La semana pasada circuló por casillas de mails y blogs una carta abierta al electo jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri, que pretende que revea su decisión –manifestada en declaraciones públicas– de clausurar la señal de televisión Ciudad Abierta. La misiva, firmada por actores, directores y escritores como Manuel Antín, Daniel Veronese y Rafael Spregelburd, entre muchos otros, vuelve sobre uno de los temas más sensibles que tendrá que enfrentar la gestión Macri: el de la cultura, y dentro de ella, el del canal que depende del Gobierno de la Ciudad. Muchos creían, hasta hace un tiempo, que el coleccionista de arte Ignacio Liprandi sería el ministro del área, y que eso aseguraría cierta continuidad; pero algunos rumores señalaron que su candidatura habría sido vetada por sugerencia del cardenal Jorge Bergoglio (ya que Liprandi se habría manifestado a favor del tratamiento de una ley matrimonial para parejas homosexuales).
Volviendo a la carta, en uno de sus párrafos se lee: “La preciosa Reina del Plata es dueña de la más genuina y vanguardista expresión teatral del planeta, con innumerables salas de teatro casi siempre llenas de un público siempre ávido y culto”. Lo que si en parte puede sonar más o menos cierto, no deja de ser una expresión de deseos. ¿Es realmente tan destacado el lugar que ocupa el teatro no comercial en la vida de los porteños? ¿Hay manera de medir ese interés? Días atrás, en una charla informal, uno de los directores más importantes de la renovación teatral argentina me manifestó las dificultades con la que se enfrenta cada vez que tiene que estrenar una obra, a pesar de que sus representaciones son acompañadas por la crítica y el público. Le cuesta sostenerlas en cartelera, y eso sólo cuando encuentra alguien dispuesto a tomar el riesgo de exhibirlas. ¿Entonces, en qué quedamos? ¿Es Buenos Aires la expresión más acabada de la vanguardia teatral? No es algo que pueda asegurarse enfáticamente, si uno camina por la calle Corrientes –desde hace un buen tiempo el off abandonó el Centro en busca de horizontes más afines, por ejemplo, el barrio del Abasto. ¿O lo que sucede, en realidad, es que ambos terrenos conviven paralelos y sin contacto, como las dos caras de una moneda?
Tal vez la verdad esté a mitad de camino. Revisando la cartelera actual, por ejemplo, cabría señalar obras como Interiores, de Mariano Pensotti, y las recientes puestas de José María Muscari, Fetiche, y la primera obra teatral dirigida por Daniel Guebel, Dos cirujas. Lo de Pensotti rompe con todo lo que puede esperarse del teatro, entrando en el campo de la instalación. Lo de Muscari –en el Teatro Sarmiento– es una experiencia multidisciplinaria, entre el teatro de variedades y el café concert; seis mujeres que son una: la fisicoculturista Cristina Musumeci. Una hora de delirio en la controvertida y provocadora tradición visual de Muscari. Si Fetiche se sostiene en la exacerbación de la puesta en escena, lo de Guebel –en el Centro Cultural Rojas– es, en cambio, puro despojo: dos cirujas hombres representados por mujeres –Romina Ricci y Azul Lombardía, tan sorprendentes como inmejorables–, en medio de montañas de basura y nada más, que debaten sobre teología y revolución social de manera hilarante. Una tragicomedia sostenida, a la manera clásica, en la inteligencia del texto y el virtuosismo de las actrices. Lo dicho, entonces: si bien la escena planteada por la carta abierta parece más una expresión de deseos, y mientras lo visible de la ciudad son los neones del teatro de revistas, no habrá cien, pero sí dos o tres obras notables que vale la pena ver.