Me sigue sorprendiendo la dificultad que tienen algunos funcionarios y políticos en entender las relaciones causa efecto de sus decisiones y medidas.
Los otros días, la presidenta de la Nación, en el aniversario de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, instó a los empresarios a desarrollar un “mercado de capitales propio”. Consideró, en ese sentido, que “estamos ante una gran oportunidad”, dada la guerra que nos libran los mercados de capitales ajenos.
Más allá del error de suponer que un mercado de capitales en esta era global puede desarrollarse independiente del mundo, la invocación para armar un mercado de capitales local provino de la cabeza de un gobierno que ha cometido varios “pecados capitales” que impiden el desarrollo de un mercado de capitales mayor al que hoy tenemos.
En efecto, el primer pecado capital surge de la necesidad de una moneda de largo plazo que permita reflejar los costos de oportunidad de ahorrar. Un país con tasas de inflación de dos dígitos, en torno al 30% anual, carece de tal moneda.
Se podría argumentar que, aun países con inflaciones “elevadas” (para ese momento), como Chile de los 80 o Colombia, o Brasil, lograron, de todas maneras, desarrollar un mercado de capitales local, con cierto éxito. Es verdad, pero lo hicieron “inventando” una moneda indexada, ajustable por la tasa de inflación oficial. Y aquí entra el segundo pecado capital de este gobierno: la destrucción del Indec y del cálculo oficial de los índices de precios. Es más, dicha destrucción se hizo, precisamente, según el relato oficial, “para no pagar más deuda, cada vez que sube el precio del tomate”. Es decir, en lugar de proponer un índice alternativo de ajustes de deuda, que no tomara en consideración algunos productos con saltos estacionales, u otras formas alternativas de ajuste, se decidió “defaultear” parcialmente estos bonos emitidos por este mismo gobierno, mintiendo en la tasa de inflación (éste fue el primer default selectivo de este gobierno).
El tercer pecado capital se vincula con algo que planteó la misma presidenta en dicho discurso: “Traer el ahorro de los argentinos del exterior”. Lo dijo la representante de un gobierno que prohíbe libremente girar divisas al exterior, o ahorrarlas localmente, y cuyas medidas dieron lugar a un mercado múltiple de cambios, en donde ingresar dólares del exterior o de la caja de seguridad en el circuito oficial implica perder 50% de poder de compra.
Finalmente, en este aspecto, se trata de un gobierno que intentó la “pesificación forzada” del mercado inmobiliario. Que incluyó la pesificación de las deudas en su proyecto de reforma al Código Civil y cuyo jefe de Gabinete, en su carácter de gobernador del Chaco, pesificó unilateralmente un pago de deuda pública de su provincia que debía hacerse en dólares. (¡Y pretenden que los acreedores acepten la legislación argentina!)
La Presidenta no está pidiendo que se desarrolle un mercado de capitales local, está pidiendo… un milagro.
Y hablando de milagros, dos buenas noticias en esta semana que pasó. La primera, el cuasi unánime pronunciamiento de la oposición en contra del proyecto oficial de violar la sentencia de la Justicia norteamericana, en lugar de seguir negociando. Esta actitud resulta clave, precisamente, para el futuro del mercado de capitales en la Argentina.
CFK no tiene problemas con el aislamiento financiero internacional del país. Tiene acceso a la máquina de imprimir pesos y a las reservas que quedan en el Banco Central (ayudadas o no por el swap chino). Hasta diciembre de 2015, con más inflación, menos actividad, menos empleo, es decir, un poco peor que ahora, llega. El problema lo tendrán los que la sucedan, que tendrán que reinsertar a la Argentina en el mercado global, financiero, comercial y de inversiones. En ese sentido, no es lo mismo ir a esa negociación con el antecedente de haber votado la violación a lo determinado por la Justicia norteamericana, a la que nos sometimos voluntariamente, renunciando explícitamente, a ciertos aspectos “soberanos”, que haberse opuesto.
Palabras finales para otros “milagros” que pasaron algo inadvertidos. El primero, la Legislatura porteña, finalmente, votó la creación de un ente para evaluar la calidad educativa en la Ciudad. El segundo, la Justicia obligó a tres “grafiteros” a limpiar los vagones de subte que habían ensuciado.