Galena me regaló un blister lleno de grageas amarillas. Quería llevarme al restaurante de Providencia pero yo debía escribir para la revista de Saieh algo sobre las elecciones argentinas y el inminente matrimonio Menem-Bolocco.
Me imaginaba jactándome, años después, hoy, del acierto de mis predicciones: que esa pareja no serviría ni duraría y que al cónyuge pronto lo veríamos preso.
Galena, Malena para sus amigos –por María Helena, no por el tango– era una joven médica cubana que probaba fortuna en Chile.
Saieh era un prohombre de la poderosa colectividad palestino-chilena. Por entonces tenía tierras, viñas, inmuebles, un banco, alguna prepaga, la mayor revista de opinión, los diarios La Tercera y La Cuarta (este último escrito en coas, el lunfardo chileno), el hotel Hyatt y la cadena Four Seasons (incluyendo al de la Argentina). Desde el golpe de Pinochet, no ha parado de crecer y este año acaba de comprarse la red de supermercados Unimarc y ninguno de sus hijos sueña con ser alcalde de la floreciente Santiago ni dirigente del Colo Colo.
El blister de las grageas amarillas no tenía impresos, pero al pasármelo, mientras volvía a la carga con el tema del restaurante, mi cubana recetó:
—A tu edad tendrías que ocuparte más de las erecciones que de tus elecciones.
Por eso, durante años –¿cuánto tiempo pasó desde las historias de Menem-Bolocco, y Galena-Quique?– anduve llevando el blister en la mochila, en la billetera por las noches, en el bolso de la notebook por el mundo, y en el quinto bolsillito de mis Levi’s por Pinamar y Ostende, creyendo siempre llevar el famoso Viagra.
Suerte que nunca lo probé. Al parecer se trataba del famoso Cialis, un superviagra cuyos efectos duran tres días.
¡Tres dias! Sospecho que estas drogas son tan ladronas de tiempo como la afición a la tele o al chat, porque fueron creadas para simular el amor dentro de mujeres que a uno no le gustan y son justo las que pululan más al alcance de la mano.
En la mesa donde esta mañana debí votar figuraban dos de ellas. Nada de erecciones: una me inspiraba asco; la otra, temor. Busqué las boletas de unos emprendedores políticos que me caen bien, pero traía adherida la de un antiguo político que me cae mal y ensobré, sin leerlo, cualquier papelucho.
A propósito, la semana pasada me negué a firmar una carta de intelectuales elevada a Macri, para que revisara el nombramiento de su ministro de Cultura predilecto.
Macri no me cae mal, pero antes de exigirle que revise sus decisiones, preferiría revisar mi voto de hace unos pocos meses. Aunque claro: siempre lo irreversible resulta irrevisable. Veamos ahora lo que se nos vendrá.