Y un día Cristina “volvió”. En el peronismo, el significante “vuelve” está cargado con la larga historia de la lucha por el retorno de Perón, y la V de la victoria es también la de “vuelve”. Y la vuelta ya es en sí misma una victoria. Como muchos antikirchneristas sospechaban, la débil causa judicial por el dólar futuro era un buen momento y lugar para escenificar el regreso y, ello se hizo con una multitud de seguidores. Si Cámpora le dijo a un comisario que quería custodiarlo que “a mí me cuida el pueblo”, la ex presidenta dijo tener “los fueros del pueblo” para enfrentar a la corporación judicial. Y a un juez poco presentable como Bonadio.
En el momento culminante, Cristina fue Pablo Iglesias, el español que sobre la base de los “indignados” conmovió al sistema político español. Sólo le faltó denunciar a “la casta”, aunque eso hubiera sido complicado en boca de una presidenta que, junto a su esposo, estuvo una década en la cúspide del poder. Quizás más que Iglesias, Cristina fue Mao, apelando a sus “guardias rojos” juveniles para una revolución cultural contra las estructuras establecidas de un peronismo que habría defeccionado en la lucha contra la derecha macrista. Y contra esa derecha macrista.
El llamado a un frente ciudadano busca lo que la escritora María Pía López llamó “salir de la cueva” (en un juego de palabras que incluía dejar atrás las imágenes de los financistas contando plata como centro de la política). También el historiador Javier Trímboli escribió, en tono autocrítico, que “lo que nos complica es que el tipo de movilización que animó el kirchnerismo –su pico en el Bicentenario y con la muerte de Néstor, quizás también el 9 de diciembre último– no está siendo eficaz a la hora de intervenir en la situación actual. No asusta a nadie...”. El frente ciudadano, en este marco, buscó dar una respuesta a la falta de una brújula que vive el kirchnerismo, marcar un rumbo, retomar las riendas y la iniciativa política. Volver.
Sin duda, la movilización kirchnerista puso a la ex presidenta en las primeras planas. Pero, al mismo tiempo, mostró la soledad del kirchnerismo respecto del peronismo. Y ahí yace la debilidad de los análisis que leen la coyuntura actual como el “revanchismo de la derecha”. El problema del FpV no es tanto el macrismo (al fin de cuentas, kirchnerismo/macrismo se alimentan mutuamente) sino el propio peronismo. Si Macri puede ser “revanchista” respecto del kirchnerismo (usar el Nunca más contra el gobierno anterior, como escribió María Pía López) eso no ocurre en virtud de la fuerza propia de la derecha sino de la vuelta del peronismo a una identidad más clásica, separada de la “anomalía” del peronismo de centroizquierda que representa el kirchnerismo. Por eso es tan difícil comparar esta coyuntura con la Revolución Libertadora, como insinuó Cristina desde el palco.
Por otro lado, el llamado al frente ciudadano, con una liturgia tan nac & pop, tan replegada sobre sí misma y tan declinada en clave “populista” apareció contradictoria con cualquier interpelación en clave “ciudadana”. No basta con haberles pedido a los militantes que no gritaran improperios contra los traidores –“Así no van a convencer a nadie”–. El kirchnerismo debe volver a convencer. Pero las caras del acto (Aníbal, De Vido, Moreno, Boudou) no parecen las más adecuadas para pensar en una articulación política de la “indignación”; no convencen hoy a mucha gente. Con esa “banda de los cuatro” (como la que en China libró la batalla) no parece posible ninguna “revolución cultural” en la Argentina post K. Habrá que ver aún si la movilización es un efecto retardado épico-emotivo de la década ganada o un piso para retomar la iniciativa. Y qué lugar puede ocupar el kirchnerismo.
Un poco de kirchnerismo podría servir para reactivar cierta “mística” macrista –al final, el macrismo es en esencia antikirchnerismo–. Demasiado kirchnerismo ya sería otro cantar.
*Jefe de redacción de Nueva Sociedad.