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metáforas

Enterrarse en vida

Arena 20240330
Playa | Unsplash | Katja Rooke

Son las tres de la tarde en la costa atlántica, mitad de febrero, la temporada no llegó a esta instancia mortífera de marzo. Una nena protagoniza uno de los rituales playeros más inquietantes que hay: su mamá la está enterrando en la arena. Inmediatamente, recuerdo cuando lo hicimos con mi hijo, tanto él como su papá y yo poniendo un esmero asombroso para conseguirlo porque, pese a tener cuatro años, medía más de un metro y hubo que cavar a lo loco. No era un día particularmente cálido y, al terminar de hacer la foto que corona el acto, estaba azul de frío porque la arena va perdiendo temperatura con la profundidad. Sin embargo, pocas veces lo vi tan feliz. Lo embargaba, como se dice, un sentimiento heroico. 

Mientras la madre de la nena continúa cavando y la nena, que antes de iniciar el ritual se mostraba inquieta y consumista (pedía churros, helados, vestidos de bambula, pulseritas de caracoles, cualquier cosa), ahora parece una estaca adicta a la inmovilidad y la disciplina. Evoco mis propios enterramientos, los de mis primos, los de esos amigos de ocasión de los veranos. Tomo otras rutas del recuerdo y veo a chicos, en otras playas del mundo, siendo enterrados por mayores tan entusiasmados en la tarea como ellos. Cientos de cabecitas emergiendo como berberechos se me presentan superpuestas a la de la nena, a la que la arena ya le está llegando a los hombros. “Enterrarse en vida” decía mi tía abuela sobre las personas que, por una cosa u otra, parecían querer morir. Los niños de la playa rompen por completo la metáfora haciéndola realidad, por un lado, y filiándola al triunfo, por otro, que es, como sabemos, una de las cosas más hermosas de la vida.