Los adultos mayores, los que ya han superado los 65 años, los que conviven con males diversos derivados del deterioro de su salud por la edad, los considerados población de riesgo en estos tiempos de pandemia, acaban de recibir un golpe en la nuca que no esperaban; peor: siguen recibiendo golpes en la nuca que no esperaban y que suman a su angustia derivada de su condición vulnerable frente a la emergencia.
Desde que el viernes se los sometió al escarnio de verse obligados a sumarse a multitudes en interminables colas bancarias para cobrar dineros varios, con el consecuente (y sabido, en la mayoría de los casos) riesgo para su salud, se vieron también sometidos a un bombardeo de información y desinformación que mezcló periodismo con show mediático, política con sanidad, y vomitó argumentos falaces o exagerados para sumar al miedo y –en esencia– a la grieta que no cierra.
Fallaron los mecanismos gestionados por distintos niveles del Gobierno, por las directivas de los bancos y sus funcionarios menores y sectoriales, por el gremio que nuclea a los trabajadores de ese sector. Fallaron.
Hasta aquí, esta columna ha hecho una mera exposición de datos objetivos, corriéndose de su habitual función de ofrecer a los lectores de PERFIL instrumentos para analizar el comportamiento de este medio y de todos los medios de comunicación. Ahora les toca a ellos el comentario crítico.
No es lo mismo hacer una crónica de lo sucedido, un relato despojado de afirmaciones excesivas (debo decir que el equilibrio en el manejo de palabras, situaciones y opiniones recogidas ha sido en PERFIL muy apropiado), que arrojar sobre la población en general y los afectados en particular renovados artilugios para aumentar el miedo.
¿Cómo creen que percibieron los “abuelos” sus mensajes apocalípticos aquellos periodistas y animadores de la gráfica, la televisión, la radio, que los proclamaron desde la mañana del viernes hasta hoy mismo? ¿Cumplieron con la función esencial de este oficio en tiempos de emergencia: no provocar más alarma que la ya existente, calmar los ánimos, ayudar a los más vulnerables a entender?
Laurent-Henri Vignaud, miembro de la carrera de Historia –con especialidad en ciencia– de la Universidad de Borgoña, señaló que “una epidemia siempre es un momento de prueba para una sociedad y una época. Pone en peligro los lazos sociales, desata una forma larvada de guerra civil en la que cada uno desconfía del vecino”.
Viene sucediendo en la Argentina desde hace semanas. La condena social y mediática a un joven ciudadano que volvió a su casa desde Brasil cometiendo el pecado de llevar en el techo de su vehículo dos tablas de surf resulta un ejemplo válido: por más que esta persona cumplió con los requisitos de inmigración y cordón sanitario, su viaje al hogar fue acompañado por insultos, prejuzgamientos, anatemas, intervenciones policiales y judiciales y –sobre todo– linchamiento por los medios. La historia juzgará a quienes lo juzgaron (su caso es, nuevamente, parte de una carta que publica hoy el Correo).
Que periodistas y medios midan mejor sus palabras, sus acciones y las consecuencias que ellas provocan. De otro modo, se profundizará lo que definió Vignaud: “Una epidemia es una coproducción entre la naturaleza y las sociedades, entre microbios y humanos. Un germen solamente se vuelve peligroso en determinadas circunstancias”.
Este es el caso. Entre otros factores inevitables, lo que vuelve más peligroso al germen, el coronavirus, es este ingrediente incorporado con morbosa efectividad: el ejercicio de un pseudoperiodismo para la tribuna.