecen de cualquier principio y, desde sus ratoneras, pretenden enlodar a cualquiera por tener medios que la mayoría de los ciudadanos no poseemos pero, les digo, Dios castiga”.
Uno de los simpatizantes de Carrió consideró que “Lilita no es para cuestionarla, es para respetarla y quererla, sólo los espíritus muy avanzados pueden comprender a esta mujer, no la analicen políticamente, ella es más que una política, es un ser de luz, la poca que queda en Argentina”, mientras que alguien se limitó a gemir un “me deseccionastes (sic), Pepe”, y no faltó el que dijera que “el señor Eliaschev se une al coro de los imberbes que quieren mantener ladrones en el poder”.
En un intento de sutileza, alguien pergeñó un “Pepe, su comentario suena a estar ahogándose en medio del océano y pasa una barca de pescadores y usted diga: ‘Noooo, yo en esa barca no subo, hasta que no pase un yate no subo, aunque me ahogue’”; mientras que la patria bárbara se hizo presente con un “dejate de joder con tus pseudos (sic) intelectualidades y ponete en serio a hablar... no se qué puta quisiste decir en esa nota”.
Una melancólica se quejó: “Pepe, vos siempre en contra de todo”, y otro forista lastimado opinó que “cada vez que Pepe habla de Carrió es para denostarla, usted no la quiere y entonces sus comentarios no son sinceros, están basados en su opinión personal sobre ella y a partir de ahí todo es cháchara”.
Un perplejo creyó necesario postear un “Sr. Pepe, ¿por qué siempre que tiene oportunidad, le pega tanto a Carrió? Me da la impreción (sic) de que no es un periodista imparcial, sus comentarios son claramente descalificadores”, mientras que alguien ofuscado escribió: “Pepe, si no tenés nada para decir, ¡no digas nada!”; y una señora joven se indignó escribiendo: “Ahora se puso de moda pegarle a Carrió, mucho bardeo, pero poca argumentación”.
Un forista consideró “muy vacía de contenido esta nota. Muchas palabras que poco dicen. Una total pérdida de tiempo”, mientras que otro amigo de ese alma aseguró que “la verdad, el artículo me parece tristísimo. En primer lugar, si aplicás para juzgar a Carrió el mismo rigor que aplicás con cualquier otro político, ella es la única que queda en pie”. Una cariñosa lectora de esta columna se preguntó: “¿No podrías, querido Pepe, tratar de hacer periodismo sin hacer política? ¿Por qué siempre tirás palasos (sic) a todos los que no te gustan y elogiás lo que te gusta, más allá de que esté bien o mal?”; y, finalmente, alguien aseguró que “esta nota me pareció totalmente marcada por un recelo personal tuyo hacia Carrió. Empezás fingiendo hablar bien y terminás matándola mal”.
¿Qué digo yo? Cuando nos vemos obligados a razonar con argumentos y a procesar sabiamente nuestros contratiempos, reaccionamos de modo brutal y visceral. Poseídos de mercurial indignación, se nos nubla la vista. La furia que solemos advertir en el matrimonio presidencial es la misma que cruza a toda la sociedad, emanada de la emotividad más primitiva, dispuesta a declarar enemigo a quien es sólo una persona decente que piensa de otra manera.
Eso tienen de útiles estos espacios de la (anónima) sociedad civil: radiografían sin distorsiones nuestra pésima salud mental colectiva. Demuestran que la excitación oscura y feroz que caracteriza a la retórica oficialista no es sólo un rasgo caprichoso del grupo en el poder. Es, lamentablemente, un perfil en el que se reconoce una enorme cantidad de argentinos, para quienes el diferente es sólo un repugnante enemigo.