El año 2008 es el de la crisis financiera internacional desatada en los Estados Unidos y extendida al mundo, y el de la elección presidencial norteamericana, que le dió el triunfo a Barack Obama. El 18 de septiembre, con la caída de Lehman Brothers –cuarta banca de inversión del mundo– y la nacionalización de AIG, la mayor empresa aseguradora mundial, cambió la naturaleza de la crisis norteamericana; y también le dió el triunfo, en las elecciones presidenciales del 4 de noviembre, al candidato demócrata Barack Obama.
Ese día, la crisis financiera provocada por la caída de los valores inmobiliarios y de la industria de la construcción que se desplegaba desde agosto de 2007, se transformó en colapso del flujo crediticio interbancario y, por carácter transitivo, del crédito a la economía real. En ese punto, la economía estadounidense, la mayor del mundo –32% del PBI mundial– comenzó a contraerse, con una reducción de 0,5% anual en los tres meses que terminaron el 30 de septiembre, tras haberse incrementado 2,8% en el segundo trimestre. La contracción de la economía fue inducida por una extraordinaria restricción del consumo, con una disminución del gasto individual de 3,7% anual. En un sentido estricto, a partir de los últimos 10 días de septiembre, los norteamericanos dejaron de consumir, los empresarios de
invertir, y los bancos de prestar. El resultado fue una extraordinaria acumulación de liquidez de carácter doméstico, a la que se sumó la multiplicación de inversiones del exterior en activos estadounidenses.
“A todos los efectos prácticos, los mercados de tarjetas de crédito, de préstamos para automotores y de créditos para estudios universitarios se han paralizado”, dijo el 13 de noviembre Henry Paulson, secretario del Tesoro.
En el momento en que la crisis financiera se agudizaba, los inversores extranjeros multiplicaron en EE.UU sus colocaciones de capital. En septiembre, las inversiones totales netas del exterior en acciones, pagarés y títulos del Tesoro se multiplicaron por tres con respecto al mes anterior. Fueron 66.200 millones de dólares frente a 21.000 millones en agosto. Si se incluyen los títulos-valores de corto plazo –canje de acciones–, los inversores extranjeros compraron, al agudizarse la crisis, activos financieros norteamericanos por un monto neto de 146.400 millones de dólares. Es una cifra siete veces superior al total de las inversiones que realizaron antes de la caída de Lehman Brothers.
En este período, China se transformó, por séptimo mes consecutivo, en el principal comprador de títulos del Tesoro norteamericano. El Departamento del Tesoro informó en octubre que el Banco Central de Beijing es titular de 580 mil millones de dólares en treasuries estadounidenses, aunque –vía Islas Caimán y Hong Kong– su cartera asciende a 800 mil millones de dólares. China es hoy el principal acreedor del gobierno norteamericano, interno y externo.
El déficit fiscal de EE.UU. asciende este año a 1 trillón de dólares; y el gobierno chino financia entre 50% y 60% del total del déficit estadounidense.
Trabajadores blancos
La victoria de Obama se decidió en un grupo de cinco estados del Medio Oeste (Ohio, Michigan, Wisconsin, Pennsylvania y Missouri). Los cuatro primeros son grandes estados industriales, en los que el factor decisivo, tanto en lo demográfico como en lo político, son los trabajadores blancos, industriales y de servicios, sin educación universitaria y con menor nivel de ingresos (“blue collars”). El quinto –Missouri– es el estado más representativo del promedio de la sociedad estadounidense, en lo social, en lo étnico y en lo regional; en él, John McCain y Barack Obama empataron 50% a 50%.
En estos estados, los trabajadores blancos, abrumadoramente demócratas, votaron 2 a 1 por Hillary Clinton en las primarias de su partido; y en las últimas dos elecciones presidenciales (2000/2004) optaron por el candidato republicano en vez del demócrata.
En las dos semanas previas al 18 de septiembre existió un virtual empate entre los candidatos demócrata y republicano, con una leve diferencia, incluso, en el nivel nacional para McCain sobre Obama.
Todo cambió el 18 de septiembre; EE.UU. se sumergió en la recesión, creció la desocupación (de 5,1% a 6,3%) y se multiplicó la incertidumbre, desatando expectativas extraordinariamente negativas entre la población estadounidense, y en especial en los trabajadores industriales y de servicios de la comunidad blanca. Allí comenzó el vuelco a Obama de este sector decisivo del electorado, sobre todo en los estados cruciales del Medio Oeste.
Los otros dos factores que decidieron el triunfo de Obama fueron, en primer lugar, una inmensa coalición de votantes jóvenes y desafectos con el sistema político, que arrastraron el mayor nivel de participación electoral de la historia moderna norteamericana (67% vs. 49% de promedio histórico); y también la comunidad afroamericana (12% de la población), que votó en forma unánime –95% de los sufragios– por el primer candidato negro a la Casa Blanca.
Tras su triunfo del 4 de noviembre, Barack Obama decidió la orientación de su gobierno y, por extensión el rumbo de EE.UU en los próximos cuatro años, con la rápida designación de su gabinete.
Otorgó el segundo cargo de importancia institucional, por encima del vicepresidente, a Hillary Clinton, su contrincante en las internas demócratas, que logró en ellas 18 millones de sufragios, y que fue designada secretaria de Estado.
Todavía más importante fue el nombramiento de Timothy Geithner como secretario del Tesoro. Geithner integra el núcleo de tres altos funcionarios de la administración George W. Bush que enfrentan la crisis financiera. Además de Geithner –presidente de la Reserva Federal de Nueva York–, son Henry Paulson, secretario del Tesoro, y Ben S. Bernanke, titular de la Reserva Federal, el banco central estadounidense.
La otra designación que marcó el rumbo que la administración Obama intenta fijar a partir del 20 de enero fue la ratificación como secretario de Defensa de Robert Gates, actual titular de la cartera en el gobierno de George W. Bush.
La “Gran China” está en marcha
El otro protagonista del año, junto con EE.UU, es China. Antes de la crisis, su presencia mundial se manifestó en los Juegos Olímpicos de Beijing, en los que realizó una excepcional demostración de capacidad organizativa, logística, deportiva y comunicacional, con un presupuesto que superó los 40 mil millones de dólares.
Antes de la crisis, China llegó a un acuerdo con Taiwán (12 y 13 de junio) para realizar, a partir de julio, 18 vuelos diarios entre la isla y el continente (Taipei, Shangai, Beijing), que en diciembre se multiplicaron por cuatro y adquirieron un carácter regular, además de establecer libre tránsito de carga aérea y marítima a través de nueve puertos a los dos lados del estrecho.
Ambas partes establecieron el libre tránsito a la isla para los turistas de la República Popular; y en los próximos dos años unos 10/122 millones de visitantes continentales recorrerán Taiwán. El objetivo estratégico de la nueva relación Taiwán-República Popular es la conversión de la isla –tercer núcleo de alta tecnología del mundo– en el centro de servicios, ante todo financieros, logísticos y de tecnología informática de la “Gran China”, el espacio geoeconómico y crecientemente geopolítico, que abarca a China, Hong Kong, Singapur y la diáspora china del Asia-Pacífico. Son 1.500 millones de personas, propietarias de un fondo de acumulación superior al PBI de Japón; y que integran la segunda potencia comercial del mundo y uno de los tres principales centros de alta tecnología del mercado mundial.
G-20, una nueva plataforma
El 15 de noviembre se reunió en Washington el Grupo de los 20 (G-20), integrado por siete países capitalistas avanzados y trece emergentes. El anfitrión del encuentro, el norteamericano George W. Bush, sentó a su derecha al presidente de la República Popular China, Hu Jintao, y a su izquierda, a Luiz Inácio Lula da
Silva, titular de la República Federativa de Brasil.
El G-20 ratificó los principios de la economía capitalista en su fase de globalización (parágrafo 12 de la Declaración Conjunta); y sostuvo que las reformas al sistema financiero internacional “sólo tendrán éxitos si se basan en los principios del libre mercado, incluyendo el imperio de la ley (rule of law), el respeto a la propiedad privada, el comercio y la inversión libres, los mercados competitivos y eficientes, efectivamente regulados. Pero que eviten la sobrerregulación que podría dañar el crecimiento económico y exacerbar la contracción de los flujos de capital, sobre todo en los países en desarrollo”.
50 años de Revolución en Cuba
Se cumplen en enero cincuenta años desde que los guerrilleros del movimiento 26 de Julio, en dos columnas lideradas por Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara de la Serna, llegaron a La Habana, tras haber derrotado al Ejército de Fulgencio Batista.
Cuba tiene 11,3 millones de habitantes y 75% de la población nació después de 1959, cuando eran seis millones. Un millón de cubanos abandonaron el país entre 1959 y 1963 (clase media/clase alta). En ese período, se produjo una revolución social irreversible, protagonizada por el campesinado y la comunidad negra, históricamente marginada.
Los 50 años de la Revolución Cubana tienen un eje y una clave: Fidel Castro. No es un sistema burocrático-totalitario, como fueron la Unión Soviética y los países de Europa Oriental, sino un régimen carismático-totalitario, con centro en la figura irrepetible de Fidel. A lo largo de 50 años, el poder no reposó en ninguna estructura institucional; sólo se fundó en el carisma personal de Castro. Ninguna institución, ni el partido (Partido Comunista de Cuba/PCC), ni el Ejército (Fuerzas Armadas Revolucionarias/FAR) tuvieron una existencia independiente de Fidel. Al contrario, fueron sólo “correas de transmisión” de las decisiones del líder carismático.
Una segunda característica del régimen fue la continua vitalidad de su ideología. Fidel no es sólo el comandante y líder máximo, sino también el ideólogo del régimen y reformuló su ideología según las circunstancias históricas. Tras el colapso de la URSS, atrás quedó el “marxismo-leninismo” y el “internacionalismo-proletario”; y el régimen se volcó al nacionalismo, la solidaridad latinoamericana, el antinorteamericanismo, la
antiglobalizacion y el rechazo al “neoliberalismo”.
Es un régimen con nítidos rasgos militares. Su historia es de conflicto y guerra: Sierra Maestra y “misiones internacionalistas” en Africa, Medio Oriente y América latina.
Raúl Castro, tras el retiro de Fidel, ha dado una nueva orientación al proceso revolucionario iniciado en 1959; las prioridades ahora son de orden interno, ante todo, la necesidad de resolver la crisis sistémica de la estructura económica, caracterizada por la productividad negativa, la acentuación de la desigualdad y la aparición en gran escala de “conductas antisociales y una tolerancia cada vez más entronizada con la indisciplina social” (Discurso de Raúl Castro, Camagüey, 26 de julio, 2007).
Raúl Castro afirma que la estructura de la producción frena en Cuba el desarrollo de las fuerzas productivas; y que el salario no alcanza para satisfacer las necesidades básicas de sus habitantes. La productividad nula o negativa hace que el salario se haya desvinculado del nivel de formación y de las características de los puestos de trabajo. Así enfrenta Cuba, tras cincuenta años de régimen, la actual crisis internacional: con una nueva sociedad, una crisis sistémica y la decisión de avanzar hacia una revisión de los fundamentos del sistema.