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LA VUELTA DE OBLIGADO

Epopeya, soberbia y paranoia

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Si alguien afirmara que el 0-4 frente a Alemania fue una victoria argentina, diríamos que es absurdo. Si dijera que vencimos en la Guerra de Malvinas la respuesta sería la misma. Pero ya pasaron casi treinta años y los recuerdos se van haciendo borrosos. Algunos diferenciarán la guerra de los mariscales de la derrota, que además eran genocidas, de la guerra del pueblo, los soldados y muchos oficiales jóvenes. También recordarán los acertados misiles de la aviación o la traición chilena. Habría material para una “victoria moral”.
A medida que la experiencia directa se aleja, se amplía el espacio para la construcción mítica del pasado. Los mitos están presentes en cualquier comunidad y cumplen muchas funciones, como cicatrizar recuerdos dolorosos, elevar la autoestima y consolidar un cierto tipo de identidad. Junto con los gobiernos y los Estados –grandes constructores de mitos– participan las grandes empresas editoriales. Si los best sellers empalman con los mitos vigentes, los lectores compran los libros, en los que encuentran la confirmación de sus ideas sobre el pasado.

En la Argentina del siglo XX, ese espacio de reconocimiento es un nacionalismo patológico que combina la soberbia con la paranoia. Los argentinos somos los mejores, debemos ganar siempre, y si eso no ocurre, se debe a alguna oscura conspiración antiargentina, externa o interna, que conjuga el imperialismo y la “antipatria”. Para conjurarlas están las “epopeyas nacionales”, momentos heroicos que justifican nuestra soberbia y nuestra paranoia.
Eso es lo que está ocurriendo con esta celebración de la Vuelta de Obligado, el combate librado el 20 de noviembre de 1845 por las fuerzas de Rosas contra la escuadra inglesa que quería navegar por el Paraná hacia Corrientes. A la larga, la Confederación Argentina derrotó a la “diplomacia de las cañoneras” británica y la obligó a negociar. Pero en el campo de batalla, Goliat venció a David: la flota británica cortó las cadenas que cerraban el río y navegó hasta Corrientes, donde fue recibida con cordialidad por la sociedad local. Es cierto que fue una derrota honrosa, y que una guerrilla de retaguardia infligió daños a la escuadra británica, algo que contribuyó, entre otros factores, a que Gran Bretaña abriera negociaciones con Rosas. Aquí se demostró la habilidad pertinaz, astuta y cazurra del Restaurador, que finalmente ganó por cansancio: en 1850 el conflicto con ingleses y franceses estaba concluido. Lo que no se consiguió con la derrota en la heroica gesta, se obtuvo con la diplomacia. Toda una lección.

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También es discutible el carácter “nacional” de esta “epopeya”. La nación argentina estaba en construcción, en medio de intereses contrapuestos y proyectos institucionales diferentes. Todos se proclamaban nacionales. En 1845, en ese hervidero que era la Cuenca del Plata, lo único claro e indubitable es que Rosas defendió los intereses de Buenos Aires, y en particular el monopolio de su puerto y de sus rentas aduaneras. Por esos motivos, Buenos Aires rechazó en 1852 el Pacto de Flores, se separó de la Confederación y sólo se reincorporó en 1861, después de la victoria de Mitre en Pavón.

En el año del Bicentenario, el actual Gobierno, las empresas editoriales y muchos medios se unen para dar nuevo brillo a este viejo mito del revisionismo argentino, que en la década del 70 estuvo unido a la militancia juvenil, el “antizurdismo” y la violencia. Todo esto reaparece hoy, aunque “la zurda” es remplazada por los más pacíficos demócratas republicanos. Pero la estructura profunda de su visión es similar a la que desde principios del siglo XX caracteriza a nuestro nacionalismo popular: soberbia y paranoia.
Desde 2003 el Gobierno ha producido diversas figuras para ocupar el lugar de la conspiración antiargentina, de la oligarquía a los fondos buitres. Se trata de distintas prefiguraciones del “enano nacionalista”, siempre listo a reaparecer y prestar funciones útiles, como el genio de Aladino, apenas se frota la lámpara. La modesta tarea de los historiadores es mostrar este revés de la trama. Como Sísifo, debemos empezar cada vez de nuevo.

*Investigador principal del Conicet. Dirige el Centro de Historia Política de la Unsam.