COLUMNISTAS

Entre el futbol de verano y Emilio Disi

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En algún momento indefinido, pasó a convertirse en legítimo disfrazar de periodistas partidarios a barras bravas con micrófono.

Incapaces de encontrar un hueco ejerciendo con algo de decoro una profesión y sin la audacia suficiente como para molerse a palos por un botín –de eso y no de otra cosa se trata el asunto de los barras–, una banda de señores escriben y hablan en nombre de una pasión que, en algún caso, ni siquiera podrían honrar con el corazón.

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Por cierto, ser periodista partidario no tiene de por sí nada de malo. Es más, en muchísimos casos cumplen una función que ignoran sistemáticamente los medios convencionales. La mayoría de los partidos de fútbol de las distintas categorías sólo son transmitidos por radio a través de emprendimientos desarrollados por relatores y comentaristas, hinchas de equipos cuyas emisiones suelen ser apoyadas por las dirigencias o los comercios de la zona. No sólo son imprescindibles –los hinchas no tienen otra forma de enterarse en vivo de lo que sucede con sus equipos cuando juegan fuera de casa– sino que, en muchos casos, se los escucha sustancialmente mejor formados e informados que a colegas del mainstream. También existen los programas de radio y de tele por cable o las revistas vinculadas con los clubes que, más allá de que el fútbol lo ocupa casi todo, también se dedican aunque sea unos minutos o unos centímetros a lo que pasa con las chicas de patinaje, los pibes del básquet o la biblioteca; todo aquello que, a diferencia de lo que algunos quieren instalar, se muere de a poco –o de a mucho– por culpa de las deudas que genera el fútbol profesional.

Si uno es capaz de prescindir de los estilos, los lenguajes y hasta los gustos, muchos productos partidarios tienen el valor enorme de difundir aquello que los medios grandes ignoran.
Curiosamente, los mismos medios grandes que han convertido, en algún caso, al periodista identificado con una camiseta en una pieza indispensable del engranaje, en ese condimento que no debe faltar en ninguna buena ensalada.
El fenómeno en sí mismo no debería ser sustancialmente tóxico. El problema es que, a veces, todo gira alrededor de eso. De columnas en las que me jacto de ser hincha de Defensores de Almagro y puteo explícitamente a los del barrio de enfrente. De programas en los que sólo importa tirarle un trapo en la cara al otro según cómo hayan terminado el último partido o el último campeonato. Nunca hay que desconocer las bondades de ese fenómeno: la bravuconada de esquina es el recurso ideal para no tomarnos el trabajo ni de entender un partido, ni de verlo.

Por donde se lo mire, es un hábito idiota. Trasladar a la tele o a la radio, y por plata, una discusión del nivel del buffet de la sociedad de fomento no tiene mucho más valor periodístico que el de reemplazar un Boca-River por la transmisión de un partido entre las redacciones de PERFIL y Caras. Sí, ya sé. Ni me contesten. Algo de eso han visto por ahí.

Sospecho que esto de que la histeria de nuestro fútbol no respete ni a los abominables partidos de verano tiene un poco que ver con que mucho de lo que se dice y escribe o está intoxicado con el fanatismo partidario o debe elevarse al nivel de discusión berreta para tener algo de trascendencia; al menos en YouTube. Desde el análisis meramente futbolero, no tiene demasiado sentido poner a ninguno de estos partidos en el inventario de una temporada que muy rara vez consagra al que festejó en ojotas.

Con la marea baja y la carpa del circo desarmada, casi todos coincidimos en que los partidos de verano son, desde Oscar Martínez, el empresario marplatense de fines de los ’60 para acá, un negocio para algunos, un recurso para las finanzas desquiciadas de los clubes, y un dolor de estómago para los entrenadores que tienen que hacer frente a partidos que no son siquiera una prueba menor para los partidos por los porotos. Para el público que va a la cancha no es demasiado distinto que ir al teatro a ver a Emilio Disi o sacarse una foto delante de los lobos. Los partidos de verano son como el parasol o una promo playera de desenredante. Pero que provoca estrés.

Tenía razón Matías Almeyda cuando dijo el último jueves en el programa Indirecto de TyC Sports que los torneos de verano no sirven para nada. Desde la óptica del entrenador es una verdad absoluta. Supongo que para muchos futbolistas también debe ser así.

De todos modos, antes de darle la razón, pensaremos que la crítica obedece a que su alma riverplatense padece el 0-5 de Mendoza. Un 0-5 que importará poco dentro de una semana cuando Boca arranque el torneo con Olimpo. Al menos, si el equipo del Vasco no logra empezar con buen pie. Un 0-5 que importó poco anteanoche, cuando River ganó mucho más claramente que el 1 a 0 el primer chico de la Recopa Sudamericana. Un 0-5 mucho menos relevante que lo que implicó el tremendo gol de Colazo a Vélez: sin ese arrebato de inspiración y técnica, Boca no sólo hubiese tenido que jugar el repechaje contra los ecuatorianos sino que quizás ni siquiera hubiese jugado contra River hace una semana. Aun así, una goleada que usted, hincha de Boca, tiene todo el derecho del mundo a disfrutar como histórica. La visión del cuerpo técnico y los jugadores de ambos equipos debe ir por otro lado. Y el análisis de la prensa, también. No porque se me ocurra a mí, sino porque así lo marcan los antecedentes. Siempre es mejor ganar que perder. Pero los únicos porotos importantes que se juegan en el verano son los de los gobernadores que quieren circo en su feudo.

Entre la euforia de unos, el enojo de otros y los periodistas que apagamos los incendios tirando kerosene, 2014 se cerró como si para Gallardo sólo fuese posible la gloria y al Vasco hubiese que ir buscándole trabajo. Un mes después, nos pasamos una semana entera discutiendo cuántos jugadores debería sacar Marcelo camino al partido con el Ciclón, mientras en Casa Amarilla se sucedían las conferencias de prensa presentando los refuerzos, mostrando al recién llegado Lodeiro y discutiendo qué número se pondrá Osvaldo.
Gallardo dio la primera respuesta: no sacó a ninguno de los once que soportaron la goleada. Y, como era de prever, los dos villanos del 0-5 fueron fundamentales en el Monumental: Teo jugó un gran partido y Sánchez le dio el valor del gol a la superioridad de su equipo.

En todo caso, ni Gallardo, ni Arruabarrena ni ningún otro entrenador deberían tener que estar tan expuestos durante las vacaciones.
Como si no bastara con la presión a la que se los somete fecha tras fecha, les mostramos la guillotina cuando los partidos se juegan en chancletas.