El Chatgpt es hoy una tendencia y un desafío. Cuando suponíamos que la revolución tecnológica circulaba por otros carriles, como el metaverso o la internet de las cosas, fue provocada por la disruptiva entrada en escena de esta aplicación de OpenAI. Es que con este chat se puede hablar de todo: desde cómo festejar un cumpleaños infantil hasta qué relaciones conceptuales trazar entre teorías.
Sabemos que se trata de un sistema generativo de lenguaje, soportado por redes neuronales artificiales que se nutren de datos de la web y se entrenan en situaciones conversacionales con seres humanos. Aunque estamos rodeados de desarrollos de inteligencia artificial de manejo cotidiano, éste es particular: la palabra escrita es la materia prima con la que logra componer textos de extrema corrección en diferentes registros lingüísticos.
En el ámbito de la educación, la popularización de esta herramienta y la promesa de nuevas iniciativas similares plantean un enigma gigantesco respecto de la aceleración de los giros en los modos de enseñar y aprender. Es cierto que, aun con resistencia, en algo han venido mutando desde el advenimiento de la pandemia, que tuvo su correlato en la expansión de plataformas sociodigitales. La escuela no es la misma, la universidad no es la misma. Frente a ello, ¿qué nos toca a directivos y docentes? Seguidamente, un punteo que enmarca algunas reflexiones.
Punto 1. Cambiar la evaluación. Un tema muy trillado y debatido en los claustros, sobre el que coincidimos: es hora de avanzar en su implementación. Necesitamos una evaluación que contemple el paso a paso, que sea formativa y se incluya como parte del proceso educativo.
Punto 2. Promover el aprendizaje significativo. Que las prácticas áulicas hagan sentido con la vida, para que los estudiantes puedan extrapolar lo aprendido y enriquecer la experiencia diaria.
Punto 3. Gestionar eficientemente contenidos y recursos. Dejar de brindar información al alcance de un clic y proponernos ir más allá: contextualizar, interpretar, poner en diálogo, ensayar e integrar ideas, llevar a cabo una curaduría de materiales disponibles en línea.
En todos los casos, el rol docente evoluciona de la mano de las tecnologías dentro de un paradigma en el que la figura del tutor se agranda. Ya no transmite datos: se posiciona como referente y fija rutinas de pensamiento, despierta el interés por la indagación, impulsa a sus estudiantes a hacer preguntas potentes y a tomar una actitud proactiva y responsable del propio aprendizaje.
Para que esto se concrete, tenemos que ampliar la mirada y atrevernos a incorporar herramientas como el Chatgpt en nuestras dinámicas de aula. Aprender a aprender, nosotros mismos, para enseñar a aprender al estudiantado. Dejar de replicar modelos obsoletos, que ya no conectan con la vida ni con la experiencia, e ir siempre por más.
Hoy como nunca, la meta debe ser formar de manera holística si queremos estar a la altura de los retos de la época. Formar personas que modifiquen positivamente los entornos en los que se desenvuelven. Para ello, nuestras prácticas educativas deben transformarse también, teniendo como ejes el fortalecimiento del vínculo docente-estudiante y la construcción de una comunidad de valores. Esos valores que, vivenciados, se tornan disposiciones virtuosas y son parte nuclear de la educación en cualquier nivel.
Solo así será posible hackear el uso desleal del Chatgpt y aprovechar sus bondades. Solo a través de un compromiso asumido con los principios de la integridad académica, en un despliegue en el que se juegue lo verdaderamente importante. Porque por ahí pasa lo educativo, por la actividad y la implicación. Y no por las opciones vedadas.
*Docente e investigadora, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.