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Entre creencias y prejuicios

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Por primera vez las elecciones presidenciales se definirán a través del ballottage, en un contexto político preñado de novedades. La inmediata: Macri ganó las expectativas, Scioli las extravió y Massa las reserva. Para los tres se presenta un nuevo desafío, pero el sentido y el grado de dificultad de éste varían de un extremo al otro. En efecto, a Massa, en el medio de la escala, parece alcanzarle con atravesar sutil, casi invisible, el trámite electoral por venir, pues su hora podría llegar después, cuando el peronismo se enfrente con seriedad a su necesaria renovación.
El panorama es muy distinto para los protagonistas de la segunda vuelta. A ambos los envuelve un dilema que atañe a algo parecido a la resolución de una ecuación entre los términos kirchnerismo/antikirchnerismo y peronismo. En el caso de Macri, la cuestión es cómo intensificar su expectativa montado sobre el significante cambio: “peronizándose” lo suficiente para quedarse con la parte del león del voto del Frente Renovador o “radicalizándose” en el doble sentido de la palabra.
La disyunción puede devenir en problema fácilmente soluble antes que en dilema, pues el espaldarazo de haber ganado la provincia de Buenos Aires de la mano de una candidata inusitada como María Eugenia Vidal, es por sí mismo la instalación de un nuevo escenario en la realidad política argentina. Lo que incrementa para Macri las chances de lograr ambas cosas a la vez: peronizarse y radicalizarse, colocándose así más allá de la brecha simbolizada por la dicotomía K/anti K.
Para Scioli, por su parte, el dilema es de hierro: conservar la identidad kirchnerista plenamente integrada a la peronista, como factor a la vez de cambio y de continuidad. Es lo que siempre logró la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Pero la transferencia de un liderazgo a otro no se ha producido, sino que, al contrario, parece más bien en cortocircuito. La pérdida de expectativa que le propinó la primera vuelta al candidato oficialista hace que el dilema se refuerce, hasta lucir como insoluble.
Disiento entonces con aquellos que proyectan sobre Scioli la hipótesis de que debe “correrse hacia el centro”, como dicen. Por el contrario, en todo caso debe reconciliar el legado de las gestiones kirchneristas con los intereses y las percepciones de la clase media, pues un dilema se desarma desde dentro, no desplazándose hacia uno de los términos mientras se deja caer el otro.
Contemplando la escena electoral a la distancia, el ballottage se vuelve menos significativo. Lo más importante es que muchas de las mejores políticas de estos años sean asumidas por ambos candidatos como un patrimonio común de la sociedad, –por ende fuera de la contienda.
Pero subsisten incógnitas esenciales que un debate debiera dirimir: ¿qué fuerzas se movilizan detrás de Scioli y de Macri? ¿Cuál es el acento dominante en el guión de uno y otro mensaje? En otras palabras, ¿qué país nos prometen uno y otro? Para responder no alcanzan las declaraciones sino lo decidido y actuado por uno y otro en estos años. En ese plano, Scioli sale mejor parado que Macri, pues mientras éste se opuso a las más arriba mentadas grandes políticas, el gobernador de Buenos Aires las acompañó.
A falta de respuestas, el elector tiende a responder con sus temores, sus creencias, sus prejuicios y aún sus deseos. Esperemos que en estas tres semanas que faltan para la contienda final, tengamos más respuestas, –por caso en los anunciados debates por venir–, pero no en términos de eslóganes capturados en imaginarios ya construidos, sino en el de palabras y acciones habitadas por la audacia de la política más alta: la de las realizaciones de la vida en común de todos y cada uno de los argentinos, con un sentido claro de libertad y de Justicia.

*Ex senador, filósofo.

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